martes, 16 de junio de 2020

La Becaria

Hace dos semanas entré como becaria en esta agencia de publicidad. No es la más grande, pero sí de las mejores. Por aquí han pasado grandes talentos que luego se han independizado y se han convertido en genios de la publicidad reconocidos mundialmente. Las grandes empresas se rifan las agencias como ésta para hacer las campañas más fuertes a nivel nacional. Cierto es que no es la única agencia buena que hay, pero para mi es la mejor. Me encantaría poder demostrar mi talento. Me he esforzado mucho estos años de universidad para poder llegar hasta aquí. Estas prácticas no son remuneradas, pero si lo hago bien quizás me contraten.

El edificio es una antigua fábrica, y el espacio es diáfano y con techos muy altos. Cuando la rediseñaron para convertirla en agencia, no quisieron poner paredes ni muros para favorecer las sinergias entre distintos departamentos. Las mesas, todas conectadas entre si, tienen formas curvas, formando un entramado de calles, similar a la forma de un cerebro, en cuyo centro hay una mesa ovalada, donde solemos tener los brainstorming o lluvias de ideas.

Estoy sentada ahí ahora mismo, esperando a mi equipo para decidir el nombre y la imagen de una marca de zumos que va a salir nueva al mercado. En mis manos tengo un papel que Víctor, mi jefe, me ha pedido que coja de su despacho, con las guías para la reunión: nombre de marca, logo, identidad visual, mensaje.. Todas las pautas que deberíamos plantearnos en este brainstorming. La hoja está impresa, pero por detrás tiene un número de teléfono escrito a mano y ningún nombre. Supongo que hablando por teléfono alguien se lo habrá dictado y lo habrá apuntado en el primer papel que se ha encontrado, que ha sido este.

Mientras espero a que lleguen Rosa, Sergio, Alberto y Víctor voy dando vueltas a posibles nombres para la marca. Luego los iré diciendo poco a poco, como si me vinieran espontáneos a la cabeza. Summ, Zuming, Frutopía.. Estoy tan nerviosa que no me puedo concentrar. Me pregunto de quién será ese número. Igual es de algún cliente. Igual es para un proyecto nuevo. Voy a escribirlo en google a ver qué tal. Si es de alguna empresa supongo que saldrá enseguida.

Tecleo uno a uno los números y le doy a buscar. Nada. Igual es de un alto cargo. Quizás es de una novia. O novio. Que todavía no sé de qué palo va Víctor. Es un tipo ambiguo, la verdad. Sé que vive solo, que le va la marcha y que tiene un Mini. También sé que la última secretaria que tuvo, una tía un poco mayor, bastante seria y que le decía las verdades como puños, fue reemplazada por una jovencita pechugona que dudo que tenga el cerebro más grande que un implante de silicona.

Mientras le doy vueltas a la ambigüedad de Víctor me aparece una sugerencia de Siri. El número desconocido está en mi lista de contactos. Siento cómo el aire acondicionado me abofetea la cara. Llegan Rosa, Sergio, Víctor y Alberto, todos a la vez.

- Ey Lucía, ¿a qué se debe esa cara de tomate? – me dice Sergio
- Déjala, no le saques los colores – Interviene Rosa
- Para tomates los de la nueva secretaria de Víctor – dice Alberto con cierta mirada lasciva
- Venga chicos, dejad los tomates y vamos a los zumos – Corta Víctor
- También existe el zumo de tomate, ¿no? – comenta Alberto con cara de sorna
- A lo que vamos, tío. Que si no no acabaremos nunca y ya estamos empezando tarde – insiste Víctor

lunes, 15 de junio de 2020

Entre paréntesis


de Liris Acevedo Donís

(Vamos, Severo, que ya lo practicaste. Ponte ahí, ahora, frente al público, espera que termine tu ex alumno y… ¿cómo es que se llamaba ese chico?...)

-          …les dejo con el escritor y profesor emérito, Severo Duarte, merecedor de este reconocimiento de la academia de las Letras. ¡Adelante, Profesor!

Aplausos del público. Severo entra desde detrás del escenario enfundado en su pulcro traje marrón, cargando el legajo de su discurso en una mano, apoyado en su bastón. Matilde, su esposa, aplaude desde la primera fila. Su rostro cansado y afable, sonríe levemente recorriendo de pies a cabeza la impoluta imagen de su marido que toma lugar detrás del micrófono, al centro del escenario. Severo aclara su garganta. Mira el estrecho espacio frente al micrófono, y su discurso de letras danzantes. Aclara su garganta (Oh, señor, dame la fuerza y el coraje de contemplar mi corazón y mi cuerpo sin asco... ¿y si comienzo así? ¿Si comienzo con Baudelaire en vez de...? Vamos, Severo, no inventes a última hora. Lee lo que traes preparado). Cesan los aplausos. Alguien tose al fondo. Severo despliega los folios sobre el pequeño podio levantando la vista hacia Matilde. Y lee.

           Excelentísimos Señores académicos,

Comienzo mi discurso agradecido por haberme concedido este gran reconocimiento. Diría que no lo merezco, pero he trabajado tan duro toda mi vida, que aunque tenga tantas ideas aún no consolidadas que me persiguen, pecaría de falsa modestia si digo que este premio no me lo esperaba. Esa mentira a mis 77 años sería imperdonable. Entonces, mereciendo este honor…

           El público ríe.

…vengo como el mono aquél de Kafka, lleno de satisfacción por haber superado el estadio animal y haber podido cristalizar gran parte de mis ideas en tomos que han llegado al mundo entero. En eso soy admirable, sin duda (no te dejes halagar por esas risas. Ve al grano, vamos. No vienes a hablar de tí). Pero debo decir también, que en una obra como la mía, obsesionada con el tema de la culpa, todo reconocimiento no alivia mi angustia más recóndita, ésa que jamás ha llegado a calmarse. No admitirlo, sería como si el tiempo nos hiciera olvidar lo que también el hombre ha sido capaz de hacer como los campos de concentración durante el nazismo, ¡y eso también es obra humana! También obras como las del Renacimiento...cierto, pero lo que vengo a decirles aquí es que somos capaces de grandes contradicciones, y que los actos más irracionales y egoístas eclipsan con creces hasta los actos más nobles y filantrópicos. Advirtiendo esto, intentaré pergeñar aquí algunas reflexiones que dejen constancia de que premios como éstos, si bien compensan trasnochos e íntimas recriminaciones, jamás darán la medida justa de lo que debimos sacrificar por él. Y no es casual que hable de morir cuando la notoriedad con la que hoy se me reconoce, sea el único traje que me lleve a la tumba, como suele ocurrir con escritores que le han dado la espalda al mundo. Así que permítanme con este discurso ventilar mi grandes contradicciones, eje de mi obra, para que vean emerger ese gran sentimiento de culpa que no he podido acallar por más que escriba.

Matilde baja los ojos. Saca de su bolso un pañuelo con el que seca el sudor húmedo de sus manos. Escucha a su marido, allí, en lo alto.

