JUEGO ADOLESCENTE
Lola y Luís llegaron al cálido
local. No se conocían, pero allí empezó todo.
Lola, sofisticada,
silenciosa, esbelta, muy elegante, lucía un vestido ceñido a su delgada figura.
Se quedó quieta, serena, lujuriosa y a la vez intensa. Respiraba, sí respiraba.
Luís pensaba ¿Por
qué esa desazón?...
Ambos dos sin
saberse ni escucharse se sentían
próximos. Sudorosos libraban una lucha cercana y, curiosos, como si se tratase
de su pantalla táctil, con pulsos temerosos, ampliaban su emoción.
El raso suave y
terso deslizaba sedoso su tacto.
Se fueron
recorriendo y tanteando, con mucho vértigo y a ciegas, todo su cuerpo desde la
punta de sus pulgares, por sus largas y tersas piernas. Sus manos subían sigilosas
y ociosas, a ratos morbosas, a ratos temerosas por las trémulas espaldas. Todo
un sendero de sensaciones a veces dolorosas, a veces tumultuosas.
¿Por qué esa
sensación?
Algo poco usual
les esperaba al final de aquel
cúmulo de formas y texturas. De la seda
al raso, de la piel al vello, saltando de un músculo a otro se encaminaban
hacia zonas peligrosas. La imaginación y el deseo libidinoso crecían.
Sentían placer y
a la vez un mareo, un desequilibrio mental y físico se apoderaba de los dos y…
¡Qué alivio, al
final sonó la campana! ¡El juego terminó!
Ya podían liberar
sus ojos, se quitaron las vendas. Se miraron y lanzaron
suspiros y sollozos al contemplar la hilera de braquets que ambos
lucían en aquellas lindas y últimas zonas por explorar. Todo iba bien. Siseando
y ceceando se dijeron con risas y dificultad las palabras que terminaron su
relato:
¿Te gusta el
alambre?
Marina Defez
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