viernes, 27 de diciembre de 2019

HA SIDO UN ACCIDENTE:

Las 00.35 del 6 de enero de 2018, un joven lloroso grita al auricular : 
-”¡Ha sido un accidente, ha sido un accidente!”

Un imponente abeto en un lateral del salón, adornado por guirnaldas multicolores y rodeado de cajas brillantes,  combate estéril  contra el halo de tragedia que oscurece la estancia. La mayoría de paquetes están personalizados con un nombre, el de Eduardo, el adolescente  que finge gemir y que está arrodillado junto al árbol. Muy cerca de él hay dos cuerpos sin vida: un hombre y una mujer, vestidos de fiesta y con sendas coronas de Reyes Magos ajustadas  a sus cabezas con horquillas, yacen en el suelo en una postura fetal y con las manos enlazadas entre sí,  como intentando permanecer juntos en la otra vida.  Se les ve atractivos, aunque la espuma blanca que les sale por la boca, los ojos desorbitados por el horror y la contracción de sus mandíbulas les restan belleza.
Eduardo, que los contempla extasiado como si fuera el autor de una obra de arte, ha titubeado unos minutos sobre qué orden debe seguir para culminar su puesta en escena: ¿desempaquetar los regalos o llamar antes a alguien demandando auxilio?. 
Se percata de que toda la información que ha almacenado para poder matar a sus padres, Elena y Juan, tiene lagunas difíciles de solventar sobre la marcha. Pero tiene capacidad de improvisación, piensa. 
Lo que le apetece realmente es encontrar  la play que le prometió su padre y empezar a jugar con ella, pero hacerlo desmontaría la versión que va a dar, al resto de la familia y a la policía, de lo que ha sucedido.
Practica cómo pedir socorro, llorar, gritar y quedarse en shock. Ha de ser creíble cuando llegue el momento.  
Mira los cuerpos inertes de sus padres y no logra sentir nada, salvo un poco de asco por las secuelas que les han quedado tras revolverse por el dolor y por ese color amarillo lagarto que ha adquirido su piel.
Tal vez los demás piensen que he sido víctima de maltrato o de abusos sexuales, se dice a sí mismo. Sin embargo, sus padres adoptivos le trataban con mucho cariño. Fue un niño muy deseado y querido. Había ido a un buen colegio y viajaban juntos, cada verano, a un país distinto. Hay decenas de fotografías de los tres cogidos de la mano y sonrientes que lo demuestran, que hacen incomprensible la actuación de Eduardo, hasta para él.
Tampoco descubrió su origen de forma inconveniente. Sus padres le hablaron de la adopción en el momento en que ya era capaz de comprenderlo. Fue un descubrimiento sin trauma alguno para él. A todos los efectos eran sus padres, no había tenido antes, ni tenia ahora interés alguno en conocer a los biológicos. Pero pronto sus padres empezaron a hastiarle. No le hacía gracia nada de lo que decían ni le interesaba ninguna de las propuestas de ocio que le ofrecían. Odiaba que le llevaran y recogieran del colegio. No quería que le cogieran de la mano, ni que le abrazaran y mucho menos que le besaran, y, cuando las manifestaciones de amor las ejecutaban en público, le resultaban insoportables. Solo disfrutaba del mes de estancia en Dublín para aprender el idioma con status de obligatorio. 
Intentaba hacerles ver lo disgustado que estaba recurriendo a todas las armas de las que disponía: desplantes, chillidos, insultos, suspensos, tabaco o faltas de asistencia a clase. Ellos parecían ciegos y sordos a los mensajes. No dejaban de quererle, de ayudarle y de justificarle.
Decidieron, eso sí, llevarle a un psiquiatra. Le llevó un tiempo engañarlo. En las primeras sesiones, el médico quedaba turbado, nervioso, y tomaba notas sin parar cuando le contestaba sinceramente a sus retorcidas preguntas. A Eduardo no le interesaba que descubriera que su obsesión era hacer daño a sus padres por nada en concreto, solo porque sí; así que cambió su actitud cuando acudía a la consulta y se convirtió en un niño educado que entraba en la adolescencia con mayor dificultad de la habitual, dado que era adoptivo o eso le hizo concluir al médico de pacotilla que dejó muy tranquilos a sus padres con tan burdo diagnóstico.
Estuvo un año preparando esta entrada en 2018. Se empapó, encantado, de películas, series y documentales sobre asesinos en serie, de suspense o de terror. Leyó libros sobre crímenes y sobre criminales famosos. Después de asimilar satisfecho un cóctel de sangre y muerte, eligió el matarratas como forma más adecuada para su asesinato. 