Pero no vean en mis palabras sólo la pertinaz autocrítica. Para que se desarrolle en alguien la persecución de una conciencia enlodada, debe preexistir un Pepe Grillo que te hale cada cierto tiempo a la tierra. Vamos, ¡que no te creas las mentiras de tus propias páginas! ¡ni siquiera el talento que todos dicen que en ellas respira! Pero en toda esa farsa, la literatura ha sido mi gran aliada. Tanto, que con ella he podido sortear fallos que en un tribunal de conciencias me hubiera llevado a la horca (¿Por qué das tantas vueltas, Severo? ¡Termina de decir lo que viniste a decir! ¡Sáltate esas páginas! ¡Basta de tanta verborrea!).

           Severo adelanta varios folios. Retoma su discurso, en otro punto. Matilde lo mira extrañada.

Con la literatura, decía, he conseguido una salida lo más ajustada posible a mi condición de esclavo de conciencia.  Y temo que no se entienda bien lo que para mí significa "salida", como dice el mono de Kafka. Lo diré con sus mismas palabras… “empleo la palabra en su sentido más preciso y más común. Intencionadamente no digo libertad. No hablo de esa gran sensación de libertad hacia todos los ámbitos. Cuando mono posiblemente la viví y he conocido hombres que la añoran. En lo que a mí atañe, ni entonces ni ahora pedí libertad. Con la libertad - y esto lo digo al margen - uno se engaña demasiado entre los hombres”. Entonces, salida no es libertad, pero al menos he podido creer que es libertad y evitar, huyendo en mis ficciones, que algo se pudra dentro de mí.

Pero si de verdad les interesa, Señores y señoras, lo que voy a contar lo primero que querrán saber. Dónde nací, cómo fue todo ese rollo de mi infancia, qué hacían mis padres antes de tenerme, y demás puñetas estilo David Copperfield, pero no tengo ganas de contarles nada de eso, como dice mi querido amigo Holden (¿el amigo querido de tu hijo, más bien ¿por qué mientes?). Y recurro a él porque creo que la mejor literatura es ésa que habla de lo que nadie dice, la que está al margen de lo escrito, ésa que debe leerse entrelíneas, entre paréntesis, imaginando aquello que el escritor no dice dentro de su propio discurso. Ojalá pudiera lograr que mi escritura fuera eso, que hablara sobre lo que no se nombrar aún, como si las palabras salieran de un mí mismo sin intermediarios, traducidas por un espíritu superior que habla por mi boca. (¿Creerían si les digo que después de 60 años dedicados a escribir, no he llegado a decir más que incongruencias e hipocresías?) Y a estas alturas,  imitar el habla desnuda y clara de un niño es a lo único a lo que aspiro. Palabras transparentes, monosilábicas, que designen con sencillez lo que nombran,  sugiriendo el hondo significado detrás de ellas. Volver así a creer en dios. Una simple canción pop lo diría mucho mejor que yo, les aseguro (¿Sabrías mi nombre si te viese en el cielo? / ¿Me reconocerías si me vieses en el cielo? / Debo ser fuerte, y seguir adelante, porque sé que no encajo allí en el cielo ¿vas a cantarles esa tonta canción? ¿A la academia?). Digamos que (no intentes ocultar tu tono dolorido, de nada vale ¡Sáltate estas páginas! ¡Bota esa verborrea!) …para mí, escribir ahora, es escribir sobre lo que a nadie le interesa leer. Hablar, por ejemplo, de lo que se sacrifica en el camino de ser un notable escritor al que reconocen en una academia de Letras. Haber dedicado tu vida entera a descifrar y nombrar el mundo sin haber estado jamás presente en tu vida. Tu vida al margen, tomando calladas decisiones para tus personajes mientras que la vida entera de las personas que te rodean se cae a pedazos. Sí. Y diciendo esto no espero que la literatura lance su flotador para poder salvarme, no. Ahogarme, morir, y sin la esperanza de escribir dentro del estómago de la ballena. Digamos pues, que… (No, Severo, aquí no lo nombres. Sería muy tonto traer su memoria entre esta gente que vino a pasar la tarde despreocupadamente, no le interesa tu vida sino tu ficción...) ...digamos que, no estuve esa noche en que mi hijo Gabriel, decidió saltar por la ventana de su cuarto, y mientras yo escribía una historia que ahora mismo ni recuerdo (sí recuerdas, era la de tu sublimado affaire con la chica de la limpieza, no mientas), jamás pensé que dentro de mi casa, mi único hijo, tomaba la decisión de alguno de mis personajes. 

Un ligero murmullo. Severo tose, detiene su lectura. Toma un poco de agua. Matilde estruja el pañuelo entre sus manos, mirando por el rabillo del ojo al Rector a un lado, y al Secretario de cultura, al otro, sin pronunciar palabra.

(Matilde no volverá a hablarte cuando bajes del podio, Severo. No te perdonará sólo porque reconozcas en público, como parte de tu delirio egocéntrico, que no estuviste cuando ella tanto te necesitó. Vamos. ¡Como si tu hijo reviviera oyendo con tu Mea Culpa! Sabes que fue tu hambre de reconocimiento lo que te alejó precisamente de él. Así que calla, por favor, no lo nombres para ser perdonado. Sigue leyendo…o sáltate tanta verborrea y regresa a casa). Retomo a Kafka, y hablo con sinceridad  - por más que me guste hablar de estas cosas en sentido metafórico -, que cuando se trata de la vida sencilla, y de lo que hace mantenernos en pie, sabemos muy poco. Eso que las mujeres de todas las generaciones hicieron sin ufanarse, estar allí presentes a diario, levantar una familia, apoyar al marido sin abandonar su espacio de sombra, de eso, señores, no sabemos nada. Vamos izando nuestros templos por el mundo, alejados del trato cercano que es la vida. ¡Y cuando menos pensamos, sólo estamos hablando de nuestro propio laberinto literario! Desconectados. metidos en cárceles de palabras, olvidamos que la literatura es imagen de esa realidad inasible que vivimos como ficción en nuestra intimidad. Laberinto de memorias que se enfrenta a una perfección jamás lograda. ¿Y el hombre? Pobre, pobre…diría Vallejo. (Vuelve los ojos locos, y la nostalgia de todo lo vivido se empoza, como charco de culpa, en la mirada).

Severo mira un punto invisible en el espacio y allí se queda en infinita pausa. Matilde no deja de mirar al suelo sabiendo de qué habla su marido. Hasta que Severo regresa a esa sala, mira frente a él a un público expectante, se humedece los labios con un poco de agua, y sigue.

El hombre,¿Dónde queda el hombre detrás del escritor? ¿Qué hace para nutrir su propia mímesis? Cuando sepa responder con coherencia y humildad a la ecuación del creador que no es dios, podré decir que tanta tinta ha valido la pena. les aseguro. Cuando nadie a tu lado tenga que morir para que tu nombre brille, podré decir que tanta tinta ha valido la pena. Cuando la mujer que oyes insomne recorrer la casa a media noche, esparciendo cenizas de tu hijo en cada respiro, todos la reconozcan como coautora de tu triunfo, podré decir entonces, que tanta tinta, ha valido la pena. De lo contrario, ese rastro que dejo es la herida cruel de una ironía, que como dice Paz, desangra toda analogía. El hombre, pues, detrás de la seguridad de su escritura, es ése pobre romántico que anhela volver al universo armónico que lo expulsó, y entonces se refugia en su ego para no sentir la escisión (has cruzado el umbral de aguas de la Estigia, Severo. No te detengas aquí, sigue navegando. No voltees a ver la orilla. Atrás no hay vuelta. Nómbralo aquí, a tu hijo, que está en la punta de tus labios. Que su nombre resuene en esta sala). Cuando miras largo tiempo al abismo, y el abismo mira dentro de ti, como dijo Nietzsche, no estás con nadie más tú mismo frente a todos aquellos que ofendiste dándoles la vida para luego olvidarles. Estás frente a frente con tu propia creación, sin escapatoria. Y tú, frente al juez de ti mismo, como en un juego de espejos, aterrador e infinito, siempre volverás a esa locura por más que de ella huyas. Perdónenme... (has perdido la brújula, Severo, regresa a tus papeles).

Severo rebusca entre sus papeles algo que no halla. Matilde abajo, se coloca en la punta del asiento a punto de ir a ayudarlo. Pero Severo la mira, sostenido su bastón a punto de caer, y retoma su equilibrio (deberías parar aquí, hombre. Ya no dices nada que aliente a la escritura. mira esos chicos esperando consejos, ¿y vienes aquí a hablarles de la muerte? Aférrate a Vallejo y termina esto de una vez “…Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos la resaca de todo lo sufrido se empozara en el alma. Cierra este dolor así, y concluye con cierta dignidad este discurso). Severo mira al público. Pareciera que dejará de leer y seguirá una charla (ángel pleno de virtud, ¿conoces esta angustia que comprime mi corazón como un papel arrugado?) pero mira a Matilde y retoma las fuerzas. Ahora sólo quiere bajar y abrazarla. Caminar junto a ella la larga ladera hacia su casa en infinito silencio, y abrazarla (¿cómo te devuelvo la vida que te dí, amada esposa?). Mira al público que aplaude y sonríe. Debería terminar aquí…si quiero que ustedes me sigan leyendo. 

El público ríe. 

(entonces di lo que no te atreves. Aunque seas la burla de este templo de saberes). Hablando con sinceridad - por más que me guste hablar de estas cosas en sentido metafórico -, un escritor no puede mentirse a sí mismo aunque sepa mentir tan bien a los demás...En estos días, me ha dado por escuchar un disco de Eric Clapton, un músico que le gustaba mucho a mi hijo… (¿de verdad, vas a hablar de eso? ¿De la denostada cultura popular que tanto te hizo discutir con Gabriel? ¿En serio? Pero mira los ojos de Matilde que ríen. ¿Hacía cuánto tiempo que no la veías reír?)…les decía, en ese disco, encontré una letra tan sencilla pero que superaba con creces todo lo que he intentado decir en este tiempo...porque ¿hay alguna manera no dolorosa de hablar de la muerte? ¿existen palabras bellas, lúcidas, luminosas, nuevas, para hablar de la muerte? (Calla, Severo, no lo nombres.). Y sí, permítanme recitarlas: (Perdóname, Matilde, toda la noche leyéndote mi discurso...sé que no esperabas esto). ¿Sabrías mi nombre si me vieses en el cielo? / ¿Me reconocerías si me vieses en el cielo? / Debo ser fuerte y seguir adelante, porque sé que yo no encajo aquí en tu cielo...

Matilde estruja el pañuelo entre sus puños cerrados. No levanta la mirada del suelo.

…y entonces te preguntas, ¿de qué va todo lo escrito, si no he sido capaz de decir algo tan simple? Y esto, señores, me ha conmovido, siento decirlo. Esas palabras tontas, cantadas por un músico popular que le gustaba mucho a mi hijo. Por eso pido excusas, señores académicos que me honran con este premio, pero olvidé escribir después de su muerte. La vida me ha superado. Las palabras no me sirven. Y la ficción a veces te ayuda, pero otras, como ésta que vivimos mi esposa y yo, no mucho, es la verdad. Cada día es una montaña enorme a la que vemos su inmensa espalda che mena dritto altrui per ogni calle, sin saber cómo hacer para escalarla (poeta Dante que estás en la tierra, en el agua, en el aire, y como Gabriel, en toda la extensa latitud silenciosa). Debo reencontrarme, pues, perdí el camino recto. Porque como dice Holden, el chico de "El guardián del Centeno", si la vida es un juego, les aseguro que es una juego de mierda. Porque si te toca del lado de los que cortan el bacalao, desde luego es una partida buena, pero si te toca del otro lado, joder…no veo cómo puedas jugar. Y creo que a nosotros nos ha tocado una mala partida. Una que te quita todas las certezas, las ganas de vivir. 

Por eso, ya a estas alturas, creo que los mejores libros son aquellos donde estas conectado estrechamente con la vida. Cuando metido en tu mundo de adentro, sigues respirando el mundo de afuera, en fluir armonioso como la respiración, potenciando entre ambos la vida toda. Son ésos libros que, como me decía mi hijo, cuando acabas de leerlos piensas que ojalá el autor fuera muy amigo tuyo para poder llamarlo por teléfono cuando quisieras. Ésos son los libros que desde ahora quisiera  aprender a escribir. No hay muchos así, les aseguro. Pero escribir de ese modo o callar para siempre. No todo tiene que decirse. Y si no escribo más, tampoco pasa nada. Dejemos que el silencio nos escriba, y como dijo el poeta Cadenas, Si el poema no nace pero es real tu vida, eres su encarnación. Entonces, regresar a la vida sencilla sin la obsesión de nombrarlo todo, dejando algo en la sombra inconquistable, como cuando callábamos percibiendo la vida inefable en cuanto nos rodeaba. Y concluyo aquí, que en esa nueva vida de escritor, quisiera que ella fuera nombrada, Matilde Lizarraga, mi mujer y madre de nuestro hijo dormido, porque todo esto que soy y digo, es reflejo de lo que ella emite, y nuestra propia vida es encarnación del poema que no hemos escrito aún. Ella, mi cable a tierra, merece este reconocimiento más que yo, por haber sobrevivido a lo imposible. Por mi parte, y cerrando también con el gran Kafka, he logrado lo que me había propuesto. Y no se diga que el esfuerzo no valía la pena. Sin embargo, no es la opinión de los hombres lo que me interesa (sólo estoy informando. También a vosotros, excelentísimos señores académicos).

