En septiembre del 2016, la cala de
mis sueños ardió.
De todas las playas y calas del mundo,
no hay otra para mi que la cala Granadella en Jávea. Su magia
conmueve el alma y su pura belleza sosiega el espíritu. Cuando la
descubrimos eramos pequeños, muy pequeños y no acertábamos a
comprender en que radicaba su profunda y misteriosa belleza. A media
tarde nuestros pies, sin sandalias, resbalaban por aquellos
puntiagudos cantos, las piedras de la luna, cristalinos átomos de
tierra que moraban allí. Nos sentiamos los reyes de la naturaleza en
mitad de aquel libertario paraíso acompañados por los árboles, los
pinos. Cuando la música del mar, su cadencia, los acariciaba,
emitían una canción salvaje. Después continuaba el rito, nos
metiamos en el agua y nos cubría, y así las risas se cunfundían
con las olas e íbamos adentrándonos lejos de la abrupta orilla,
donde las ondas del mar se perfilaban blancas y verdes.
Pero una tarde, aquellos intrépidos
buceadores, se metieron entre las cuevas oscuras, las simas
esotéricas, los laberintos. Mis hermanos nunca hacían caso,
perseguían a los monstruos marinos y a las serpientes de colas
sinuosas. Sus rostros desaparecían en la lontananza, buscando en
las aguas trasparentes su destino.
Aquella tarde un despiste incierto los
acompañaba al final de la cala, en el montículo primigénio, donde
las olas chocaban buscando alguna llave mágica que los condujese al
Vallhalla. La morena cabeza de mi hermano mayor desapareció, nunca
encontraron su cuerpo. Siempre le había oido decir que la cala
moriría con él, dudaba del poder regenerador de Granadella para
reinventarse a sí misma, para surgir de sus propias cenizas como el
ave fenix.
Después de tres años, después que el
incendio asoló la bendita cala. La granadella estaba igual, con sus
laberintos, sus seres malignos, sus serpientes de colas sinuosas, sus
cantos rodados y el silencio
de sus mareas y la voz de mi hermano
perdida entre las copas de los pinos, porque los intrepidos,
los valientes, son tragados por las
olas nacidas de los recuerdos olvidados.
TINA ALARCON
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