Cuando llegó la Navidad ya tenía todo preparado, así que decidió darles un respiro a sus padres para que tuvieran unos últimos días felices. Se dejó acompañar por ellos, estudiaba de nuevo, dejó de fumar, les hablaba con dulzura, les permitió todas las demostraciones de amor y hasta se las devolvió. ¡ Qué felices fueron ! Se sentía orgulloso de sí mismo por ser tan compasivo. Quiso que terminaran el año pensando que el espíritu navideño  había calado en él. El brindis de año nuevo que hicieron en la estación de esquí, donde lo celebraron juntos, fue tan emotivo, tan lleno de agradecimientos y buenos deseos para su hijito que consiguieron hacerle llorar de emoción y hasta titubear en su proyecto. Afortunadamente fue un breve momento de debilidad por su parte y sus deseos retornaron pletóricos de maldad.
Llegaba así la noche mágica, la de los Reyes Magos. Les convenció para que se marcharan a hacer las últimas compras solos, para prepararles la mesa y la cena como demostración palpable de su nuevo yo. Lo hicieron aparentemente encantados. Volvieron a la hora pactada y se encontraron con una mesa perfectamente decorada y con la comida y la bebida que había encargado por Internet. Colocaron nerviosos los regalos alrededor del árbol de Navidad y se prometieron esperar para abrirlos.
Juan y Elena habían dudado en dejar en manos de Eduardo la organización de la cena de Reyes , pero parecía tan entusiasmado con la idea, y los últimos días había sido  tan maravilloso con ellos, que no se pudieron negar.
Pensaban que era un milagro. Antes de ese bendito cambio, Eduardo había entrado en una dinámica difícil de gestionar. Hubo  momentos en que se arrepintieron de haberlo adoptado. Ninguno verbalizaba la idea, pero ambos intuían ese pensamiento en el otro. 
Los primeros años fueron un derroche de amor incondicional por su parte. Era tal su ansia de ser padres, que el primer bebé que les ofrecieron, sin demasiada información, fue el que trajeron a casa con el único deseo de hacerlo feliz. Pero, desde que el niño empezó a interactuar con ellos, siempre acababan con rasguños en la piel y con algún mechón de pelo arrancado. Cuando le ayudaban a auparse, les apretaba los dedos con tal fuerza que les quedaban marcas. Cuando le salieron los dientes, les mordía con verdadera saña. Como la violencia se centraba únicamente en ellos, no dramatizaban y ni siquiera lo comentaban entre sí para evitarse reproches o acusaciones innecesarias. Debían mantenerse unidos para combatir la sensación de haberse equivocado en su decisión de adoptar o en la forma de educar  y también para superar una impotencia que parecía arrancarles las entrañas de vez en cuando. 
Los años de pre-adolescencia fueron un infierno, tenían miedo ante su mirada descarada y prepotente, ante sus airadas contestaciones, ante el odio que destilaba hacia ellos. Solo disponían de un mes de tranquilidad al año cuando lo enviaban a estudiar a Dublín. 
Un psiquiatra les tranquilizó: era un niño normal, que hacia equilibrios para controlar una mezcla diabólica de revolución hormonal y sensación de abandono por ser adoptivo.
Dejan a un lado esos nefastos recuerdos y empiezan a cenar. Los primeros minutos son distendidos, hablan de posibles sorpresas en los obsequios, de las cosas pendientes de realizar  el año recién estrenado. Eduardo, se empieza a aburrir pronto, bosteza constantemente, se mueve inquieto. Ambos se percatan enseguida de un cambio en su mirada, inyectada en sangre. A bocajarro, sin preámbulo alguno, les dice que no los quiere desde hace mucho tiempo, que el cambio que han notado en su forma de ser es falso, que le resultan impertinentes y babosos, y que su vida solo tiene  sentido sin ellos. 
Juan y Elena le miran sin dar crédito, sus caras transitan del color pálido al rojo, intentan contestarle, pero las lágrimas y los espasmos no les dejan articular palabra, mientras él sigue con un sinfín de reproches, de acusaciones dolorosas y apostilla que no son ellos los culpables, que tal vez en su ADN corre el de algún psicópata. Finalmente les explica cómo ha puesto el veneno en su comida y cómo está haciendo efecto en su organismo, cómo su piel va adquiriendo el color de la muerte y cómo ve que se cogen el estómago para controlar el dolor que se va sucediendo a intervalos cada vez más cortos. Les plantea lo que dirá a los demás y que le acogerán los abuelos que, a lo peor, sufran la misma suerte que ellos. 
Le interrogan con la mirada, aún incrédulos y se cogen al mantel deslizándose  hasta caer  al suelo. Agonizan durante unos minutos. Eduardo no puede dejar de mirarlos: parecen tan aterrados....
Les junta las manos. Coge el móvil de la mesa. Llama a su abuela, que no llega a entenderle bien por el llanto que entorpece sus palabras : 

-¡Ha sido un accidente, ha sido un accidente!


jueves, 19 de diciembre de 2019

Inventario


Me gusta
Me gustan sus ojos y verla reír, meterme en la cama, taparme, cerrar los ojos y pensar en ella, mirarme al espejo y verme guapo, subir escaleras, cuando termino de hacer deporte, el otoño y la primavera, el mes de abril y el de noviembre, sus piernas, los zapatos de tacón, sus labios y cómo besa, follar duro, el después y la espera, sobretodo la espera, estar a punto de acabar un libro, organizarme, desayunar, comer y cenar fuera de casa en soledad, mirar a la gente sin que se den cuenta, pasar desapercibido, moverme en bicicleta por las ciudades, pensar en las palabras y en por qué quieren decir lo que significan, comunicar y que me escuchen, escuchar guitarra y flamenco, las coletas y las trenzas, que me toquen, los idiomas y en especial el latín, Delibes y Cela, Borges y Cortázar, el olor a puro, ponerme música y llorar, despegar y aterrizar, tardar en llegar, viajar en tren y en avión, estar a su lado, tener agujetas, el tango y todo lo argentino, mudarme, cambiar de trabajo, las biografías, las películas clásicas, escribir relatos eróticos, y poesía, todo de ella.

No me gusta
Que me examinen, que me culpen, las resacas, la playa en verano, los barcos, que se vaya, que esté lejos, las reuniones, los congresos, las ferias, hablar del tiempo, viajar en coche, las alturas, el fútbol, los niños tristes, tener que decir que no, comerme las uñas, ponerme traje y corbata, los ‘resorts’.

Nunca he hecho
Nunca he vivido en otro país, ni he viajado África ni a Australia, ni a Rusia, ni siquiera a Japón. Nunca he ido a la Ópera, ni a la Puerta del Sol en fin de año. Nunca he corrido un maratón, ni he dado nunca una conferencia. Nunca he hecho huelga ni me he metido en política. Nunca he escrito una novela ni leído mis poemas en un escenario. Nunca he hecho de actor, ni siquiera en el colegio. Nunca he vestido la ropa que me gusta, nunca he bailado tango salvo en las clases. Nunca me he tirado en paracaídas ni he subido en globo, ni siquiera en helicóptero. Nunca he dormido en el desierto, ni al aire libre en la montaña, ni he bajado un río en kayak, ni he comido insectos. Nunca he podido olvidarla, nunca me acostumbré a estar sin ella.

Rafa Moreno



domingo, 15 de diciembre de 2019


ME GUSTA, NO ME GUSTA.
Me gusta tu mirada cuando repara en la mía y tu pícara sonrisa, no me gustan tus ojos ausentes, ni tu mueca de hastío; me gusta que me desees, que no puedas vivir sin mi, no me gusta que me ignores, ni que respires pese a mi ausencia; me gusta el calor de tu abrazos, no me gusta el frío de tu indiferencia; me gusta esa caricia que se entretiene en cada pliegue de la piel y el temblor de tu mano al dirigirla, no me gusta que se pare de repente y sin motivo; me gustaría morir de amor, no me gustaría perder la pasión.