Severo guarda sus folios doblados en el bolsillo. Aferra fuertemente el bastón en un puño, y baja, una a una, las escaleras, rechazando toda ayuda de quien viene a su encuentro. Va directamente hacia Matilde que le espera con la mano tendida, y juntos, bajo un aplauso que comienza tímidamente goteando como lluvia fina a su paso, luego se hace cascada sobre techo de zinc, y después tormenta escandalosa por el largo pasillo entre un público sin rostro que se levanta a aplaudirlos, a ellos, a Severo y Matilde con su larguísima sombra detrás del hijo lejos, que salen en mitad de esa tarde saturada de estrellas.


sábado, 13 de junio de 2020

¿Por qué tuve que entrar sin llamar ? ¿ Y ahora qué hago ? 25 años en la empresa. Su mano derecha. Sí, se lo dice a todo el que quiere oírle : Lara es mi mano derecha. Sin ella no podría vivir ¡ Y una mierda ! ¡ Claro que podrías vivir y ya lo creo que vives sin mí !  Mira que era mona cuando me hizo la entrevista para contratarme. 23 añitos, ahí es nada. Me temblaba todo el cuerpo, balbuceaba al hablar cuando me preguntaba si sabía mecanografía y yo no atinaba a decirle nada. No podía mirarle a los ojos ¡Qué tonta era! Aunque a él parecía importarle poco el sonido de mi voz y los estudios que había hecho, daba vueltas a mi alrededor mirándome de arriba a abajo. Estaba muy guapa. Lo recuerdo como si fuera ayer ¿ Y ahora qué hago ? ¿ Cómo se tomará que lo haya visto ? ¿ Tengo que hablar con él ? ¿ Sigo como si tal cosa ? Le gusté desde el primer momento. Lo noté. Él también era muy guapo ¡ Qué ilusión me hizo cuando me contrató ! Pero tantos años haciendo lo mismo… qué aburrimiento. Lo conozco como si lo hubiera parido. 25 años por y para él. Bueno eso de que lo conozco no es verdad, después de lo que le he visto hacer ¡ No me lo hubiera imaginado en la vida ! Un santo dicen. Me río yo del santo. Si se supiera… ¿ Pero quién soy yo para juzgarle ? También tengo mis secretos. Estoy nerviosa, así que mejor llamo a la oficina y digo que no me encuentro bien. No sé si seré capaz de hablar con él. Si dejo pasar unos días… También podría llamarme él y explicarse. Eso es lo que haría un hombre y más si es el jefe. Y más si ha sido tu amante durante años. Qué años más bonitos pasé con él. He viajado por medio mundo con la excusa del trabajo. Pero se acabó hace mucho. Y se acabó como empezó, sin que yo me diera cuenta ¡ Qué cerdo ! ¡ Con lo que yo lo he querido ! Sí, me regaló joyas, vestidos, me llevó a los mejores restaurantes y a los mejores hoteles, pero de tapadillo. Y mi madre agobiándome con lo de buscar un novio, con lo de que se te pasa el arroz, con esto y con lo otro y es que la muy zorra supo antes que yo que me liaría con el jefe – Un clásico, decía. Y tenía razón, me destrozó el corazón, el muy cabrón. Cuando empecé a quejarme de ser la otra y al mismo tiempo, que ya es mala suerte,  asomó alguna cana y algún michelín, puso pies en polvorosa. ¿ Por qué no dejé el trabajo entonces ? Le hubiera sacado una pasta y hubiera tenido dignidad. Pero no, me tuve que quedar para sufrir cuando compraba las rosas para su mujer o le organizaba una cena romántica con el nuevo ligue ¡Qué tragaderas he tenido Dios mío! Y ahora esto, lo que me faltaba. Si lo comento con mis amigas me pedirán que lo cuente a todos los empleados y a su familia. Lo sé porque son unas guarras todas y no han podido soportar que durante tanto tiempo pudiera llevar la vida que llevé, mientras ellas se morían de asco con sus parejas, sus pareados y sus niños gritones. Yo no soy como ellas. Yo soy mucho mejor y no voy a delatarlo. Además le quise y mucho y eso debe contar ¿ O no ? Me duele la cabeza, el estómago lo tengo encogido. Normal. Voy a darle vueltas. Pero soy muy indecisa. Eso ha sido un problema en mi vida. No me decido nunca y esta vez, por muchas vueltas que le dé, no va a ser diferente. Por eso tardé tanto en aceptar vivir en el apartamento que me compró. Mi indecisión crónica. Total para acabar aceptando lo que me pedía. Siempre fue así. Tardaba en contestar a sus requerimientos para acabar claudicando SIEMPRE. ¡ Qué absurda he sido ! ¿ Podría haber vivido mejor sin dedicarle los mejores años de mi vida ? Nunca lo sabré. Aquí estoy sin saber qué hacer. Creo que lo mejor es volver al despacho y hacer mi trabajo como todos los días ¿Barra libre, entonces? Pensará que lo ha vuelto a conseguir, que su perrito faldero come de su mano y que siempre le seré fiel y leal ¿ No será ahora el momento de la venganza ? ¿ Disfrutaré viendo cómo hundo su carrera y su matrimonio ? Porque ya puestos, si me voy de la lengua con esto, lo largo todo. Pobrecito. Aún sigo queriéndolo. Pero él a mí no. Él me ha tratado muy mal ¿ Y qué gano yo ? También saldría malparada, claro ¿ Le chantajeo ? Puede ser una buena idea. No la usé en su día y mira que me dolió cuando rompió conmigo.  Claro que entonces aún era joven y me veía con fuerza y con futuro. Ahora es distinto, podría pedirle una pasta y a vivir. Aún sigo queriéndolo. Mejor que siga todo como hasta ahora. Me sentiré en paz conmigo misma ¿ Y eso de sentirme en paz conmigo misma sirve para algo ? ¡ Qué mierda todo ! No me aguanto. La culpa es de él ¿ No decía que me amaba como a nadie en el mundo ? ¿ Por qué no dejó a su mujer y se casó conmigo ? Yo he sido todo para él: su contable, su confesor, su valium, su abogada, su madre, su hija… y todo para nada, para estar aquí sola pensando en si lo delato o no lo delato. Tampoco tengo nada mejor que hacer, lo que ya es triste y eso es por su culpa, por haberme abandonado ¿ Cómo es posible que siga obsesionada con este mono tema ? ...Ya pasó y hace años , Larita, reina, para ya con esta cantinela. Tu vida ha sido así porque tú la elegiste. Ya, pero es que yo era muy joven y muy ingenua y él se aprovechó. Ahora es el momento de devolvérselo ¡Basta ya! Sí, ya está bien... en fin, ya lo tengo claro: me vestiré  con el traje azul marino y me pondré los zapatos de tacón a juego, guapetona para que no note mi sufrimiento. Llegaré antes que nadie, así podré comprobar que no haya en su despacho jeringuillas, ni restos de droga.  Le sonreiré con la mejor de mis sonrisas cuando entre. Él inspirará hondo, aliviado. La próxima vez llamaré antes de entrar ¡ Mierda si aún sigo queriéndolo !

jueves, 11 de junio de 2020

Las Toallas

Por Marta

Era un domingo cualquiera del mes de julio en Valencia. Estábamos mi madre y yo solas en casa. Hacía un calor achicharrante que apenas dejaba respirar y se nos ocurrió ir a la playa para refrescarnos un poco. Total, estaba a quince minutos y la diferencia entre eso y pasar el día en la ciudad era como elegir estar dentro de un volcán lleno de lava o ir a una isla desierta de aguas cristalinas. La única diferencia es que, bueno, la playa de Valencia no está desierta ni sus aguas son cristalinas. Ni siquiera la temperatura del agua aliviaría suficientemente el calor pero, eso sí, la diferencia entre eso y pasar el día en la ciudad era abismal.

