lunes, 3 de febrero de 2020

MUTACIÓN.
Me anudo despacio la corbata, me engomino el pelo y hago una mueca que simula una sonrisa. Contemplo mi imagen en el espejo de la habitación y compruebo que he conseguido un aspecto más elegante que el de ordinario. Me abrocho el abrigo de paño y palpo la silueta del objeto que he puesto en el bolsillo derecho.
Mientras camino pausadamente hacia el teatro “Comedias” recuerdo cómo empezó todo: durante dos años, desde el fallecimiento de mi esposa y sin hijos, mis días transcurrían sin sobresaltos, con una rutina que me proporcionaba sosiego. Dirigía toda mi energía en rentabilizar el pequeño taller de carpintería que heredé de mi padre, lo que me permitía vivir sin lujos pero sin apuros económicos. 
Llegó un día, al salir del trabajo,  sin que nadie me esperara en mi casa ni fuera de ella, en el que decidí complementar mi vida con pinceladas culturales. Así, entré en un teatro en el que se representaba  “Un tranvía llamado deseo“.  Cuando la actriz principal, Lara Del Valle, salió a escena, mi mundo se tambaleó como sacudido por un seísmo emocional: temblé de los pies a la cabeza y, abstrayéndome de todo y de todos, sólo sentí la presencia de aquella hermosa mujer. Invadido por una sensación desconocida por mí hasta ese día, iba al teatro dos o tres veces por semana. Ocupaba siempre el asiento 1 de la primera fila para forzar que ella se fijara en mí. No lo hacía. Traicionando mi timidez, comencé a mandarle ramos de rosas rojas como símbolo de mi amor y de mi intenso deseo hacia ella. Los primeros envíos iban acompañados de una tarjeta en la que únicamente había palabras de admiración y la descripción de mi cara e indumentaria. Más tarde, al comprobar que seguía pertinaz en su indiferencia descarnada, me atreví a indicarle en qué asiento la contemplaba desde hacia meses, también a poner mi nombre y mi número de teléfono, rogándole que se pusiera en contacto conmigo. No solo no contestaba a mis requerimientos, sino  que seguía sin dirigirme ni una mirada, ni una sonrisa. Lo único que conseguí fueron mohines burlones y condescendientes de algunos actores que, de vez en cuando,  me miraban de reojo desde el escenario, sabedores, sin duda, del cortejo estéril que dirigía a su compañera de trabajo. Una noche la esperé a la salida del teatro, intenté saludarla y entregarle una flor, personalmente, y Lara se acercó para decirme, cruelmente, que si seguía acosándola llamaría a la policía. En ese mismo instante algo cambió en mi interior: la felicidad que gocé durante un tiempo, con solo mirarla, se transformó en angustia; mi admiración mutó en rechazo; y el amor que le profesé desde aquél jueves de principios de septiembre, cuando llegué al “Comedias” por primera vez, aquél que nunca tuvo correspondencia, fue sustituido por el odio. 

Ya he llegado. Ha pasado una semana desde la última vez que ocupé el asiento número 1, y hoy se despide la compañía de Madrid para iniciar una gira por provincias. Para eso he venido, para despedirme. Deletreo, hasta el final de la representación, cada una de las palabras del drama que me sé de memoria. Los intérpretes salen a saludar al escenario; me levanto lentamente, no para aplaudir, ni para llamar la atención de la actriz principal, sino para sacar la pistola de mi bolsillo con la que le disparo en el centro del tórax, hacia el costado izquierdo, desde donde mana imparable una sangre rosada y espesa, dejándome comprobar, al fin, que, pese a las apariencias, Lara Del Valle sí tiene corazón.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

La Becaria

Hace dos semanas entré como becaria en esta agencia de publicidad. No es la más grande, pero sí de las mejores. Por aquí han pasado grandes...