jueves, 21 de noviembre de 2019

El Refugio

                         

                                              El Refugio.



 Me levanté temprano ese día, me aseé y salí rápidamente al comedor, allí estaba como todos los días mi madre preparándome el desayuno y me dijo: acuérdate que hoy es domingo y nos esperan en la iglesia.
 Me vestí lo más rápido que pude y en un rato ya íbamos caminando por la calle hacia el colegio. Si , los domingos iba al colegio, pero era el día que más lo disfrutaba. Cuando llegamos, mis padres se fueron con una de las monjas hacia el vetusto salón donde se recibía a las visitas mientras yo me dirigí rápidamente por el ancho corredor, hoy vacío y silencioso que tantas veces he recorrido entre el griterío y los empujones de los compañeros , hacia la sala contigua a la sacristía donde me esperaban para vestirme.
 Como casi siempre me pusieron el hábito carmesí y sobre él dejaron caer el roquete blanco inmaculado de puntillas de bolillos. Me sabía de memoria toda la parafernalia de la misa y como de costumbre me sentí el protagonista de la misma."¡Que inocencia la de la infancia!"
 Estaba deseando que terminase la misa para poder salir al patio de juegos y disfrutar de aquella maravillosa mañana de primavera, en la que el sol inundaba con su luz blanquecina y cegadora cada rincón.
 Al salir corriendo vestido de monaguillo, la amplia sotana carmesí se balanceaba por el aire y entonces me gustaba situarme en el centro de aquel espacio al aire libre y empezar a girar y girar con los brazos extendidos mirando al cielo, que sensación de libertad.
 Esa sensación de alegría y libertad me recordó que pronto llegarían las vacaciones de Semana Santa.
 Pero lo que realmente deseaba era bajar, una vez más, al sótano. Me habían contado que era un refugio para esconder a los niños y las monjas en caso de bombardeo.  Era una amplia rampa , que al descender por ella dejabas atrás aquella luz cegadora y se apoderaba la oscuridad casi total, si no fuese por aquellos rayos rebeldes que como hilos de seda brillante cruzaban la oscuridad, era una sensación mágica.
 Sorteando todas aquellas sillas viejas amontonadas y pupitres inservibles además de multitud de trastos rotos y llenos de polvo , lo que ansiaba era por llegar al espejo. Aquel espejo gigante de marco dorado, que algún día colgó de las paredes de este viejo colegio.
 Me situé delante y allí estaba él, aquel hombre mayor de pelo blanco y perilla que nunca faltaba a la cita y que tan extrañamente familiar me resultaba, casi diría excesivamente familiar.
      - Hola pequeño. ¿ Como estás ?
        Hace varias semanas que no vienes a verme.
 Yo le expliqué que estaba con los exámenes trimestrales y que había tenido poco tiempo , además mis padres no paraban de insistir en que tenía que estudiar para aprender y sacar buenas notas. ¡Que pesados siempre con lo mismo!
      - Bueno, ellos tienen razón.  Lo que quieren es siempre lo mejor para ti y que el día de mañana no dependas de nadie más que de ti mismo para salir adelante. Acuérdate que todos estamos solos en la vida.
 Yo asentí con la cabeza, pero no entendía muy bien lo que me explicaba.
 Estuvimos conversando de las cosas que tenía preparadas para hacer durante la semana y me preguntó sobre los nuevos amigos que había hecho y que ya le había contado semanas atrás.
 Estaba ensimismado escuchándolo, me transmitía tanta serenidad aquella situación..... hasta que de repente una voz que gritaba mi nombre me sacó abruptamente de aquel estado. Me despedí rápidamente y le dije que volvería a bajar lo antes posible.
      - No te preocupes, no tengas prisa en la vida, cada situación tiene su momento, yo estaré aquí                esperándote.
 Lo miré de nuevo con la expresión dubitativa, como no acabando de entender bien sus palabras.
 Salí corriendo por la rampa y me reencontré con la monja que me buscaba para ayudarme a desvestirme.
 Estos encuentros mágicos duraron todo el tiempo que estuve en el colegio, es decir hasta los nueve años.. Como los he disfrutado, fui entendiendo cosas de la vida, aprendiendo a ser quien soy en este momento, empapándome de las palabras que aquel viejo de pelo canoso y perilla me iba explicando y contando con tanto cariño y ternura, que nunca olvidaré.
 Y hoy domingo también, que me dispongo a vestirme en el día más triste de mi vida, esta vez de oscuro hasta la negra corbata, no puedo reprimir la sensación de agradecimiento hacia aquella persona ,por todos los caminos de la vida que me descubrió y uno de ellos es el de la soledad.  Realmente hoy me doy cuenta, me dispongo a enterrar a mi padre, el ser más bondadoso que he conocido. Se me ha ido.
 Mi esposa y mis hijos me esperan abajo, se que tengo que vestirme y reunirme con ellos. Están respetando mi intimidad.
 He cogido la ropa para vestirme y al situarme delante del espejo, allí estaba él para acompañarme en este difícil momento . Me ha llenado de tranquilidad y alegría saber que ha venido a acompañarme y demostrarme que aprendió todo lo que le enseñé.
 Hoy no viene vestido de rojo carmesí, si no de morado para hacer de monaguillo en el entierro de mi padre y agradecerle todas aquellas enseñanzas y confidencias que compartimos durante años.
 Me mira con esa sonrisa que solo los niños con su inocencia saben esbozar y en ese instante siento el cariño que te invade cuando te reencuentras con un ser tan cercano.
       - Gracias por venir.



No hay comentarios:

Publicar un comentario

La Becaria

Hace dos semanas entré como becaria en esta agencia de publicidad. No es la más grande, pero sí de las mejores. Por aquí han pasado grandes...