A nuestro optimismo tuvimos que añadir diez minutos más buscando sitio para aparcar, más otros quince para llegar a nuestro metro cuadrado de oasis. Una vez colocamos nuestras toallas en la arena, nos fuimos directas al agua. Se podía apreciar cierta capa de grasilla flotante en la superficie. Yo me preguntaba si sería por restos de crema solar de los demás bañistas o por restos de fuel de los barcos del puerto. Con la primera opción ya me visualizaba saliendo del agua con la protección solar aplicada: todo un sueño para quien no soporta los ungüentos. Con la segunda variable nada bonito se me pasaba por la cabeza. Decidí no darle demasiadas vueltas y disfrutar del baño.

Después del chapuzón volvimos a nuestras toallas. Mientras mi madre se secaba la cara, yo, sentada, miraba a mi alrededor por si pudiera haber alguien interesante a quien echarle el ojo. Quizás un grupo de amigos, o un grupo mixto de chicas y chicos, donde se pudiera ver a alguno desparejado. Me divertía especialmente observando los grupos familiares buscando al tío soltero, sólo que ahí siempre era más difícil de identificar, porque nunca sabías si el que jugaba con el niño sería el tío o el padre. Pero yo la esperanza no la perdía.

De pronto, alguien me llamó la atención.

–Qué raro –dije.
–¿Por qué? Después del baño hay que ponerse crema otra vez. Tú deberías hacer lo mismo. Mira, ponme en la espalda que no llego bien.
–No, mamá, ese tío –apunté discretamente con la mirada hacia un chico, más o menos de mi edad, que se encontraba a varios metros de nosotras, en la zona donde la arena ya está seca. No había nadie a su alrededor.
–¿Qué tiene de raro? ¿Que está solo?
–No sé, me resulta raro.
–¿Me pones crema en la espalda, por favor?
–Sí, perdona, que me he despistado.
–Gracias cariño. Extiéndemela por aquí. Y por aquí también. Es que no llego bien.
–Claro, donde quieras.

Se hizo el silencio. Mientras yo estrujaba el bote de crema, mi madre miraba el móvil por si alguien la había llamado en el ratito del chapuzón, pero nada, ningún mensaje. Todo en calma.

­–Pues yo no le veo nada raro. Simplemente habrá bajado solo a la playa.
–Pero mira, mamá, su toalla.
–¿Qué tiene de raro su toalla?
–¿No lo ves? Es una toalla de cuarto de baño.
–¿Y?
–Pues que nadie baja a la playa con una toalla de baño. Y menos con la de manos.
–Pues será que no tendría toalla de playa. Igual vive por aquí cerca y ha decidido bajar a darse un baño antes de comer.
- Sí claro, viene a darse un baño, pero se sienta lo más lejos posible de la orilla, con el calor que hace, y encima de una toalla enana. Y además, si vive aquí al lado ¿por qué no tiene toalla de playa?
- Yo qué sé. Igual tiene todas las toallas de playa lavándose. Marta, los hombres son muy simples. Igual ha abierto el armario y ha cogido la primera toalla que se ha encontrado.
- Ya, no sé…

Para cuando acabamos de soltar nuestra tesis acerca del hombre de la toalla de manos, mi madre ya había desplegado su silla y se había acomodado en ella calculando la orientación del sol y el ángulo perfecto en que éste debía incidir sobre su cuerpo. Yo, mientras tanto, seguía sentada, con el bote de crema en las manos, planteándome si ponerme o no. El sol ya comenzaba a chamuscarme los hombros. La combinación crema y arena nunca me ha gustado especialmente, pero entre eso y quemarme y, por tanto, pasarme una semana entera llena de pielecillas, hizo que me decantara por ponerme un poco. No sería tan trágico si me la aplicaba con cuidado.

–A lo mejor está alojado en un hotel y simplemente no le cabía la toalla en la maleta –dijo mi madre terminando de ajustar la posición de su silla.
–Vale, eso me resulta más creíble.
–¿Tú sabes lo que ocupan las toallas?.
–Si, si, y lo que pesan, como un kilo.
–A lo mejor venía con una maletita de esas enanas de cabina, ¡y como para que la toalla le ocupase todo el espacio!. Seguro que es eso. No le des más vueltas y ponte crema –cerró los ojos concluyendo su ritual de perfecta exposición solar.
–¿Me pones en la espalda? –dije dándole el bote caliente y manoseado.
–Si, claro, pero me lo podías haber pedido antes.
–Pues yo lo sigo viendo raro. Si ha venido de viaje ¿por qué está sólo? La gente no se va sola de viaje a la playa. Va con alguien, ¿no?
–¿Te pongo por toda la espalda o sólo en los hombros?
–Ya que estás, ponme por todo, así luego no me quedo a ronchas.

Mi madre hizo un gesto de resignación. Se hizo el silencio. Procuré no mirarla a los ojos y apreté los dientes. Tardó la mitad que yo en exprimir ese bote al que parecía no quedarle un gramo de poción solar y comenzó a aplicármela con energía. A medio camino entre un bofetón y una caricia. Menos mal que empezó por los hombros. Después fue suavizándose hasta convertirse en un masaje suave, cariñoso. Dulce. Cuando terminó con la espalda me devolvió el frasco.

–Pues tienes razón –dijo ella –. Lo normal es viajar con alguien. Y la verdad es que es raro que esté solo en la playa. No puede ni tumbarse en esa toalla tan pequeña
–Igual está de viaje de negocios y tiene el domingo libre. Eso explicaría lo de la maleta pequeña y el hotel y que esté solo.
–Puede ser…
–Pero mira, la toalla parece de casa. No es la típica toalla de hotel.
–Caray, hija, pareces Sherlock Holmes.
–¿Te imaginas que ha discutido con la mujer y se ha bajado a la playa para despejarse un poco?
–Ja, ja, ja, menuda película te estás montando.
–Igual es eso, ha discutido y, por no entrar en la habitación, ha cogido la toalla del baño y se ha largado.
–Bueno, ¿has acabado ya con la crema? ¿la puedo guardar?
–Sí, toma. ¿Me pasas la de cara?
–Mira que eres lenta, para cuando acabes ya será la hora de irnos – me dio la crema y se reajustó la silla a la nueva posición del sol.
–Nunca sabremos qué es lo que realmente ha sucedido, ¿pero verdad que es curioso lo de la toalla?
–Pues sí. Mira, ahora ha sacado un libro de la mochila.
–Con el calor que hace, yo ya me hubiera ido directa al agua. Y además ahí donde está tiene que pegar fuerte.

Una vez hube terminado con la cara di por concluido el ritual. Me tumbé como pude en la toalla, retirando la arena para no acabar pareciendo una croqueta. Salvo el hombre solitario de la toalla de manos no había nadie más interesante a quien echarle el ojo. Y sinceramente, tantas vueltas le había dado a su caso que ya comenzaba a resultarme un tipo de lo más extraño. Lo mejor sería relajarme y disfrutar de un día de sol con mi madre, sin más.

Al poco mi madre quiso volver al agua.
–¿Te vienes? –me dijo.
–No, acabo de ponerme crema y quiero esperar un poco para que se absorba – sólo me faltaba que la crema acabase flotando en la superficie del agua.
–Vale, pues te quedas aquí cuidando las cosas.
–Okey.

Me giré boca abajo. Por delante ya estaba seca, pero aún me notaba la espalda húmeda. La toalla estaba fresquita. Era un alivio con el calor que hacía. Aproveché para ponerme las gafas de sol y apoyé los codos sobre la toalla. Volví a mirar a mi alrededor. Nada destacable entre la fauna ibérica. Salvo aquel tipo solitario. Yo, que siempre andaba buscando al soltero en los grupos de amigos o bajo esas sombrillas gigantes familiares, y en esta ocasión no había duda. Pero todo se me hacía raro. Era guapo, tenía buen cuerpo, hasta me gustaba el bañador. Pero estaba solo.

 Vino mi madre.

–Marta, está buenísima el agua ¿Por qué no te bañas otra vez?
–En un rato, mamá, aún no me he secado del todo del baño anterior –me giré para mirarla.
–Pues a mí me da igual secarme del todo o no. Si tengo calor, tengo calor y me voy al agua.
–Si, bueno, yo también, pero todavía estoy a gusto –me puse boca arriba y cerré los ojos para que me diera el sol en la cara.
–Yo me quedo aquí. Cuando quieras te vas al agua –y se sentó en su silla.
–No tardaré.
–Mira, el chico solitario que te llamaba la atención.
–¿Qué? –me giré tan rápido que se me rebozó la pierna de arena.
–Sí, mira, se ha sentado una mujer a su lado.
–Qué curioso, ella también tiene una toalla de manos –ajusté mis gafas de sol.
–Desde luego que es raro, pero puede que sea lo que te decía yo: igual viven por aquí cerca y tienen las toallas de playa lavándose.
–Puede ser. ¿Pero por qué ha bajado él antes que ella?
–Pues no lo sé, yo no lo veo tan raro. Igual ella estaba acabando de hacer la comida y él ha venido antes.
–Pues yo creo que han discutido.
–¿Y qué te hace pensar eso? ¿Tan raro te resulta que él bajara primero?
–Pues sí mamá, si hay una verdad universal jamás escrita es que los hombres nunca van solos a la playa.

La pareja permaneció un largo rato quieta. Uno al lado del otro, con la mirada perdida en el horizonte. Cada uno sobre su minúscula toalla. Sin hablar. Sin mirarse a la cara. Allá donde la playa parece un desierto. Donde la arena arde. Donde el sol aplasta con su calor. Donde la brisa decide no hacer acto de presencia y los pulmones se llenan de arena.

Entonces él le pasó la crema a ella.

Ritual de asepsia


de Liris Acevedo Donís

“…horas bajo la ducha, estrujando su piel hasta enrojecerla…
Eduardo Liendo

La culpa tiene síntomas muy claros. Pero cuando además viene acompañada de obsesiones y claustros, el cóctel es tan fatal como impredecibles sus actos.

Allí estaba él, duchándose por enésima vez, tratando de borrar las huellas del sexo recién disfrutado. Pedro, peor que su bíblico predecesor, me negó más de tres veces, y si fuese necesario me negaría muchas más, lo sé. Sigo con él porque si alguien se preocupa por ti, si te busca, si te manda mensajes todo el día, ¿eso es amor, no? Quizás, cuando todo se sepa, su pánico se transforme en valentía. Nadie es perfecto, y nadie puede ocultarse de sí mismo toda la vida, pequeñísimos gestos lo delatarían. Imagino que encerrado por tantos meses le enseño a confiar en mí, porque si miente, me obliga a mí a mentir y eso no me gusta.

Ahora mismo, mi amado Teniente Coronel está duchándose por enésima vez, intentando borrar el pulso de desbocados corceles que fuimos hace poco. En esa acción de enjabonar, limpiar, frotar, asfixiar todo vestigio de mi olor adherido a su piel, cree que me borra cuando se va. Como si pudiera irme con agua así, sin más. Sé que en el fondo quisiera llevarme consigo aunque enjabone nalgas y axilas, restriegue el pelaje indomable de su pubis tatuado de mi saliva. Pedro, que ha bebido mi amor como nadie lo ha hecho, quizás necesita estar seguro de mí. Le repito que no me voy a escapar, cielo, le digo. Pero igual se lleva las llaves y me deja aquí encerrado. No te me vas a escapar, me dice llenándome de besos. Es uno aquí conmigo y otro allá afuera.

¡Baja eso, por favor! Me grita descorriendo la cortina. La bella Farrah en la tele, se esconde detrás del mueble para evitar que su marido la golpee. El bruto la arrincona y levanta el puño sobre ella, la va a matar pero el teléfono suena. Contesta. Cambia su tono de voz a uno dulce y ríe. Farrah sabe que lo llama la chica con la que ha estado coqueteando en el cafetín, pero se lo negó mil veces, la llamó loca, y ahora la seduce frente a sus narices. Descarado. Women love me, le dice. Ojalá te capen. Pero ¿Tú no entiendes que las paredes oyen? viene Pedro con la toalla atada a la cintura y apaga el televisor. ¡Cielo, déjame ver qué pasa! le digo. Pero ¿Qué va a pensar la gente? ¿que te golpeo? Le doy la espalda en la cama. Siempre en su monte Olimpo, siempre pontificando con su dedo índice en alto (el mismo que tenía metido en mi ano hace poco). Cuando salimos por primera vez me dijo Odio esa lloradera, es signo de debilidad. Luego entendí que lo que odiaba era que cualquier emoción le eche abajo su bien construida imagen. Te avergüenzas de mí. Por eso no salimos juntos, le digo, con un dolor que me atraviesa el pecho. Es por tu bien, bebé, y antes de besarme cierra persianas, bajas cortinas, verificas cerraduras Siempre hay un curioso detrás de las paredes, me dice. Y luego, antes de irse, perfumarse las ingles, ponerse el Rolex, el anillo de casado, la cadena de bautismo. Busca los zapatos bajo la cama. Déjame las llaves, le digo, que quiero salir a tomar un poco de… ¡Está bien!, me dice ¡vuelve a poner tu telenovela! Igual ya me voy. No me las dará nunca. Enciendo la televisión. Farrah llora arropando a sus hijos. Pedro mira, aprieta su cinturón. Esa lloradera no es normal, dice.

-          --- ¿y tú sí eres normal, no? Le pregunto

Viene a mí alzando el índice al techo Lo que soy es un hombre justo, lo sabes. Si por ejemplo – y él siempre es su propio ejemplo – llevo a mis hijas al tiovivo y hay un solo caballito libre, monto a una y la dejo allí cinco minutos… ¡Cinco!

Se sienta al borde de la cama. No tiene  apuro en irse, veo.

-          …a cuenta de reloj. Luego la bajo aunque patalee, y monto a la otra. Ni papi ni lloradera. Un ratito para cada una
-          Pero si te pasas un minutito no pasa nada...- miro al reloj -¿No se te hace tarde?

Como si le lanzara sal a los ojos.

-          ¡Nunca! Si no pones un límite a tiempo, luego es tarde. Todo empieza en la familia.
-          Base de la sociedad, ya me lo has dicho.

Y me pone la mano en el culo. Me sé de memoria su discursito de tradición, familia y propiedad. Sigo viendo a Farrah ¿de verdad, no te ibas?

-          ¿Me estás botando?, susurra.
-          Ya te bañaste, ¿no?

