Estábamos en la playa mi madre y yo. Habíamos
ido a pasar el día. Era un domingo cualquiera del mes de julio. Hacía un calor
achicharrante que apenas dejaba respirar y pensamos que ir a darnos un chapuzón en el mar nos aliviaría. Total, estaba a 15 minutos de casa y la diferencia
entre eso y pasar el día en la ciudad era como elegir estar dentro de un volcán
lleno de lava o ir a una isla desierta de aguas cristalinas. La única
diferencia es que, bueno, la playa de Valencia no está ni desierta ni sus aguas
son cristalinas. Ni siquiera la temperatura del agua aliviaba suficientemente
el calor pero, eso sí, la diferencia entre eso y pasar el día en la ciudad era
abismal.
Nos acabábamos de refrescar en el agua.
Volvíamos a nuestras toallas. Mientras mi madre se secaba la cara, yo, sentada
en mi toalla, miraba alrededor por si pudiera haber alguien interesante a quien
echarle el ojo. Quizás un grupo de amigos, o un grupo mixto de chicas y chicos,
donde se pudiera ver a alguno desparejado. Me divertía especialmente observando
los grupos familiares buscando al tío soltero, sólo que ahí siempre era más
difícil de identificar, porque nunca sabías si el que jugaba con el niño sería
el tío o el padre. Pero yo la esperanza no la perdía. Si lo encontraba, ese día
había hecho bingo.
De pronto, alguien me llamó la atención.
- Qué raro – dije.
- ¿Por qué? Después del
baño hay que ponerse crema otra vez. Tú deberías hacer lo mismo. Mira, ponme en
la espalda que no llego bien.
- No, mamá, ese tío.
- ¿Qué tiene de raro? ¿Que
está solo?.
- No sé, me resulta raro.
- ¿Me pones crema en la
espalda, por favor?.
- Sí, perdona, que me he
despistado.
- Gracias cariño. Ponme por
aquí. Y por aquí también. Es que no llego bien.
- Claro, donde quieras.
Se hizo el silencio. Mientras yo estrujaba el
bote de crema, mi madre miraba el móvil por si alguien le hubiese llamado en el
ratito del chapuzón, pero nada, ningún mensaje. Todo en calma.
- Pues yo no le veo nada
raro. Simplemente habrá bajado solo a la playa.
- Pero mira, mamá, su toalla.
- ¿Qué tiene de raro su
toalla?.
- ¿No lo ves? Es una toalla
de cuarto de baño.
- ¿Y?.
- Pues que nadie baja a la
playa con una toalla de baño. Y menos con la de manos.
- Pues será que no tendría
toalla de playa. Igual vive por aquí cerca y ha decidido bajar a darse un baño
antes de comer.
- Sí claro, viene a darse
un baño, pero se sienta lo más lejos posible de la orilla, con el calor que
hace, y encima de una toalla enana. Y además, si vive aquí al lado ¿por qué no
tiene toalla de playa?.
- Yo qué sé. Igual tiene
todas las toallas de playa lavándose. Marta, los hombres son muy simples. Igual
ha abierto el armario y ha cogido la primera toalla que se ha encontrado.
- Ya, no sé…
Para cuando acabamos de soltar nuestra tesis
acerca del hombre de la toalla de manos, mi madre ya había desplegado su silla
y se había acomodado en ella calculando perfectamente la orientación del sol y
el ángulo perfecto en que éste debía incidir sobre su cuerpo. Yo, mientras
tanto, seguía sentada, con el bote de crema en la mano, planteándome si ponerme
o no. El sol ya comenzaba a chamuscarme los hombros. La combinación crema y
arena nunca me ha gustado especialmente, pero entre eso y quemarme y, por tanto,
pasarme una semana entera llena de pielecillas,
me hizo decantarme por ponerme un poco. No sería tan trágico si me la
ponía con cuidado.
- A lo mejor está alojado
en un hotel y simplemente no lleva toalla en la maleta. - dijo mi madre.
- Vale, eso me resulta más
creíble.
- ¿Tú sabes lo que ocupan
las toallas?.
- Si, si, y lo que pesan,
como un kilo.
- A lo mejor venía con una
maletita de esas enanas de cabina, ¡y como para que la toalla le ocupase todo
el espacio!. Seguro que es eso. No le des más vueltas y ponte crema.
- ¿Me pones en la espalda? –
le dí el bote caliente y manoseado.
- Si, claro, pero me lo
podías haber pedido antes de que me acomodara al sol.
- Pues yo lo sigo viendo
raro. Si ha venido de viaje ¿por qué está sólo? La gente no se va sola de viaje
a la playa. Va con alguien, ¿no?
- ¿Te pongo por toda la
espalda o sólo en los hombros?
- Ya que estás, ponme por
todo, así luego no me quedo a ronchas.
- Pues tienes razón. Lo
normal es viajar con alguien. Y la verdad es que es raro que esté solo en la
playa. Ni siquiera se puede tumbar en esa toalla tan pequeña.
- Igual está de viaje de
negocios y tiene el domingo libre. Eso explicaría lo de la maleta pequeña y el
hotel y que esté solo.
- Puede ser..
- Pero mira, la toalla
parece de casa. No es la típica toalla de hotel.
- Caray hija, pareces
Sherlock Holmes.
- ¿Te imaginas que ha
discutido con la mujer y se ha bajado a la playa para despejarse un poco?.
- Ja, ja, menuda película
te estás montando.
- Igual es eso, ha
discutido y, por no entrar en la habitación, ha cogido la toalla del baño y se
ha largado.
- Bueno, ¿has acabado ya
con la crema? ¿la puedo guardar?.
- Sí, toma. ¿Me pasas la de
cara?.
- Mira que eres lenta, para cuando acabes ya será la hora de irnos.
- ¿No te parece divertido
mirar a la gente e inventarte sus historias?.
- Pues no sé, nunca me lo
había planteado.
- Pues es muy divertido.
Mira con ese chico lo que ha dado de sí.
- Desde luego.
- Nunca sabremos qué es lo
que realmente ha sucedido, ¿pero verdad que es curioso lo de la toalla?.
- Pues sí. Mira, ahora ha sacado
un libro de la mochila.
- Con el calor que hace, yo
ya me hubiera ido directa al agua. Y además ahí donde está tiene que pegar
fuerte.
Me tumbé. Salvo el hombre solitario de la
toalla de manos no había nadie más interesante a quien echarle el ojo. Y
sinceramente, tantas vueltas le había dado a su caso que ya comenzaba a
resultarme un tipo de lo más extraño. Lo mejor sería relajarme y disfrutar de
un día de sol con mi madre, sin más.
Al poco mi madre quiso volver al agua.
- ¿Te vienes? - me dijo.
- No, acabo de ponerme
crema y quiero esperar un poco para que se absorba.
- Vale, pues te quedas aquí
cuidando las cosas.
- Okey.
Me di la vuelta y me puse boca abajo. Por
delante ya estaba seca, pero aún me notaba la espalda húmeda. Al girarme y
ponerme boca abajo pude sentir la toalla fresquita. Era un alivio con el calor
que hacía. Aproveché para ponerme las gafas de sol y apoyé los codos sobre la
toalla. Volví a mirar a mi alrededor. Nada que encontrar por la fauna ibérica.
Salvo aquél tipo solitario. Yo, que siempre andaba buscando al soltero en los
grupos de amigos o bajo esas sombrillas gigantes familiares, y en esta ocasión
no había duda de que éste hombre estaba solo. Pero todo se me hacía raro. Vino
mi madre.
- Marta, está buenísima el
agua ¿Por qué no te bañas otra vez?.
- En un rato, mamá, aún no
me he secado del todo del baño anterior - me giré para mirarla.
- Pues a mi me da igual
secarme del todo o no. Si tengo calor, tengo calor y me voy al agua.
- Si, bueno, yo también,
pero todavía estoy a gusto.
- Bueno, yo me quedo aquí.
Cuando quieras te vas al agua - y se sentó en su silla.
- No tardaré.
- Mira, el hombre solitario
que te llamaba la atención.
- ¿Qué? - me giré de nuevo
rápidamente.
- Sí, mira, ahora viene una
mujer y se ha sentado a su lado.
- Qué curioso, ella también
tiene una toalla de manos.
- Desde luego que es raro,
pero puede que sea lo que te decía yo: igual viven por aquí cerca y tienen las
toallas de playa lavándose.
- Puede ser. ¿Pero por qué
ha bajado él antes que ella?.
- Pues no lo sé, yo no lo
veo tan raro. Igual ella estaba acabando de hacer la comida y él ha venido antes.
- Pues yo creo que han
discutido.
- ¿Y qué te hace pensar
eso? ¿Tan raro te resulta que él bajara primero?.
- Pues sí mamá, si hay algo
que es una verdad universal jamás escrita, es que los hombres no van a la playa
solos.
La pareja permaneció un rato largo quieta. Uno
al lado del otro. Cada uno sobre su minúscula toalla. Sin hablar. Sin mirarse a
la cara. Allá donde la playa parece un desierto, donde la arena arde, donde el
sol aplasta con su calor y apenas se puede respirar.
Entonces él le pasó la crema a ella.
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