El campo de margaritas
Hace ya muchos años, pasé el verano en un pueblecito de
montaña, donde nace el rio Guadalaviar, en un entorno precioso. Un día iba paseando
por las afueras, y me alejé más del pueblo de lo que era habitual en mis
paseos. Cogí un camino por el que no había ido nunca. No hacía mucho rato que caminaba
por él cuando al doblar un recodo, de repente se abrió ante mí algo inaudito:
un campo de margaritas que llegaba hasta el horizonte. Era tal su extensión que
quedé atónita. La margarita es mi flor preferida. Es una flor sencilla,
humilde, silvestre, pero de una inigualable belleza. Estas margaritas eran
grandes, de tallo largo, me llegaban sus tallos hasta la cintura, sus hojas
eran de un verde brillante, su centro de un amarillo profundo, sus pétalos blancos
como la nieve.
Hacía mucho calor y tenía sed. Bebi de la botella de agua
que llevaba conmigo, me lavé la cara y me dije cómo es esto posible, no es un
espejismo, un campo en medio de las montañas tapizado por un lecho de
margaritas. Los rayos de sol, ya lo he dicho, daban mucho calor pero a la vez hacían
que las margaritas fueran más blancas y resplandecientes.
Fui adentrándome en el campo y tuve la sensación de flotar,
de ser una de ellas. Me parecía que me había mimetizado, me sentía esplendida
como ellas. Corrí, bailé, me tumbé entre sus tallos. Ellas me hacían de lecho, yo
pensé que no las dañaba. Era feliz entre tanta belleza, seguro, yo formaba ya parte
del campo de margaritas.
De repente oí ruidos extraños, pasos, murmullos. Se adentraban
por el camino. También ellos habían descubierto este recóndito lugar. Empezaron
a cortar los tallos para hacer ramos, las pisaban sin piedad. Total, era una
flor del campo. Mis ojos se llenaron de lágrimas ¿por qué no respetaban su
belleza? Se acercaban cada vez más, venían directamente hacia donde yo estaba
tumbada. Ellos no me veían. Empecé a sentir una angustia terrible, ahora nos
estaban segando y yo me había convertido en una de ellas. Venían también a por
mí. Me creí morir.
En el momento mismo en que iban a segarme, me desperté. Todo
había sido un sueño, y en el sueño un espejismo: el campo de margaritas, porque
donde yo realmente me encontraba, donde me había dormido y había soñado era recostada
a la sombra de un frondoso pino, rodeado de hierba.
Había pasado una angustia terrible pero sólo por ver el
campo de margaritas, mi flor preferida, había valido la pena.
ME HA ENCANTADO. YA TE LO DIJE
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