de Liris Acevedo Donís
Ahí están. Y el maldito tambor en mi cabeza. Brumduro,
brumfuerte, esa locura que me mata.
Allí están. La misma marcha, la masa, todas gritando como
locas Bestias, malditas. Tantas mujeres juntas, qué peligro. Y la policía ahí
como si nada. Los hombres nos hemos vuelto unos cobardes.
Allí estás. Con la cara de tonta, la inocente que no
rompe un plato. Como si no te conociera. Allí estás, con esa loca amiga tuya
que apenas volteas ya está hundiéndote el puñal. Todas hablan mal de mí, lo sé,
me descosen a chismes. Como si no las conociera. Como si fueran a salvarte
cuando estás en las malas, tus grandes amigas. Todas rompen tambores, todas dándole
duro como si fueran el pobre cuerpo del hombre que odian, con sus pies y su
culo enorme gritando tonterías. Y tú ahí, cobarde. Luego vendrás a esconderte
donde mí porque sabes que te quiero. Maldita Tú y todas ustedes juntas. Mira
que irte así.
Desde el balcón, impaciente, Pedro busca a Lola entre
la turba. Mira la marcha de mujeres como un río que pasa frente a él. “Si
tocan a una, nos tocan a todas” corean. Pedro tapa sus oídos, da un
paso atrás buscando esconderse mejor. Cuando le asalta la rabia, encuentra
valor en su bolsillo. Mira que dejarme sin cena. Sabes que trabajo
hasta tarde, que me levanto temprano y no tengo tiempo ni para freírme un huevo,
lo sabes. Iría a por la barra de pan, le dijo, que ya volvía. Sabe
que no me gusta comer sin pan. Pero espera cinco minutos, diez.
Sospecha que Lola se unió a la marcha, ella venía diciéndome ¡qué valientes
esas mujeres todas juntas! viéndolas pasar bajo el balcón. ¡Unas locas es lo
que son! ¡Sin marido y sin ropa qué lavar! Pero en casa no sabe estar. Busca sus zapatos. Abre
la gaveta de la cocina. Mira la sopa con el platico azul encima.
Coge el cuchillo, lo mete en su bolsillo. Escucha la marcha. Recorre la casa en
penumbras. Ella no sería capaz.
Lola, a pocos metros de su casa, mira hacia atrás por sobre el hombro. Siente que la persiguen. De fiato corto, apenas ruego, coge más fuerza a cada paso dejándose llevar por el río de mujeres que corea consignas. Aún tiene el miedo temblándole adentro, la mejilla izquierda amoratada, debí decirle que me quedaba donde Ana. Ojalá vea que le dejé la sopa sobre la encimera tapada con el platico azul. Puede cenar si quiere. Pero Pedro estará ofuscado esa noche, Lola lo sabe. Hasta que no regrese a casa y le pida perdón. Saca del bolso el pañuelo morado que le dio Virgilia, de un morado más brillante que su mejilla, y temblando se une al coro ¡No es no, lo demás es violación! ¡No es no, lo demás es violación!
-- ¿Estás bien? - Le dice
la compañera a su lado-.
Lola asiente bajando la mirada. Aún puede llegar y arrastrarme a casa. No es igual estar aquí que ver la marcha desde el balcón, dice la mujer a su lado. Lola asiente y sigue, unida al abrazo de la larga hilera de mujeres ¡Si tocan a una, nos tocan a todas! Muda. Mudísima. No acierta a repetir lo que escucha pero marcha. Esta vez marcha. No está sola desde su balcón oyendo el clamor. Ahora sus pies pisan el mismo suelo de tantas mujeres, y su cuerpo es voz en medio de la noche “¡Sola, borracha, quiero llegar a casa!” Sí, eso quiero, se atreve a pensar. “La calle, la noche, también son nuestras” en medio de tambores, cada vez más ella, convencida de que otra noche como la última no sobrevive. “¡No es no! Lo demás es violación”. El ardor, las náuseas. Pero está marchando. Si él quiere, puede calentarse solo su cena. Pero se detiene. No. No lo hará. “Ni un paso atrás” “Ni un paso atrás”. Y su padre le grita, y su hermano le grita, y su marido le grita. Por eso esta noche Lola marcha aunque no se atreva a abrir la boca. Con la pañoleta morada en un puño, mira sus pies marchando. Mira los pies de todas juntas, los de la mujer de al lado, En cholas, dios, con este frío, pobrecita. Sube la mirada y la mujer la abraza “Denuncia archivada, mujer asesinada”.
Pedro se calza el otro zapato. Coge la chaqueta, baja
los escalones. Un pan no tarda tanto, no me jodas. Mira que ponerme a
trasnochar sabiendo que mañana madrugo para darte de comer. Pero no llegarás
lejos esta vez. Siempre vuelves mansita cuando te echas al mundo ¿Acaso no soy
yo quien te compra el champú de romero que te gusta? ¿quien te trae bombones
cuando te viene la regla? ¿qué más quieres? ¿qué necesitas buscar afuera si
todo lo tienes en casa? Otra vez, el resonar de tambores vibra en su cabeza. Brumduro,
brumfuerte, esta locura me mata. No eres capaz de sobrevivir sin mí, no
confías en las mujeres. Pedro llega a la calle. Corrobora en su
bolsillo el metal filoso. Busca entre la turba el vestido azul, el cabello
largo de Lola.