Acaricia mi espalda sin apuro, sólo para llevarme la contraria. Besa la nuca. Las gotas de agua caen de su cabello mojado volcado sobre mí Sabes que no es bueno que andes por ahí solito, bebé Me preocupo. Huelo su perfume y mi corazón se agita. Cuelga la chaqueta de nuevo en la silla, se quita el Rolex, el anillo, la cadena de bautismo. Ya volverá a bañarse. ¿Besas así a tu esposa? le pregunto. Suelta su risa ronca, Los del Ruiz somos una familia seria. Sólo nos besamos por contrato, y ríe. Como el niño huérfano que es, criado por tías que guardaron luto por décadas. Se cree un dios, el ser más perfecto de la tierra. ¿Me vas a atar a la pata de la cama para que no me vaya, verdad? le digo. Se echa sobre mí, insaciable, siempre esta necesidad del cuerpo que no se calma. Tienes suerte de que te quiera todavía, ¿sabes? Dice con respiración agitada, volteándome de espaldas. Empuja mis caderas hacia él, me penetra con ansia hasta vaciarse todo. Y sin esperar a que su corazón se calme, salta del lecho, Cielo, es nuestro olor, déjalo ¿no ves que por más que te laves más hondo penetra? Él me besa y va directo al baño. Abre la ducha.

Allí está, mi Teniente Coronel duchándose por enésima vez, tratando de borrar las huellas del sexo recién disfrutado. La suya es una lucha contra el amanecer antes de que se haga. En la tele. la policía le pregunta a Farrah por qué no tiene signos de violencia, ella dice “Hay golpes que no se ven”. Exacto. Como si un incendio pudiera extinguirse así de fácil. Pedro sale del baño, se peina, perfuma sus ingles, descuelga la chaqueta azul de la silla, el rolex, el anillo, la cadena. Su esposa lo tendrá dentro de poco. Farrah es condenada a cadena perpetua por matar al marido. Las cosas tienen que terminar de alguna forma. Y viendo mi tristeza, Pedro me dice No puedo quedarme, bebé. Cree que todo gira en torno a él. El muy tonto.

¿Se puede amar y odiar a la misma persona?, le pregunto a Nora, la chica de la Línea de ayuda con quien hablo desde aquella vez que casi cometo una locura. Ella sabe de Pedro. A veces creo que está harta de él.

-      Sí. Se puede amar a una persona que no te da lugar en su vida. Pero también puedes odiarte por conformarte con eso – me dice.
-       ¿Darme un lugar? – repito mirándome la rodilla lesionada -. No sé. Me siento triste.
-        ¿De verdad no sabes por qué?

Nora siempre me deja con preguntas que no llevan a nada. Para ella todo es muy simple. Tiene a su familia cerca. En cambio yo no a conozco a nadie en esta ciudad. Cuando entré en las Fuerzas armadas, mi padre nos había abandonado, y mi madre desesperada por tantos críos, pensó que lo mejor era que yo le aliviara la pesada carga. Fue cuando me habló de la milicia con palabras que no eran suyas. Yo me negué de plano. Si algo detestaba más que la escuela era a los militares. Pila de borregos, pensaba. Pero un día escapé de clase con mis amigos, y al regresar, me recibió mi tío Gandolfo, hermano mayor de mi madre, abrió la puerta de su coche y me invitó a dar una vuelta. Yo sabía que era para reprenderme, pero me daba igual. Cuando cogió la autopista hacia la ciudad le pregunté a dónde íbamos. Me dijo que me llevaría donde me harían un hombre. Entró al estacionamiento de la Academia militar, saludó al portero y preguntó por el entonces Comandante Pedro Ruiz. Quise huir pero al ver al buenmozo comandante que llegaba a nuestro encuentro, mis pies pesaban como dos piedras. Sus ojos ámbar me guiaron por el enorme patio lleno de soldados en fila, explicándome las bondades de pertenecer a la milicia cuando se es tan pobre. Aquí te irá bien, dijo con un destello en los ojos. Mi tío Gandolfo bajó mi maleta atada con mecate que me hizo mi madre sin consultarme, y se fue. No lo vi más. En la primera llamada que hice a mamá supe que había muerto.

¿Qué es exactamente ser un hombre? Le pregunté a Pedro acariciando su pecho. Cuando no tienes miedo, me contestó. ¿Y cómo sabes que no tienes miedo?, Bueno, es cuando sientes que nada te importa porque algo más fuerte te guía. Me mira. A los pocos meses de entrar en la armada, lo buscaba por los pasillos, quería alcanzar el rango más alto sólo para estar cerca de él. Cuando me propuso vivir juntos, no cabía de la alegría. Lo dejé todo sin pensarlo, ni siquiera le dije a mamá. Será nuestro secreto, me dijo, pero cuando no lo vi tres noches seguidas, en mi desesperación, intenté salir de este lugar por la ventana. Mi pie resbaló. Sexta planta. Casi no lo cuento. Pedro se puso furiosísimo, pero luego me amó como nunca. Se enciende su móvil desde el sofá. Hoy parece no tener prisa. Esta vez vino cargado con espumante y ostras. 

- ¿Qué celebramos?, pregunto.
Que desde mañana te follarás a un Coronel, y llena mi copa.

Le abrazo con alegría. ¿Y podré ir a verte cuando te condecoren?

-   ¿Quieres?  - emocionado, echa atrás su ralo cabello cano-. ¿Guardas todavía tu traje de gala?

Asentí, pensando que mañana sería nuestro gran día.

-          ¿Y tu familia también irá? ¿tu esposa?
-          ¡Claro! Hasta mis suegros vendrán de Madrid, 

Y me acerca una ostra que rechazo.
-          … ¿algún día saldrás del clóset, verdad?, le pregunto.
-          Sin soldados ningún ejército puede existir – y sorbe una ostra.

Yo me levanto de la mesa. Sus frases hechas me tienen harto. Él hala mi brazo y me sienta en sus piernas.
-          Eres mi sol, ¿no ves?, me susurra.

Es como si nublara mi razón, ¿Pero me darás un beso al verme? – le digo. Si te me acercas mucho, sí, dice. Es ahí cuando se me ocurrió el plan.  

-        ¿Qué te parece, Nora?
-     No sé, Ángel… – duda - Él tiene su familia, su estatus, te tiene a ti. ¿Por qué querría cambiar? Lo tiene todo.
-      ¡Nora, Pedro miente mirando a los ojos, pero me ama! Alguno de los dos tiene que dar el primer paso! 

 Y apenas amanece, cojo el dinero, las llaves que Pedro sí me dejó sobre la mesa, tomo un taxi. La emoción de ver calles, gente, sentir el viento fresco en mi cara, no me deja respirar. Visto mi uniforme de gala y antes de bajar en la Academia, ajusto mi boina. En la entrada veo a Pedro  elegante, con su chaqueta azul y sus guantes blancos. De su brazo, su esposa y sus hijas saludan afectuosas a cuantos se acercan. El General de gesto adusto a su lado quizás sea su suegro. Sí, parece una familia perfecta vista desde afuera. Bajo del taxi, las piernas me tiemblan. Me acerco al portón, el mismo donde me dejó mi tío Gandolfo hace un año. Pedro me mira entrar y su esposa voltea hacia mí con sonrisa congelada. Vienen mis compañeros de promoción a saludarme, hermosamente ataviados con uniformes de Cabo. Serán ascendidos hoy también, como me hubiera tocado a mí de no haberme retirado. Me preguntan qué pasó, por qué no volví más. Apenas me dejan hablar. Pedro al fondo mira de lejos abrazando a sus hijas. Me disculpo, voy a saludarlo. Me presenta a su esposa,

-          Mi esposo luce espectacular desde que juegan al tennis...me dice.

Yo me quedo de piedra. Pedro sonríe y en sus ojos ruega no dejar escapar un mi cielo sin agenda. Al rato ya disfruto extenderme sobre el clima, su hija menor me sonríe coqueta. Casi tenemos la misma edad. Suena mi móvil. Disculpen, ¿Nora? Sí, sí, ya llegué. Luego te llamo. Veo que mis excompañeros me hacen señas y me uno a ellos. Ya en la sala, ¡Ángel, – me llama Luis corriéndose un asiento – aquí! Y con ellos me quedo recordando nuestro tiempo de andanzas. Anuncian el inicio del acto. Silencio mi móvil. Al rato veo que no deja de parpadear con tantos mensajes. Los escucho, Todos son de Pedro. Eres lo mejor que me ha pasado, dice. En otro mensaje. Estás hermoso, bebé ¿el cabo Fernández está coqueteando contigo? Otro, ¿Ustedes tuvieron algo? Llámame. Otro, Necesito verte. ¿Qué? ¿Si acabamos de vernos? Otro, Estoy en mi despacho, ven por favor. ¿Por favor? Lo llamo. Los chicos me ven con picardía creyendo que es alguna novia. Les digo que iré al baño pero me desvío hacia el despacho de Pedro. Sigo por el pasillo solitario. Apenas entro, Pedro me hala dentro de su oficina y me arrincona contra la pared con deseo inusitado. Yo me aparto. ¿¡Pero qué haces!? Él desabotona mi chaqueta sin ocuparse por contagiarse con mi olor. ¿Te gusta ese soldado, verdad? ¿Tienes algo con él? Yo lo aparto ¡¿Pedro?! Comienza a bajarme la cremallera. Un soldado lo busca desde el pasillo,

-          ¡Coronel Ruiz ¿está aquí?! Mi Coronel…

Callamos. Pedro jadeante me baja el pantalón. ¿Estás como loco? ¡te están esperando afuera! pero no oye, me voltea contra la pared. Luis es mi amigo, le digo… ¡Coronel Ruiz…! Lo llaman desde el pasillo. Se detiene, y ordenándome Vete a casa, me suelta. ¿Qué?, le digo. Se abotona la chaqueta, se pone los guantes, ajusta su gorra Te vas para la casa. Allá hablamos, y se asoma al pasillo. Que no, Pedro, le digo. No oye, Salgo yo primero y después de cinco minutos sales tú. Sale. ¡Pedro! Lo llamo. No voltea. Enfadado, acomodo mi camisa dentro del pantalón y salgo resuelto a lo que vine. Me ama, está claro, me repito, y eso me llena de valor. Suenan los primeros acordes del himno de la armada. Me uno al grupo que ya está de pie con las palmas en la frente en saludo oficial. Pedro ya está sobre el podio, junto a la alta jerarquía. Sonríe como un gato y retoma su expresión distante cuando el himno cesa. Nos sentamos. Llega el momento. Con rictus impasible, Pedro pasa al frente. Entonces le digo a Luis que sí, que tengo novia, y saliendo de la fila de asientos, camino por el pasillo en medio de cabos y soldados. Me dirijo al podio. Arriba, los militares de una sola pieza, hacen nombramientos. Aplausos. Le toca al Coronel Ruiz. Nada en sus gestos que contradiga su pulcro uniforme de alto mando. Destacan su amplia trayectoria y él baja la cabeza para recibir la medalla de manos del General. Su familia orgullosa desde la fila cercana. Yo me detengo, estoy hiperventilando. Pero Lo amo, sí, y con miedo sigo mi caminata hacia él. Un soldado me inhibe el paso. El Coronel me espera, le miento. Llegan otros solados, Pedro divisa la confusión desde lo alto. Su índice estira el apretado cuello de la camisa. Le pido al soldado que debo entregar algo importante, y viendo al Coronel Ruiz mirándome, se aparta. Sigue el acto. Subo las escaleras. Y entre aplausos, voy directamente hacia Pedro. Lo miro de frente y digo No tengo miedo, cielo, con el corazón en un puño. Murmullo del público horrorizado.

Entonces siento las palmas de sus manos empujarme con tal fuerza, que caigo del escenario hacia abajo, llevándome la caja de medallas y a unos cuantos solados detrás. Cuando me levanto sintiendo que algo me rompí, Pedro se lanza desde lo alto con más furia hacia mí, ¡…maricón de mierda! dice gritando, irreconocible. Me rodean militares de todo rango y su esposa entra, la veo, se pone frente a Pedro, le pide que se calme. Él se detiene jadeante, la chaqueta de gala hecha girones. Me sacan a rastras, y al pasar junto a él lo oigo repetir no, no sé quién es. Me dejan en un cartucho, esposado, los soldados riéndose al cerrar la puerta. Al rato, su esposa entra al calabozo. Se inclina frente a mí y saca su pañuelo blanquísimo, para pasarlo por mi frente empapada de sudor, apartando mechas de cabello. Los dos callamos. Yo porque aún me duele mucho el pecho. Ella toma me mira, y con una voz pausada, dice, Caballitos de feria. Un ratito tú y un ratito yo. Y sonríe. La miro y recuerdo a mamá, sus ojos detrás de profundas ojeras, hablan del mismo dolor en mi pecho. Me ayuda a levantarme. Pide que me abran la puerta. No es un mal chico, déjenlo salir.  

Nora me hace repetirle la historia por enésima vez. Pero ya te contaré, le digo, recogiendo las pocas cosas en la maleta que ato con el mecate. En el baño abro la ducha. Su olor asciende desde el desagüe como un mal sueño. Mi boca se abre enorme hacia el agua. Enjabono, restriego, asfixio todo vestigio de su olor adherido a mi piel. Las cosas tienen que terminar de alguna forma, me repito, cerrando el grifo. Mis pies mojados dejan un rastro hasta la cama que absorbe el suelo con sed de estepa. Me visto. Dejo las llaves sobre la mesa. Abro la puerta. La luz estalla en mis pupilas y siento la innata pulcritud de mi cuerpo. Emerjo en danza libre y sin mácula, atrás el olor a moho, el cuarto oscuro, toda la vergüenza. La culpa sólo habita en la farsa, pero un cuerpo enamorado nunca miente, me digo sin dudar. En la esquina, una chica de cabello rojo ondea su mano,

-          ¿Ángel, verdad? – me pregunta.

Asiento, reconociendo a Nora.

-          ¡Te atreviste, joder! ¡Eres la verga!

Y calle arriba la sigo, en esta ciudad desconocida, sin peso de culpa.


La Becaria

Hace dos semanas entré como becaria en esta agencia de publicidad. No es la más grande, pero sí de las mejores. Por aquí han pasado grandes...