jueves, 17 de octubre de 2019

El ansia de Clarisa


 
Por: Liris Acevedo Donís

Le había silenciado el aliento a la altura sibilante de su blusa.
En el sólido estrecho de aquella superficie oscilante, Clarisa miró hacia abajo, al abismo en laberinto. Sudorosas sus manos, sus pies levitando al aire frágil, latido sibilante sobre sus suelas. Clarisa vacilaba sobre su pisada y sabía que el eventual resbalón ya llegaría sobre ése incierto tránsito de un límite hacia el otro del puente levadizo. Saboreaba el metal sobre sus dientes, seco, salivando a raudales. No se iba a caer, ya lo sabía, pero temblaba su lógica lamentando la frágil pasarela. Clarisa recelosa, inmovilizada en lo alto, suspendida. Le helaba el siseo de la selva profunda. El roce de las lianas columpiándose abajo. La brisa, esa ventisca susurrando al oído. Sensación salvaje que siempre la asolaba ante esas simas, sismo insondable insistiendo soltarla.
Sabía que se estrellaría. Lo sabía. Sabía que lamentaría la solidez de los peñascos, lo sabía. Por eso asía con violencia alienada el barandal templado con solidez de cazuz. Lívida, eso sí. Desmelenada. Ese desmayo adentro, el soponcio que de solito impulsaba ese susto.
Y la multitud detrás ululando a su zaga:
 
-¡Sigue adelante! ¡No divises pal suelo!
 
Pero Clarisa lerda, en soliloquio, su lengua rozando los lisos brackets congelados,
 
- De esta no vuelvomás, lo sé de sobra.
 
Y las aguas en violento talud bullendo abajo, susurrando el ansia de Clarisa.
Levita inmóvil, alelada. En mitad de la endeble pasarela, Clarisa no logra un paso más. Sabe que asoma su locura; y que el sueño de lanzarse, no levará sus alas.

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