NUNCA HE HECHO, NUNCA VOLVERÉ A HACER

Nunca prometí nada que no cumpliera, nunca volveré a prometer lo imposible; nunca me opuse a sus deseos, nunca volveré a ponerlos por delante de los míos;   nunca me dejé llevar por la locura, nunca más pondré límites a mi imaginación; nunca soñé despierta, nunca dejaré que mis sueños no se hagan realidad; nunca amé a más de una persona, nunca me volveré a prohibir hacerlo; nunca tuve bastante con lo que tenía, nunca he de querer tanto, he de querer más.



viernes, 13 de diciembre de 2019

Para el próximo día

Hola a todos,
para los que no vinisteis el último día, dijimos de hacer un ejercicio de me gusta/no me gusta, al estilo del que compartió Rafa, y otro de Nunca he hecho/nunca volveré a hacer. Listados breves, lo más poéticos posible.

Y por favor, leed el relato de Alice Munro que os enlazo, porque veremos la trama y lo usaremos para destriparlo:
https://bibliotecas.unileon.es/tULEctura/files/2014/04/Radicales-libres.-Alice-Munro.pdf

También comentamos de hacer una pequeña meriendilla navideña, de traer algo cada uno (esto quien quiera).
¡Feliz finde!

martes, 10 de diciembre de 2019

la cala

En septiembre del 2016, la cala de mis sueños ardió.


De todas las playas y calas del mundo, no hay otra para mi que la cala Granadella en Jávea. Su magia conmueve el alma y su pura belleza sosiega el espíritu. Cuando la descubrimos eramos pequeños, muy pequeños y no acertábamos a comprender en que radicaba su profunda y misteriosa belleza. A media tarde nuestros pies, sin sandalias, resbalaban por aquellos puntiagudos cantos, las piedras de la luna, cristalinos átomos de tierra que moraban allí. Nos sentiamos los reyes de la naturaleza en mitad de aquel libertario paraíso acompañados por los árboles, los pinos. Cuando la música del mar, su cadencia, los acariciaba, emitían una canción salvaje. Después continuaba el rito, nos metiamos en el agua y nos cubría, y así las risas se cunfundían con las olas e íbamos adentrándonos lejos de la abrupta orilla, donde las ondas del mar se perfilaban blancas y verdes.
Pero una tarde, aquellos intrépidos buceadores, se metieron entre las cuevas oscuras, las simas esotéricas, los laberintos. Mis hermanos nunca hacían caso, perseguían a los monstruos marinos y a las serpientes de colas sinuosas. Sus rostros desaparecían en la lontananza, buscando en las aguas trasparentes su destino.
Aquella tarde un despiste incierto los acompañaba al final de la cala, en el montículo primigénio, donde las olas chocaban buscando alguna llave mágica que los condujese al Vallhalla. La morena cabeza de mi hermano mayor desapareció, nunca encontraron su cuerpo. Siempre le había oido decir que la cala moriría con él, dudaba del poder regenerador de Granadella para reinventarse a sí misma, para surgir de sus propias cenizas como el ave fenix.
Después de tres años, después que el incendio asoló la bendita cala. La granadella estaba igual, con sus laberintos, sus seres malignos, sus serpientes de colas sinuosas, sus cantos rodados y el silencio
de sus mareas y la voz de mi hermano perdida entre las copas de los pinos, porque los intrepidos,
los valientes, son tragados por las olas nacidas de los recuerdos olvidados.

TINA ALARCON

miércoles, 4 de diciembre de 2019

La niña Lola

de Liris Acevedo Donís

Ahí están. Y el maldito tambor en mi cabeza. Brumduro, brumfuerte, esa locura que me mata.

Allí están. La misma marcha, masa, todas gritando como locas Bestias, malditas. Tantas mujeres juntas, qué peligro. Y la policía ahí como si nada. Los hombres nos hemos vuelto unos cobardes.

