de Liris Acevedo Donís
¡No! ¡No me lo preguntes más!
Y balanceándose sobre la silla de la amplia y solitaria sala de espera
del Hospital a esa hora, Rebeca es incapaz de mantener la mirada fija sobre su
amiga, que sólo quiere saber la verdad, porque toda responsabilidad caerá sobre
ella como directora una vez se dilucide el asunto Eso lo sabe. Por eso, antes
de que vengan por ella y le pregunten, Jacinta insiste en sacarle la verdad de
su propia boca. Pero Rebeca calla, tapa sus ojos con las manos aún llenas de
astillas de madera clavadas como alfileres, porque aun habiéndolo hecho, y aún
agonizantes, no se arrepiente de nada.
¡Me tomó por estúpida, Jacinta! Rebeca alza los
ojos inyectados en sangre.
¿Pero entonces sí lo hiciste aposta,
Rebe?
La pregunta retumba en el recinto hasta llegar a oídos de Rebeca como
eco lejano. Jacinta acaricia las manos temblorosas de la amiga con quien ha
trabajado por tantos años, buscando arrancarle en susurros algo parecido a una
confesión. Rebeca retira sus manos.
Tú sabías bien lo que venía pasando…Rebeca le recuerda.
Una enfermera irrumpe al fondo. Mete una moneda en la máquina de café.
Espera. El líquido llena el vaso de cartón. El sonido agudo y la luz roja
indican que ha finalizado. La enfermera coge el vaso humeante y cerrándose el
sweater hasta el cuello, pasa junto a ellas. Cierra una ventanilla por donde se
cuela el frío de la noche. Sus pisadas retumban mucho después de haber cerrado
la puerta detrás de ella. Jacinta se defiende
¿Pero cómo se te ocurre decirme eso?
¡Yo no tenía ni idea de nada, Rebe! Tenía encima el estreno de la obra, ¿te
parece poco?
El tictac del reloj
llena la sala. Tres cuarenta de la madrugada.
Jacinta se calma; mira la frente sudorosa de su amiga, acaricia su corto
cabello empapado de sudor. Su nuca tensa como cuerdas de guitarra.
¿Te apetece un café?
Rebeca no la mira; escucha entretelones ante sí el bullicio del público
en espera de que comience la obra. Cinco minutos de retraso, Le sorprende
la gran cantidad de público esa noche del estreno. Rodrigo, su ayudante, le
pide ir a chequear la manivela del techo, tal como ella se lo ha pedido. Suben
juntos la tramoya hasta llegar a la silla de control del aparataje, para
constatar que todo ajusta bien. Esperan que no vuelva a atascarse la palanca al
hacer descender el pesado techo al suelo. Rebeca lo prueba: descender,
ascender, y lo detiene abruptamente. Las guayas de metal chirrían deteniéndolo
con prontitud. Perfecto, un poco más de aceite y listo, Rodrigo,
¿vale? Rodrigo asiente siguiendo sus indicaciones pero admirando el
techo móvil se le escapa ¡A nadie se le ha ocurrido una cosa así, jefa!
¡Eres genial! Rebeca niega, ¡Que no me llames jefa! y
vuelve a bajar la escalera por el torreón de tramoya esbozando una sonrisa.
Pero sí, está orgullosa de lo que creó: una escenografía orgánica que no
detiene la acción en su momento más importante. Sí, soy una
genia. Y así se lo explicaba a Jacinta cuando ella le confió la
Escenografía de su nueva obra.
El falso techo reemplazará el
decorado anterior descendiendo desde lo alto, hasta sustituirlo completamente
por otro decorado, ¿entiendes? Así no tienes que interrumpir la trama.
¿Pero la madera no es muy pesada,
Rebe? Mira que los actores seguirán abajo…
Es una plancha DM natural de 5 mm de
grosor, hecha de serrín aglutinado con resina sintética. Lo mejor que encontré.
Ellos saldrán un poco antes, con el cambio de luces. Hay que advertirles con
tiempo, es todo.
No sé, Rebe… pero, bueno, tú eres la
experta.
En la sala de espera, Jacinta ve a un médico de guardia y va tras él.
Rebeca escucha preguntarle por los pacientes que acaban de ingresar en
emergencias. No hay noticias aún. Siguen en cirugía. Rebeca la mira venir
arrancando las astillas de sus manos con sus dientes. Jacinta se sienta a su
lado Hay que esperar y Rebeca asiente mirando sus manos la
noche antes del estreno aun serrando, cortando la madera, puliendo el grueso tablón
que colgará en lo alto sin obstaculizar la iluminación central. Vaya a
dormir, jefa. Le aseguro que mañana eso estará listo apenas llegue, ya verá.
Pero Rodrigo sabe que Rebeca no se detendrá hasta que termine de ajustar el
falso techo al del Teatro Nacional. Mis manos se conocen estos
trasnochos, querido. Vete a dormir tú ¿sí? mañana nos espera un largo
día.
Le ajusté bien los cilindros de
metacrilato, las bolas de vidrio, todos los tornillos y bisagras para que
transparente la luz sin problemas con el cambio de escena ¿entiendes? Ya no
tienes que descorrer el telón. Basta el cambio de iluminación cuando Otelo
escondido escucha conversar a Yago y Casio, y luego la escena en la íntima habitación de
Otelo y Desdémona la noche de su muerte. Después bajamos el techo ¿entiendes?
Jacinta asiente con la misma emoción de su amiga convencida de la
idea. Tú eres la experta. Pero jamás imaginó que todo acabaría
así. En la sala de espera, Jacinta abre un caramelo y lo come. Busca otro
en su bolsillo para ofrecerlo a Rebeca, pero en vez, saca el móvil de Gonzalo
con la pantalla estrellada. Lo enciende. El aparato se ilumina. De inmediato
aparecen las fotos de Desdémona en poses provocadoras. Lo cierra de golpe y lo
mete de nuevo en su bolsillo. Silencio.
¿Siguen ahí, no? Pregunta Rebeca.
¿Mmmm? ¿Qué cosa?
Las fotos de la putilla ésa,
¡vamos! dice Rebeca sin cambiar el tono de voz. Mil veces me lo negó
¿recuerdas? ¿Por qué ellos se creen más listillos que nosotras? ¿Me vas a dar
el puto caramelo?
Jacinta saca el caramelo
del bolsillo y se lo da.
Ya Rebe, todavía no sabemos nada.
¿Pero viste su móvil, no? Ahí están
las pruebas. ¿Qué más hay que saber? Y come el caramelo.
Rebeca desde lo alto, en la oscuridad detrás de bastidores, mira ante sí
la representación. Otelo escucha a hurtadillas la
conversación entre Yago y Casio, y es cuando Rebeca nota un detalle: del medieval
traje del moro sobresale un modernísimo pañuelo rojo de Zara. ¿Qué hace eso
ahí? Y recuerda que vio ese mismo pañuelo momentos antes en el
camerino de la Desdémona. Le hace una señal a Jacinta al otro lado del escenario.
Jacinta mira el pañuelo y horrorizada busca a Manuel, el atrezzista, que se
lleva las manos a la boca ¡Pero qué hace eso allí! Y
entretelones llama al Otelo ¡Pssst! Gonzalo voltea, no
entiende. Da unos pasos atrás disimuladamente, y acercándose a Manuel, éste le hala el
pañuelo rojo del bolsillo y lo empuja de nuevo al proscenio. Otelo evita caer.
Aplausos.
Un puto, Jaci. Me hizo a mí
exactamente lo mismo que le hizo a su esposa conmigo.
En la penumbra, Rebeca mira a Otelo susurrar algo al oído de Desdémona
ya echada sobre el lecho. Ambos miran en lo alto a Rebeca, que los ve entre
tramoyas. Se encienden las luces y Otelo toma a Desdémona por la cintura, pero
Rebeca ya sabe que ése no es el abrazo de Otelo sino del infiel Gonzalo asiendo
en secreto a la mujer que ha venido a colarse entre ellos. Rodrigo,
viendo a Rebeca jugar distraidamente con la palanca que sostiene,
pregunta ¿Todo bien, jefa? Pero Rebeca no escucha. Las luces
rojas comienzan a apagarse y Jacinta da la señal desde abajo para hacer el
planificado cambio de escenario. Rebeca aprieta la manivela cuando sobre el
lecho Otelo abraza a Desdémona. Las guayas de metal rechinan. Sí, fue
una idea genial, sonríe Rebeca aferrando con fuerza la palanca.
¡Pero la chica no tiene la culpa,
Rebe! ¡Ella es otra víctima!
En tanto, Jacinta saca de su bolso otra servilleta y seca la frente de
Rebeca que aún suda profusamente. Limpia la saliva de las comisuras de sus
labios. Rebeca le quita la servilleta y la estruja entre sus manos
deshaciéndola en hilachas. Otelo se acerca a besar a esa insulsa, acaricia
sus muslos, Jacinta ¿tú te diste cuenta? Mira sus propios muslos
enfundados en sucios vaqueros de trabajo llenos de serrín, Este oficio
me lo enseñó mi padre. Es lo que más quería hacer desde niña, construir muebles
como él, que nacieran de mis propias manos. Rebeca mira sus manos en
la oscuridad, y baja su mirada a la silueta de los actores fundidos en un beso.
El musculoso cuerpo de su hombre apretando los senos de ella sobre su
pecho. El zorro viejo valiéndose de la tonta para trepar más alto,
¿no? a esos listillos se les debería castrar. Rebeca aferra con
fuerza la palanca. El techo tiembla sobre ellos. De cirugías nadie entra
ni sale. Rebeca tritura ruidosamente el caramelo. ¿Cómo es que fui
tan ciega?
Y entonces, ciego de furia, Otelo se encima sobre Desdémona hincándole
los dedos en el cuello. ¡Cuidado con jurar en falso, princesa; piensa
que yaces en tu lecho de muerte! y Desdémona tose ¿Pero es
para morir tan pronto, amado? Gonzalo se aparta cuidadoso ¡Confiesa tu
crimen francamente! pues con negar tus culpas no lograrás echar por tierra el
peso por el que gimo agobiado ¡Has de morir! Y vuelve a estrangularla dulcemente con sus poderosas manos. La mano de Rebeca acaricia el pomo de la manivela siguiendo fijamente la acción. Rodrigo mira abajo, Jacinta les indica estar atentos a la salida de los actores. Asiente. Pero al hablarle a Rebeca ve que no oye, que aprieta aturdida la manivela con ambas manos enrojecidas. Mira en trance que Desdémona acaricia con sus
garfios esculpidos el rostro moreno de su Gonzalo que disfruta de su roce, que le
ofrece su cuerpo frente a ella, como en la intimidad a ella él se ofrece. ¿Cómo es que fui tan ciega?
Empuja la
manivela.
El pesado techo baja abruptamente cuando Rodrigo grita ¡Todavía no, jefa! pero las guayas destraban el mecanismo de poleas y cables, y el techo cae estrepitosamente sobre los amantes.
El público horrorizado sale corriendo en desbandada. Rebeca en calma, mira desde lo alto y entre la densa neblina, los gritos ahogados, la turba que
no logra salir, el pánico en sus ojos desorbitados, los bellos programas del estreno pisados y regados por el suelo, y una obra de arte, la verdad, lo dice en trance, como fuera de su cuerpo y de su alma, mirando el techo de madera
nacido de sus propias manos y al par de amantes aplastados bajo él. Mira entonces a Jacinta allá abajo pidiendo auxilio. Dios, pobre Jaci,
toda ilusionada con su estreno, sacando dificultosamente los cuerpos de
debajo de las tablas junto a Manuel y a su equipo. Mira que recoge el
móvil de Gonzalo y llama desde allí a una ambulancia. Todo confusión, Rebeca desde lo alto arrancando astillas aún clavadas de sus dedos, inspira
hondo, cansada, y se levanta tranquilamente Algún día tendré que mezclarme con el
tiempo terrestre ¿no? y bajando uno a uno los andamios con agilidad
de gimnasta, atraviesa el absurdo caos.
¿Lo hiciste aposta, verdad, Rebe?
El eco de la voz de
Jacinta retumba en el largo silencio de la sala de espera.
No. No me lo preguntes más. Y mirándola a los ojos, Hay cosas
que no se hacen.
Las puertas de la sala de cirugías se
abren. El cirujano sale quitándose los guantes seguido de dos ayudantes. Jacinta corre hacia él. Rebeca la mira alejarse y desde el fondo, sonreír
aliviada. Voltear hacia ella, pedirle que se acerque.
Rebeca se levanta con mucho
cansancio. Le duele todo el cuerpo, sobretodo las manos. Recorre el largo pasillo sin apuro. A su paso mira la minúscula ventana cerrada y la abre.
Respira hondo. Comienza a amanecer.
Pero lo mejor de todo es que sabe que la función ya terminó. Mejor aún, que ya no habrá segunda temporada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario