lunes, 17 de febrero de 2020

    
    LOS HOMBRES NO VAN A LA PLAYA SOLOS

    La estancia, pese a su finalidad, es luminosa e incluso se percibe alegre.
     Está llena de hombres altos, morenos, delgados y con el pelo engominado. Sus trajes son de marca o están hechos a medida. Se diría que estamos ante un plantel de modelos elegidos por su afinidad física. Hablan, entre sí, en voz baja y sus semblantes son sombríos.  Alguno de ellos tiene enrojecidos los ojos y otros no pueden disimular la congoja. 
    Un hombre que desentona de todos por su calvicie y baja estatura se desplaza, por entre los corrillos masculinos, carente de la elegancia que emana del resto, saludando educadamente a todos y a cada uno de los presentes, como un androide que ha de cumplir su trabajo de forma impecable. 
    En el lado derecho de la zona principal, separada por un cristal, está la sala donde se exhibe un féretro de madera profusamente decorado y rodeado de múltiples coronas y ramos de flores con hermosas dedicatorias.  
    Sentados enfrente del cristal y mirando el cadáver de la hermosa mujer que yace dentro de la tumba, dos periodistas hablan en susurros como temiendo molestar a la difunta.
    - ¿Se sabe exactamente por qué le disparó ese chalado? 
    - Parece que era un admirador no correspondido.
    - Pobre chica, una lástima, tenía por delante un prometedor futuro profesional y…
    - Sí, y era una belleza. Aún ahí se la ve hermosa. Parece una muñeca dormida.
    - ¿Y qué me dices de todos estos? ¿Ves a alguien conocido? ¿Son amigos, amantes, familiares?  ¿Te das cuentas que no hay ni una sola mujer?
    - Bueno, era de esperar: la típica devora-hombres, que no deja a ningún tipo indiferente y a la que no le importa el estado civil de sus víctimas. No logro distinguir a nadie en concreto, me parecen todos iguales. 
    - ¿Y qué me dices de la pinta del marido? Parece sacado de un tebeo. Da risa.
    - Te parecerá grotesco y ridículo, pero te puedo asegurar que es uno de los productores teatrales más importantes de Europa y está forrado. Nuestra querida Lara Del Valle lo tenía todo, incluso un cornudo consentido y rico  por esposo.
    - Bueno, todo no. No contó con lo del fan enloquecido.
    - Eso sí.
    - A todo esto, ¿has venido a cotillear o a hacer un reportaje? Yo vengo por mi cuenta, no le he dicho nada al periódico ¿Y tú?
    - Yo sí vengo a por una historia; cuanto más morbosa, mejor. Se dan todos los ingredientes: asesinato, teatro, amantes…
    - Cuidado, viene el viudo. 
    - Señor Ferré, Víctor Campos, del “Crónica”, le acompaño en el sentimiento.
    - ¿Periodistas? ¿Cómo han logrado entrar? Había dicho que no quería prensa.
    - Disculpe, venimos como amigos de Lara únicamente, no se preocupe por nuestra presencia. Seremos respetuosos con su dolor y con su comprensible exigencia de intimidad.
    - Eso espero, caballeros. Si me perdonan…
    - ¡Qué grande eres, cabrón! hasta a mí me has engañado. Hace unos segundos me hablabas de tus intenciones abyectas y ahora sales con ese cuento.
    - No vale la pena importunar al pobre hombre. Además, en serio, voy a ser de lo más considerado con este lugar y con este momento: nadie se va a dar cuenta de a quién miro, a quién escucho, ni cómo grabo las conversaciones que me puedan dar un bombazo editorial.
    - No sé, chico, lo encuentro feo. Hay límites que no debemos traspasar. Aunque no te lo creas yo he venido a despedirme de ella, no a sacar ninguna historia. Lo cierto es que a mí me gustaba esta chica: era una magnífica actriz, educada y paciente con los medios. Además poseía ese halo de misterio que tanto me atrae en mis entrevistados. 
    - Entonces será mejor que dé una vuelta por ahí, mezclándome con todos yo solo. Te dejo con ella.
    Víctor Campos va charlando con varios de los presentes. Las conversaciones no pasan de los tópicos propios de un velatorio y por consiguiente no se detiene demasiado tiempo en un mismo grupo. Se acerca a tres hombres que sonríen mientras hablan de un supuesto enigma.
    - ¿Recuerdas la frase de Lara: “los hombres no van a la playa solos”?, pregunta uno de ellos.
    - ¿Qué si la recuerdo? A veces la canturreaba más de una vez al día. Era como un mantra para ella y, al principio, un misterio para mí. Comencé a escuchársela a los pocos meses de empezar a trabajar con ella. Cuando le preguntaba  su significado y el porqué de la sonrisa con que acompañaba a la frase, en especial cuando se la decía a alguien por teléfono, se reía con ganas y me contestaba que no fuera impaciente, que, seguramente, me la diría a mí, personalmente, en breve.
    - Toda ella era un misterio y el dichoso mensaje me ponía a cien. ¿Creéis que nos quiso realmente?, pregunta otro de los presentes. Siempre me pareció ausente aunque estuviera a mi lado.
    - Yo creo que sí, Teo. Era distante y altiva, pero se preocupaba por todos nosotros.
    - Sí, es cierto, pero, no sé cómo explicarme, lo hacía como una autómata. No transmitía ningún tipo de emoción. Solo esa frase parecía darle vida, la transformaba en otro ser más cercano, más vulnerable y por supuesto cuando… . Se interrumpe pensativo, enmudecido por el recuerdo.
    - Tal vez su profesión influía en esa manera de ser, de relacionarse con nosotros en los lugares comunes, pero la verdadera Lara era la otra, la que todos amamos cuando nos eligió.
    - Hola, Diego, ¿cómo te sientes? Estábamos recordando anécdotas de tu mujer, quédate con nosotros.
    - Ahora no puedo, Teo, he de atender a todos sus amigos.
     Diego Ferré sigue con su misión de perfecto anfitrión, sin dejar atisbar el dolor que le invade.
    - Dios ¿y le quiso alguna vez a él? Tan insignificante a su lado. Cuando iban juntos por la calle la gente no podía dejar de mirarles: ella tan guapa, esbelta, elegante, le sacaba una cabeza aún sin tacones. Y el pobre diablo, regordete, bajito y calvo.
    - Ya ves, otra incógnita. La verdad es que no sé si lo quería o simplemente se dejaba adorar por él.
    - Pues como  por todos los hombres que la conocimos. Mira a tu alrededor, ¿cuántos seremos? 
    Víctor, impaciente, interrumpe la conversación. - Perdón, ¿pero qué quería decir exactamente Lara con esa frase? 
    Los tres jóvenes prestan atención al periodista y sonríen con malicia. Uno de ellos, contesta: - Vaya, lo sentimos por usted: Lara te invitaba a la casa que tenía en Zahara de los Atunes con esas sencillas palabras.
    Ante los ojos interrogativos de Víctor Campos, otro de los presentes, continúa con la explicación: - Sí, la casa en la que Lara se transformaba en una diosa y en la que, si eras el invitado, te convertías en el rey del universo. Unas horas en ese lugar cambiaban tu vida para siempre. Aún sabiendo que otros habían estado antes que tú, y que otros muchos lo estarían después, ella te hacía sentir único. Con ella allí el sexo era el éxtasis y el recuerdo imborrable. 
    El periodista no necesita oír más, así que abandona a los tres que continúan intercambiando sus gratos recuerdos.  Graba en las notas de voz del móvil los nombres, las profesiones y el status de los hombres a los que ha ido reconociendo y mientras sale del tanatorio va estructurando, mentalmente, el artículo que va a escribir sobre Lara Del Valle. El titular es sencillo: las ocho palabras que él no ha tenido la suerte de escuchar como destinatario.

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La Becaria

Hace dos semanas entré como becaria en esta agencia de publicidad. No es la más grande, pero sí de las mejores. Por aquí han pasado grandes...