Pero Lola ya no mira atrás. Siente el latido
bravo, brioso, rústico, antiguo, de los pies rompiendo contra el asfalto.
Miles, millones de pies andando con los de ella. A esta hora no duerme,
me escucha detrás de las paredes. Si cojo un vaso, si lo rompo, si
escancio menos vino en la garrafa, si pongo un pie en falso. Me espía en
cada movimiento. Si al teléfono no es mi madre se enfurece, aunque me llame Ana.
Ni de su propia hija quiere saber. Los tambores hacen un ¡Alto!
¡Una compañera ha caído! Las mujeres ayudan a la que se cayó, le
ofrecen agua. ¡Vino, queridas mías. Mi cuerpo pide vino! Y
entre risas retoman las pancartas “Estoy hasta las tetas, de hacerte
las croquetas”. Lola susurra
el lema ¡En alto, tonta, que él te oiga! Lola con timidez
repite tapándose la boca “Estoy hasta las tetas...de”.
Ríe. ¡Bien, ahora más alto! y ahora nadie la detiene. No sabe
dónde dormirá esa noche, ni si Pedro cenó la sopa, el miedo es agua diluyéndose
por su cuerpo. Entonces, por detrás, en medio de la turba, una mano la alcanza ¡Lola!
Lola calla, suelta la pancarta.
Casi no respira. Se da la vuelta.
--
¡Mi niña Lola, viniste!
Virgilia se le echa encima. Lola se deja abrazar petrificada. “¡Virgilia...lo dejé sin cenar!”
Y se echan a
reír a boca de jarro. Virgilia ve el morado en su mejilla, se quita su pañoleta
morada y la pone en su cabello largo haciéndole un atado florido. “El
patriarcado nos da patriarcadas, ¿no? ¿Entonces? ¡Vamos que no te
oigo! “¡El patriarcado nos da patriar...qué?” "¡Fuerte, que te
oiga!"“¡El patriarcado nos da patriarcadas!” Lola repite riendo,
cada vez más alto. Más alto. Altísimo.
Pedro se cuela entre consignas
acariciando en su bolsillo el metal. Con este frío, sin nada en el
estómago, así es que me obligas a salir, estúpida, camina bufando. Estas
cosas no se hacen...
Allí la ve, muerta de risa. A su
Lola.
-- “Ni un paso
atrás” “Ni un paso atrás”
Ahora sí te vas
a reír con
ganas, y se
lanza a empujones, entre codazos.
Una pelirroja advierte ¡Mujeres, atentas!
¡Otro loco!
La policía avisa a la patrulla, A nivel
de EVO Banco. Gran Vía. Copiado.
Brumduro, brumfuerte, saca el
filoso cuchillo. Virgilia se interpone ¡Corre Lola! ¡Corre! Su
brazo sangra, Pedro se levanta con más fuerzas, va hacia Lola. Pero Lola
no se mueve. Se queda junto a su amiga esperando al cobarde que la ha
herido. Pedro arremete con todo su odio contra quien se le ha salido del
carril, contra su Lola, que ya no tiene mirada de niña. Lola lo ve a los ojos.
Espera hasta el último segundo que el amor sembrado todo este tiempo lo
detenga. Pero Pedro no ve sino su propia ofensa. No recuerda. Y va con toda su
furia hacia el corazón de ella. Hunde allí el puñal sin memoria satisfecho de
haber acertado en el mismo centro. Como el mejor arquero contra la bestia que
huía. El resto de mujeres la rodea en hoguera cuando cae ¡Ni una más! ¡Ni
una más! ¡Ni una más! Pero Lola en el piso se desangra. La policía
sujeta a Pedro, lo inmoviliza. "Si tocan a una, nos tocan a todas!
Lola mira el bosque de melenas que
la arropa. Y al resto de hombres que se planta junto a ella como
un escudo.
Cuando se llevan a Pedro, escupido por la
turba, Lola mira a quienes la recogen del suelo. Los racimos de manos sobre
su herida para que deje de sangrar. Mira la mano de Virgilia que surge entre el barullo intentando alcanzarla. A la abuela que le susurra que no tema todo va a arreglarse, guapa, ya verás. Al
enfermero al que sólo mira los ojos que le piden seguir respirando. Y Lola
quiere llevarse para siempre todas esas miradas. Ella que creía estar sola. Que
creyó estar a salvo sin salir de su casa. Pero el dolor agudo en su pecho le
arrincona el aliento. Sin embargo, no tiembla, es un roble que se alza en mitad de ese bosque tupido, sintiendo la telúrica fuerza del río caudaloso, indetenible, detrás que la sostiene.
En el
noticiero se escucha. Granada, 25 de Noviembre de 2019. En la marcha por el día
en contra la violencia machista, mientras las mujeres marchaban en mitad de la avenida
elevando consignas contra el maltrato, un hombre salió de la turba empuñando un
cuchillo, y embistió contra una de las marchantes. La primera mujer lo evadió
pero hundió el puñal en otra de sus compañeras. El presunto agresor fue
apresado por la policía ayudada por el resto de mujeres que lo retuvo. En este
momento permanece detenido hasta aclararse lo ocurrido.
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