PLECAS.
El extraterrestre.
Plecas, se
encontraba sentado en un planetoide a mil años luz de la tierra. Era
hijo de un humano que viajaba mucho, que era vendedor de carnicas y
se chupaba autopistas y carreteras desaforadamente.
Plecas pensaba en
sus cosas apalancado en ese planetoide, siempre había querido ser
humano como su padre; pero la herencia genética de su madre, no lo
había dejado. El no se dedicaba, como su primo lejano, el
Principito, a limpiar cráteres o a arrancar bao-bas simplemente
estaba allí. Era campeón de las galaxias, en el bendito juego de
inteligencia y sabiduría llamado ajedrez. Se dedicaba a entrenar con
la PRRE, que era una babosa reconvertida en extraterrestre a la que
siempre ganaba.
Sus padres, el
vendedor de cárnicas y su madre no humana habían generado un hijo
muy inteligente, pero carente de habilidades sociales, hubiera pasado
por autista. Plecas vivía con sus padres, en el planetoide, simple e
inmaduro se dejaba llevar por la vida sin hacerse demasiadas
preguntas y sin precipitaciones.
Cuando su madre
falleció, el golpe fue muy duro, Plecas fue gradualmente
internándose en su condición de extraterrestre especial.
Un día, Plecas, ya
todo un adulto, sintió ganas de salir de exploración, ansias de
conocer, nuevas culturas, nuevos mundos y nuevas civilizaciones. Se
largó a la busqueda, por esos planetas de dios, de sí mismo.
En
la aceleración del ciberespacio llegó a una tierra muy rara, allí
una multitud rezaba y susurraba cánticos
“LA COFRADIA“ se denominaban y habían construido un tabernáculo
impresionante y en medio de aquel altisonante maremágnum conoció a
Zirah que con el tiempo y una caña sería su esposa.
Zirah, una especie
de monja seglar, adolecía de una mórbida astucia, de la que carecía
por completo Plecas, este atributo se materializaba en unas ansias
inclementes de huir de su planeta y por supuesto de LA COFRADIA,
abandonar el tabernáculo e iniciar una nueva vida en la que todo
estuviera resuelto. A Plecas lo hechizó con su desparpajo, su
alegría dicharachera y sus ganas de comerse las galaxias.
Poco importaba que
consiguiese sus objetivos a base de mentir, consideraba a Plecas como
su salvador, y eso a nuestro héroe lo llenaba de satisfacción.
Con ello empezó un
idilio. Pero cuando Plecas colgó en su blog sus ilusiones, sus
esperanzas, y sus expectativas y Zirah relató su inmenso amor y por
supuesto su voluntad de no separarse jamas de él, la familia
intervino. Plecas no había sido nunca muy popular pero a pesar de
ello todos se consideraban afectados por la posible trascendencia del
romance.
Su padre, nunca dejó
que Plecas, se trajese a Zirah al planetoide, ésta se había
empeñado, en abrir una tienda de botijos de bisutería lunar y
pretendía que el coste de la financiación recayese en el padre y
Plecas, es decir, que a la pizpireta muchacha se le veía el plumero.
Y como el plumero era muy colorido y muy vistoso y las ganas de
medrar de Zirah harto evidentes, Plecas que carecía de malicia sin
ser tonto, se separo de ella porque a Plecas, en cuanto le tocaban el
numerario se enfurecía.
Regreso al
planetoide, igual que siempre, reanudo las partidas de ajedrez con la
PREE, que a aquellas alturas era ya una octogenaria, y de pronto el
destino avieso le asestó otro golpe mortal, la muerte de su padre,
aunque este fallecimiento tuvo una serie de consecuencias adversas
de una magnitud insospechable.
Después del
entierro, sus hermanos decidieron su destino y también el de su
planetoide. Allende las galaxias, allende los espacios, Plecas fue
condenado el ostracismo.
Plecas,
solitario, se estableció en el planetoide que con el tiempo se
convirtió en un estercolero. Su dejadez y apatía eran un virus
contagioso, todo se había ido convirtiendo en una infesta montaña
de detritus y demás basura intergalactica. Plecas era un okupa en la
ingente suciedad, las bolas de polvo y entre arañas que se
flintraban por los rincones. Pensaba y se cuestionaba las remotas,
verdades de la vida ¿Por que soy un extraterrestre olvidado por mis
parientes?
El tiempo pasaba,
Plecas vivía solo en el planeoide. Sus hermanos de vez en cuando
intentaban convencerle de que se buscase en trabajo, no le dejaban en
paz. De nada valía el autoflagelarse, Plecas ni siquiera quería
continuar con el negocio de cárnicas de su padre. Ir por las
autoestopistas del espacio vendiendo chorizos y morcillas le producía
un aburrimiento total. No encontraba su sitio, su ubicación, sus
hermanos le aburrían casi tanto como los embutidos.
Hasta que un día,
él, que siempre había sido tranquilo, pacifico y dialogante,
estalló con una violencia inusitada y acabo con sus hermanos. Se
aposto detrás de una montaña de basura espacial con un arco,
enseñado a manejar por la ínclita Zirah, y las flechas fueron
lanzadas al blanco con una precisión absoluta. Así acabó con
vejaciones y ninguneos para siempre. Y es que los arbolitos jóvenes
si no se enderezan, acaban como Plecas en un planetoide lleno de
basura estelar, rodeado de los cadáveres de sus hermanos y olvidado
por los siglos de los siglos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario