jueves, 7 de mayo de 2020

Campo de margaritas, de Teresa





El campo de margaritas

Hace ya muchos años, pasé el verano en un pueblecito de montaña, donde nace el rio Guadalaviar, en un entorno precioso. Un día iba paseando por las afueras, y me alejé más del pueblo de lo que era habitual en mis paseos. Cogí un camino por el que no había ido nunca. No hacía mucho rato que caminaba por él cuando al doblar un recodo, de repente se abrió ante mí algo inaudito: un campo de margaritas que llegaba hasta el horizonte. Era tal su extensión que quedé atónita. La margarita es mi flor preferida. Es una flor sencilla, humilde, silvestre, pero de una inigualable belleza. Estas margaritas eran grandes, de tallo largo, me llegaban sus tallos hasta la cintura, sus hojas eran de un verde brillante, su centro de un amarillo profundo, sus pétalos blancos como la nieve.
Hacía mucho calor y tenía sed. Bebi de la botella de agua que llevaba conmigo, me lavé la cara y me dije cómo es esto posible, no es un espejismo, un campo en medio de las montañas tapizado por un lecho de margaritas. Los rayos de sol, ya lo he dicho, daban mucho calor pero a la vez hacían que las margaritas fueran más blancas y resplandecientes.
Fui adentrándome en el campo y tuve la sensación de flotar, de ser una de ellas. Me parecía que me había mimetizado, me sentía esplendida como ellas. Corrí, bailé, me tumbé entre sus tallos. Ellas me hacían de lecho, yo pensé que no las dañaba. Era feliz entre tanta belleza, seguro, yo formaba ya parte del campo de margaritas.
De repente oí ruidos extraños, pasos, murmullos. Se adentraban por el camino. También ellos habían descubierto este recóndito lugar. Empezaron a cortar los tallos para hacer ramos, las pisaban sin piedad. Total, era una flor del campo. Mis ojos se llenaron de lágrimas ¿por qué no respetaban su belleza? Se acercaban cada vez más, venían directamente hacia donde yo estaba tumbada. Ellos no me veían. Empecé a sentir una angustia terrible, ahora nos estaban segando y yo me había convertido en una de ellas. Venían también a por mí. Me creí morir.
En el momento mismo en que iban a segarme, me desperté. Todo había sido un sueño, y en el sueño un espejismo: el campo de margaritas, porque donde yo realmente me encontraba, donde me había dormido y había soñado era recostada a la sombra de un frondoso pino, rodeado de hierba.
Había pasado una angustia terrible pero sólo por ver el campo de margaritas, mi flor preferida,   había valido la pena.

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