miércoles, 22 de enero de 2020

PLECAS. El extraterrestre.

Plecas, se encontraba sentado en un planetoide a mil años luz de la tierra. Era hijo de un humano que viajaba mucho, que era vendedor de carnicas y se chupaba autopistas y carreteras desaforadamente.

Plecas pensaba en sus cosas apalancado en ese planetoide, siempre había querido ser humano como su padre; pero la herencia genética de su madre, no lo había dejado. El no se dedicaba, como su primo lejano, el Principito, a limpiar cráteres o a arrancar bao-bas simplemente estaba allí. Era campeón de las galaxias, en el bendito juego de inteligencia y sabiduría llamado ajedrez. Se dedicaba a entrenar con la PRRE, que era una babosa reconvertida en extraterrestre a la que siempre ganaba.
Sus padres, el vendedor de cárnicas y su madre no humana habían generado un hijo muy inteligente, pero carente de habilidades sociales, hubiera pasado por autista. Plecas vivía con sus padres, en el planetoide, simple e inmaduro se dejaba llevar por la vida sin hacerse demasiadas preguntas y sin precipitaciones.
Cuando su madre falleció, el golpe fue muy duro, Plecas fue gradualmente internándose en su condición de extraterrestre especial.

Un día, Plecas, ya todo un adulto, sintió ganas de salir de exploración, ansias de conocer, nuevas culturas, nuevos mundos y nuevas civilizaciones. Se largó a la busqueda, por esos planetas de dios, de sí mismo.
En la aceleración del ciberespacio llegó a una tierra muy rara, allí una multitud rezaba y susurraba cánticos “LA COFRADIA“ se denominaban y habían construido un tabernáculo impresionante y en medio de aquel altisonante maremágnum conoció a Zirah que con el tiempo y una caña sería su esposa.

Zirah, una especie de monja seglar, adolecía de una mórbida astucia, de la que carecía por completo Plecas, este atributo se materializaba en unas ansias inclementes de huir de su planeta y por supuesto de LA COFRADIA, abandonar el tabernáculo e iniciar una nueva vida en la que todo estuviera resuelto. A Plecas lo hechizó con su desparpajo, su alegría dicharachera y sus ganas de comerse las galaxias.
Poco importaba que consiguiese sus objetivos a base de mentir, consideraba a Plecas como su salvador, y eso a nuestro héroe lo llenaba de satisfacción.

Con ello empezó un idilio. Pero cuando Plecas colgó en su blog sus ilusiones, sus esperanzas, y sus expectativas y Zirah relató su inmenso amor y por supuesto su voluntad de no separarse jamas de él, la familia intervino. Plecas no había sido nunca muy popular pero a pesar de ello todos se consideraban afectados por la posible trascendencia del romance.

Su padre, nunca dejó que Plecas, se trajese a Zirah al planetoide, ésta se había empeñado, en abrir una tienda de botijos de bisutería lunar y pretendía que el coste de la financiación recayese en el padre y Plecas, es decir, que a la pizpireta muchacha se le veía el plumero. Y como el plumero era muy colorido y muy vistoso y las ganas de medrar de Zirah harto evidentes, Plecas que carecía de malicia sin ser tonto, se separo de ella porque a Plecas, en cuanto le tocaban el numerario se enfurecía.
Regreso al planetoide, igual que siempre, reanudo las partidas de ajedrez con la PREE, que a aquellas alturas era ya una octogenaria, y de pronto el destino avieso le asestó otro golpe mortal, la muerte de su padre, aunque este fallecimiento tuvo una serie de consecuencias adversas de una magnitud insospechable.
Después del entierro, sus hermanos decidieron su destino y también el de su planetoide. Allende las galaxias, allende los espacios, Plecas fue condenado el ostracismo.

Plecas, solitario, se estableció en el planetoide que con el tiempo se convirtió en un estercolero. Su dejadez y apatía eran un virus contagioso, todo se había ido convirtiendo en una infesta montaña de detritus y demás basura intergalactica. Plecas era un okupa en la ingente suciedad, las bolas de polvo y entre arañas que se flintraban por los rincones. Pensaba y se cuestionaba las remotas, verdades de la vida ¿Por que soy un extraterrestre olvidado por mis parientes?

El tiempo pasaba, Plecas vivía solo en el planeoide. Sus hermanos de vez en cuando intentaban convencerle de que se buscase en trabajo, no le dejaban en paz. De nada valía el autoflagelarse, Plecas ni siquiera quería continuar con el negocio de cárnicas de su padre. Ir por las autoestopistas del espacio vendiendo chorizos y morcillas le producía un aburrimiento total. No encontraba su sitio, su ubicación, sus hermanos le aburrían casi tanto como los embutidos.

Hasta que un día, él, que siempre había sido tranquilo, pacifico y dialogante, estalló con una violencia inusitada y acabo con sus hermanos. Se aposto detrás de una montaña de basura espacial con un arco, enseñado a manejar por la ínclita Zirah, y las flechas fueron lanzadas al blanco con una precisión absoluta. Así acabó con vejaciones y ninguneos para siempre. Y es que los arbolitos jóvenes si no se enderezan, acaban como Plecas en un planetoide lleno de basura estelar, rodeado de los cadáveres de sus hermanos y olvidado por los siglos de los siglos.


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