Allí estás. Con la cara de tonta, la inocente que no rompe un plato. Como si no te conociera. Allí estás con esa loca amiga tuya que apenas volteas ya está hundiéndote el puñal. Todas hablan mal de mí, lo sé, me descosen a chismes. Como si no las conociera. Como si fueran a salvarte cuando estás en las malas, tus grandes amigas. Todas rompen tambores, todas dándole duro como si fueran el pobre cuerpo del hombre que odian, con sus pies y su culo enorme gritando tonterías. Y tú ahí, cobarde. Luego vienes a esconderte donde mí porque sabes que te quiero. Maldita Tú y todas ustedes juntas. Mira que irte así.

Desde la esquina, escondido, Pedro busca a Lola entre la turba. Mira la marcha de mujeres como un río que pasa frente a él.“Si tocan a una, nos tocan a todas” corean. Pedro tapa sus oídos, da un paso atrás buscando esconderse mejor. Cuando le asalta la rabia, encuentra valor en su bolsillo. Mira que dejarme sin cena. Sabes que trabajo hasta tarde, que me levanto temprano y no sé hacer un huevo, lo sabes. Iría a por la barra de pan, le dijo, que ya volvía, sabe que no me gusta comer sin pan. Pero espera cinco minutos, diez. Sospecha que Lola se unió a la marcha, ella venía diciéndome ¡que valientes esas mujeres todas juntas! viéndolas pasar bajo el balcón. ¡Unas locas es lo que son! ¡Sin marido y sin ropa qué lavar! Pero en casa no sabe estar. Busca sus zapatos. Abre la gaveta de la cocina. Mira la sopa con el platico azul encima. Coge el cuchillo, lo mete en su bolsillo. Escucha la marcha. Se asoma al balcón. Ella no sería capaz.

Lola, a pocos metros de su casa, mira hacia atrás por sobre el hombro. Siente que la persigue. De fiato corto, apenas ruego, coge más fuerza a cada paso dejándose llevar por el río de mujeres que corea consignas. Aún tiene el miedo temblándole adentro, la mejilla izquierda amoratada, debí decirle que me quedaba donde Bea. Ojalá vea que le dejé la sopa sobre la cocina tapada con el platico azul. Puede cenar si quiere. Pero Pedro estará ofuscado esa noche, Lola lo sabe. Hasta que no regrese a casa y le pida perdón. Saca del bolso el pañuelo morado que le dio Virgilia, de un morado más brillante que su mejilla, y temblando se une al coro ¡No es no, lo demás es violación! ¡No es no, lo demás es violación!

¿Estás bien? Le dice la compañera a su lado.

Lola asiente bajando la mirada. Aún puede llegar y arrastrarme a casa. No es igual estar aquí que ver la marcha desde el balcón, dice la mujer a su lado. Lola asiente y sigue, unida al abrazo de la larga hilera de mujeres ¡Si tocan a una, Nos tocan a todas! Muda. Mudísima. No acierta a repetir lo que escucha pero marcha. Esta vez marcha. No está sola desde su balcón oyendo el clamor. Ahora sus pies pisan el mismo piso de tantas mujeres, y su cuerpo, es voz en medio de la noche “¡Sola, borracha, quiero llegar a casa!” Sí, eso quiero, se atreve a pensar. La calle, la noche, también son nuestras” en medio de tambores, cada vez más ella, convencida de que otra noche como la última no sobrevive. “¡No es no! Lo demás es violación”. El ardor, las náuseas. Pero está marchando. Si él quiere, puede calentarse solo su cena. Pero se detiene. No. No lo hará. “Ni un paso atrás” “Ni un paso atrás”. Y su padre le grita, y su hermano le grita, y su marido le grita. Por eso esta noche Lola marcha aunque no se atreva a abrir la boca. Con la pañoleta morada en un puño, mira sus pies marchando. Mira los pies de todas juntas, los de la mujer de al lado, En cholas, dios, con este frío, pobrecita Sube la mirada y la mujer la abraza Denuncia archivada, mujer asesinada”.

Pedro se calza el otro zapato. Coge la chaqueta, baja los escalones. Un pan no tarda tanto, no me jodas. Mira que ponerme a trasnochar sabiendo que mañana madrugo para darte de comer. Pero no llegarás lejos esta vez. Siempre vuelves mansita cuando te echas al mundo ¿Acaso no soy yo quién te compra el champú de romero que te gusta?¿quien te trae bombones cuando te viene la regla? ¿qué más quieres? ¿qué necesitas buscar afuera si todo lo tienes en casa?. Otra vez, el resonar de tambores vibra en su cabeza. Brumduro, brumfuerte, esta locura me mata. No eres capaz de sobrevivir sin mí, no confías en las mujeres. Pedro llega a la calle. Corrobora en su bolsillo el metal filoso. Busca entre la turba el vestido azul, el cabello largo de Lola.

Pero Lola ya no mira atrás. Siente el latido bravo, brioso, rústico, antiguo, de los pies rompiendo contra el asfalto. Miles, millones de pies andando con los de ella. A esta hora no duerme, me escucha detrás de las paredes. Si cojo un vaso, si lo rompo, si escancio menos vino en la garrafa, si pongo un pie en falso. Me espía en cada movimiento. Si al teléfono no es mi madre se enfurece, aunque me llame Bea. Ni de su propia hija quiere saber. Los tambores hacen un ¡Alto! ¡Una compañera ha caído! Las mujeres ayudan a la que se cayó, le ofrecen agua. ¡Vino, queridas mías. Mi cuerpo pide vino! Y entre risas retoman las pancartas “Estoy hasta las tetas, de hacerte las croquetas”. Lola susurra el lema ¡En alto, tonta, que él te oiga! Lola con timidez repite tapándose la boca “Estoy hasta las tetas...de”. Ríe. ¡Bien, ahora más alto! y ahora nadie la detiene. No sabe dónde dormirá esa noche, ni si Pedro cenó la sopa, el miedo es agua diluyéndose por su cuerpo. Entonces, por detrás, en medio de la turba, una mano la alcanza ¡Lola!

Lola calla, suelta la pancarta. Casi no respira. Se da la vuelta.
- ¡Mi niña Lola, viniste! 

Virgilia se le echa encima. Lola se deja abrazar petrificada.“¡Virgilia...lo dejé sin cenar!”

-       Y se echan a reír a boca de jarro. Virgilia ve el morado en su mejilla, se quita su pañoleta morada y la pone en su cabello largo haciéndole un atado florido. “El patriarcado nos da patriarcadas, ¿no? ¿Entonces? ¡Vamos que no te oigo! “¡El patriarcado nos da patriar...qué?!” "¡Fuerte, que te oiga!"“¡El patriarcado nos da patriarcadas!” Lola repite riendo, cada vez más alto. Más alto. Altísimo. 

Pedro se cuela entre consignas acariciando en su bolsillo el metal. Con este frío, sin nada en el estómago, así es que me obligas a salir, estúpida, camina bufando. Estas cosas no se hacen...

Allí la ve, muerta de risa. A su Lola.

 “Ni un paso atrás” “Ni un paso atrás”

Ahora sí te vas a reír con ganas, y se lanza a empujones, entre codazos. 

Una pelirroja advierte ¡Mujeres, otro loco! 

La policía avisa a la patrulla, A nivel de EVO Banco. Gran Vía. Copiado. 

Brumduro, brumfuerte, saca el filoso cuchillo. Virgilia se interpone ¡Corre Lola! ¡Corre! Su brazo sangra, Pedro se levanta con más fuerzas, va hacia Lola. Pero Lola no se mueve. Se queda junto a su amiga esperando al cobarde que la ha herido. El resto de mujeres la rodea en hoguera ¡Ni una más! ¡Ni una más! ¡Ni una más! La policía sujeta a Pedro, lo inmoviliza. "Si tocan a una, nos tocan a todas!" Y el resto de hombres se planta junto a ellas como un escudo. 

Cuando se lo llevan, escupido por la turba, Lola mira a Pedro a los ojos. Pero esta vez no tiembla. Esta vez sabe que no está sola. Que es fuerte. Más de lo que creía.

Noticiero:
Granada, 25 de Noviembre de 2019. En la marcha por el día en contra la violencia machista, mientras las mujeres marchaban en mitad de la avenida elevando consignas contra el maltrato, un hombre salió de la turba empuñando un puñal, y embistió contra una de las mujeres marchantes a la que intentó herir. La mujer lo evadió, pero hundió el puñal en otra de sus compañeras. El hombre fue apresado por la policía ayudado por el resto de mujeres que lo retuvo. Permanece detenido hasta aclararse lo ocurrido.


¿Qué es la vida?


¿Qué es la vida?

La senda otoñal asciende hoy a lo más alto de la añoranza. Desde allí percibo toda mi vida, a la joven que fui, sin apenas reconocerme en ella. Ha sido un camino de rosas con sus correspondientes espinas. Ahora estoy plasmando en estas lineas lo que tantas veces he pensado escribir: todos los avatares por los que he pasado y los duelos que he tenido que superar. Pero ¡ojo! todo no ha sido triste. Con la perspectiva que te permite la distancia, percibo que he sido soñadora y que aún lo soy; que he sido luchadora y que aún lo soy; que he sido rebelde y aún ahora tengo ese punto de rebeldía. Y sobre todo, que no me ha faltado el DESEO. El DESEO es primordial para poder vivir la vida. Sin deseo no puedes sentirte viva. Y aún en las peores circunstancias, que las hay, nunca me ha faltado. La falta de DESEO solo se puede calificar como pasar por la vida sin vivirla. Estoy de acuerdo con Pablo Coelho cuando dice: “Lo Fácil ABURRE. Lo Difícil ATRAE. Lo Complicado SEDUCE y lo Imposible ENAMORA”.

Fuente: Interpretación libre del artículo de El País Chicas raras de Edurne Portela

Vendo mi vida


Noticia: https://elpais.com/sociedad/2007/01/24/actualidad/1169593201_850215.html

Vendo mi vida

Salió mal, como todas las locuras que se hacen por amor.

El día que dejé mi casa mi perro dejó de mover la cola, y sus ojos tristes buscaban respuesta en los míos, que, silenciosos, apartaban la mirada avergonzados. Mis tres únicos amigos me reprocharon haber comerciado con su alma, y mis clientes, atónitos, se despidieron de mí educadamente confiando en que el adiós fuera definitivo, pues en el fondo nunca les había caído bien, y ahora que no podían sacar nada de mí todos esperaban perderme de vista para siempre. Pensé en mi móvil, que por fin descansaría.

Volvió Inés a mis pensamientos. A sus treinta y ocho seguía siendo guapa, perfecta. Yo estaba loco por ella. Ojos verdes, cabello negro, y una voz dulce, alegre, embriagadora. “Daría mi vida por ella”, me había dicho a menudo. Hasta que por fin decidí hacerlo. Lo fácil hubiera sido matarme y dejar una nota: “muero por ti, amor”. Pero no. No estaba dispuesto a que el resto de mis años se desperdiciaran, así que decidí venderla, vender mi vida. Tenía que conseguir que alguien pagara el precio justo por ella. Al fin y al cabo, aunque era mediocre, algo valía. Así que me metí en Wallapop y, a falta de una categoría adecuada, me decidí por “Varios” y escribí: “¿Quieres ser yo? Vendo vida, todo incluido. Cinco mil euros negociables.”

Se la traspasaría al que me pagase más, fuera quien fuera. No me importaba qué intenciones tuviera. Entre varias negociaciones, por fin llegué a un acuerdo con un usuario de esos que dejan pseudónimos. Es normal, pensé, alguien que compra una vida es porque no tiene nombre. Así que quedamos en el bar de mi calle, que a partir de entonces sería la suya. Sólo debía darle las llaves de mi casa, pues el trato lo había cerrado por internet y el dinero llegó a mi cuenta corriente veinticuatro horas después del acuerdo. Él llevaría un pañuelo rojo para identificarse. Mientras caminaba hacia el bar no podía para de pensar en en Inés. Estaba seguro de que explotaría de alegría al saber lo que había hecho por ella: dar mi vida entera. Se rendiría ante mí y me besaría, por fin, y por fin saldría de sus labios un “te quiero”. Por eso cuando abrí la puerta del bar y la vi, pensé que seguía imaginándola.

Mis ojos recorrieron la estancia tratando de encontrar a mi particular comprador. Despacio, la mano que sostenía las llaves se abrió y el ruido metálico contra el suelo de gres me condujo a la realidad: en aquel bar, sólo Inés llevaba un pañuelo rojo.

Rafa Moreno

La Becaria

Hace dos semanas entré como becaria en esta agencia de publicidad. No es la más grande, pero sí de las mejores. Por aquí han pasado grandes...