Mis padres escogieron para mí un nombre
de ave, me pusieron alas al nacer. A la alondra se la escucha con las primeras
luces del día, llama a la vida, al movimiento. No le gusta anidar en sitios muy
altos, pero cuando canta es capaz de elevar su vuelo en vertical de manera
prodigiosa.
Nací en Nueva York donde mi padre quiso
estudiar cine y mi madre marchó tras él para estudiar sociología. Mi abuelo que
tenía una editorial, acabó reclamando a
su hijo que regresara y trabajara con
él, que ya estaba bien de vida bohemia. Así que cuando cumplí dos años partí
con mis padres que regresaron a México, donde nació mi hermano unos meses
después.
Mi vida se nutrió de los libros, de los
escenarios, de la música. Mis padres,
desde muy chicos nos llevaron con ellos a todo tipo de conciertos, no sólo de
música clásica. Nos bendijeron con su gusto variopinto y a la vez escogido.
Mi
Abuela Yolanda escribía historias y vivía rodeada de libros. Recuerdo una tarde
de verano, en su casa de la playa en Zihuatanejo. Yo tenía unos trece, mi
hermano andaba entre jardines a la búsqueda de la vecinita de pelo lacio que le
tenía embobado por entonces. La abuela y yo juntas en el porche, a recaudo de
la luz intensa del Pacífico durante la siesta, mientras ella leía para mí, del
acto III de “Romeo y Julieta”
J.-
¿Te vas ya? Aún no ha despuntado el día.
Ha sido el ruiseñor y no la alondra lo que hirió el fondo temeroso de tu oído.
R.- Ha sido la alondra, sí, la mensajera
de la mañana, y no el ruiseñor. Mira, amor mío, qué envidiosas franjas de luz
ribetean las rasgadas nubes allá en el oriente. Las candelas de la noche se han
extinguido ya, y el día bullicioso asoma de puntillas en la brumosa cima de las
montañas… ¡Es preciso que parta y viva o que me quede y muera!
Me gustaba tanto escuchar su lectura en
voz alta como leer sus historietas, que se publicaban semanalmente en las
revistas locales. Mi abuela contadora de historias.
En aquellos veranos no faltaba la cita
pautada a diario con la música, el tiempo de estudio que no se abandonaba
ningún día. Tenía seis años cuando empecé a ir a clases con mi hermano. Primero piano, luego violonchelo. La música no
fue un decorado, era nuestra vida.
Cuando entré en la adolescencia empecé a
sentirme sola y abatida tocando. Me aislaba, me oprimía el propio instrumento.
No me dejaba respirar; sobre todo en las actuaciones, no conseguía salir
satisfecha. Sentí la necesidad de abrir mi mirada, mi espacio. Quería ser
directora de orquesta. Yo deseaba dirigir, batir mis brazos y sostener con la
batuta el movimiento en el aire.
Mis padres dijeron sí a la inquieta
adolescente de dieciséis y me enviaron primero a Londres y dos años más tarde a
New York. Sí a una carrera difícil, puestos escasos y muy competidos, mundo
natural de los hombres.
He trabajado duro, he triunfado, he
conseguido mi lugar como directora de orquesta y no han tenido que exigirme más
por ser mujer porque para exigirme en mi trabajo me basto y me sobro. Y por
encima de todo, he disfrutado del vuelo emprendido.
Al dejar la Orquesta de las Américas en
México, viajé de un país a otro, primero sola y después con mis dos pequeños.
Mi abuela Yolanda no llegó a conocer a Teo, mi amor finalmente. Él es mi otro
amanecer, mi otra creación.
Me gustó hablar con esa joven periodista
de escucha ávida y ojos inteligentes. No fue la entrevista de siempre, me dejó contar
a mi aire y me sentí relajada. Hoy tres de marzo, estamos en Valencia para un concierto muy especial. Me despierto en este hotel, que ya conozco de
otros viajes, junto a un cauce urbano
con vocación de jardín. Me gusta esta ciudad, su luz, las distancias cortas,
las terrazas al fresco. Dentro de cinco días interpretaremos un concierto en
homenaje a la Mujer en el Palau de la Música con tres protagonistas muy
visibles. Alisa como solista al
violonchelo, Jennifer con el estreno de su concierto para orquesta y yo a la
batuta. Las entradas están agotadas hace tiempo.
He desayunado en la
habitación y me siento gustosamente perezosa. De repente llaman a la puerta. Es
Danja mi agente, mi amiga.
_
ALONDRA, levanta… CANCELAMOS…
¡Hay que hacer las maletas!
_ ¿Qué estás diciendo?
_
Lo que te digo es que he recibido un correo urgente.
NOS VAMOS A BERLÍN.
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