domingo, 1 de diciembre de 2019

Mi nombre es Alondra

 

      Mis padres escogieron para mí un nombre de ave, me pusieron alas al nacer. A la alondra se la escucha con las primeras luces del día, llama a la vida, al movimiento. No le gusta anidar en sitios muy altos, pero cuando canta es capaz de elevar su vuelo en vertical de manera prodigiosa.

     Nací en Nueva York donde mi padre quiso estudiar cine y mi madre marchó tras él para estudiar sociología. Mi abuelo que tenía una  editorial, acabó reclamando a su hijo que regresara  y trabajara con él, que ya estaba bien de vida bohemia. Así que cuando cumplí dos años partí con mis padres que regresaron a México, donde nació mi hermano unos meses después.

      Mi vida se nutrió de los libros, de los escenarios, de la música.  Mis padres, desde muy chicos nos llevaron con ellos a todo tipo de conciertos, no sólo de música clásica. Nos bendijeron con su gusto variopinto y a la vez escogido.

      Mi Abuela Yolanda escribía historias y vivía rodeada de libros. Recuerdo una tarde de verano, en su casa de la playa en Zihuatanejo. Yo tenía unos trece, mi hermano andaba entre jardines a la búsqueda de la vecinita de pelo lacio que le tenía embobado por entonces. La abuela y yo juntas en el porche, a recaudo de la luz intensa del Pacífico durante la siesta, mientras ella leía para mí, del acto III de “Romeo y Julieta”

 J.- ¿Te vas ya? Aún no ha despuntado el día. Ha sido el ruiseñor y no la alondra lo que hirió el fondo temeroso de tu  oído.

R.- Ha sido la alondra, sí, la mensajera de la mañana, y no el ruiseñor. Mira, amor mío, qué envidiosas franjas de luz ribetean las rasgadas nubes allá en el oriente. Las candelas de la noche se han extinguido ya, y el día bullicioso asoma de puntillas en la brumosa cima de las montañas… ¡Es preciso que parta y viva o que me quede y muera!

     Me gustaba tanto escuchar su lectura en voz alta como leer sus historietas, que se publicaban semanalmente en las revistas locales. Mi abuela contadora de historias.

     En aquellos veranos no faltaba la cita pautada a diario con la música, el tiempo de estudio que no se abandonaba ningún día. Tenía seis años cuando empecé a ir a clases con mi hermano.  Primero piano, luego violonchelo. La música no fue un decorado, era nuestra vida.

     Cuando entré en la adolescencia empecé a sentirme sola y abatida tocando. Me aislaba, me oprimía el propio instrumento. No me dejaba respirar; sobre todo en las actuaciones, no conseguía salir satisfecha. Sentí la necesidad de abrir mi mirada, mi espacio. Quería ser directora de orquesta. Yo deseaba dirigir, batir mis brazos y sostener con la batuta el movimiento en el aire.

     Mis padres dijeron sí a la inquieta adolescente de dieciséis y me enviaron primero a Londres y dos años más tarde a New York. Sí a una carrera difícil, puestos escasos y muy competidos, mundo natural de los hombres.

          He trabajado duro, he triunfado, he conseguido mi lugar como directora de orquesta y no han tenido que exigirme más por ser mujer porque para exigirme en mi trabajo me basto y me sobro. Y por encima de todo, he disfrutado del vuelo emprendido.

     Al dejar la Orquesta de las Américas en México, viajé de un país a otro, primero sola y después con mis dos pequeños. Mi abuela Yolanda no llegó a conocer a Teo, mi amor finalmente. Él es mi otro amanecer, mi otra creación.

 

     Me gustó hablar con esa joven periodista de escucha ávida y ojos inteligentes. No fue la entrevista de siempre, me dejó contar a mi aire y me sentí relajada. Hoy tres de marzo, estamos en Valencia  para un concierto muy especial.  Me despierto en este hotel, que ya conozco de otros viajes,  junto a un cauce urbano con vocación de jardín. Me gusta esta ciudad, su luz, las distancias cortas, las terrazas al fresco. Dentro de cinco días interpretaremos un concierto en homenaje a la Mujer en el Palau de la Música con tres protagonistas muy visibles.  Alisa como solista al violonchelo, Jennifer con el estreno de su concierto para orquesta y yo a la batuta. Las entradas están agotadas hace tiempo.

He desayunado en la habitación y me siento gustosamente perezosa. De repente llaman a la puerta. Es Danja mi agente, mi amiga.

_ ALONDRA, levanta… CANCELAMOS…

  ¡Hay que hacer las maletas!     

_ ¿Qué estás diciendo?

_ Lo que te digo es que he recibido un correo urgente.

   NOS VAMOS A BERLÍN.

 


 
                                                                                                                  Amparo B.S.

 

 

 

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