lunes, 4 de mayo de 2020

No controlo 

Un amplio y luminoso salón nos envuelve. El jardín de diseño se intuye a través del ventanal. Estamos en sendos sillones que nos enfrentan. Es el 7 de abril de un año cualquiera, pero que preludia otra década, la de los cincuenta. Es mi cumpleaños. Por eso la he invitado, para conocer su veredicto, porque ha de ser ahora o nunca cuando siga sus consejos.
Parece una muñeca dejada caer, los brazos y las piernas  laxas, flotantes. La cabeza agachada ¿Está durmiendo o sólo manifiesta indiferencia?
Suave,  pero firme, alzo  su barbilla con mi índice derecho, hasta conseguir que nuestras miradas coincidan. Lo quiero así. Yo dirijo la escena.
Es la misma cara, sin duda, aunque la suya no está surcada por las señales del tiempo; sus ojos parecen más grandes que los míos. No es el tamaño, es el brillo y la curiosidad que emanan lo que los engrandece ¡Ah! y la sonrisa. Ahí sí diferimos, ella aún no la tiene contaminada por los esfuerzos sino radiante, sincera, insultante, a veces, de tan hermosa.
–¿Qué tal estás, querida? –le pregunto, mientras tomo sus manos con las mías, intentando agarrarme a ese pasado que ella representa, el que nos hace una.
Me devuelve la misma pregunta con sus ojos. Comienzo lo que intuyo va a ser un monólogo: 
–Yo estoy bien, ¿no lo ves ? –Subrayo mis palabras moviendo circularmente mi brazo para que se fije en lo que nos rodea, la casa donde habito. 
Sigo: 
–Aquí me tienes, disfrutando de un primer y único marido, de dos hijos, chica y chico, como no podría ser de otra manera, de un trabajo apetecible en el que soy la jefa y de un perro de raza, como colofón de una placentera vida occidental burguesa. 
Podría desarrollar, y mucho, ese breve resumen, pero sus facciones, algo contraídas, me aconsejan no hacerlo.
Sin palabras es capaz de formular : 
–¿Acaso te fuiste con Miguel de la Cuadra Salcedo a esa ruta que te propuso, en su día? 
–¿Y qué fue del año sabático para una inmersión lingüística, sin importar realmente el idioma en el que zambullirte? 
–¿El máster de interpretación cinematográfica lo llegaste a cursar?  
–¿Encontraste amigas enamoradas de la vida o sigues con las que yo conocí, casadas con su estatus? 
Presiono fuerte la palma de su mano para detener el interrogatorio. Lo consigo. Soy yo la que sigue mandando. 
También soy yo la que tiene contraídas las facciones, la que transpira más de lo normal. Sabe que me ha hecho sentir incómoda. Ella lo sabe. Las dos somos conscientes del miedo que me da esa versión amenazante de mí misma. Por eso la cito muy de tarde en tarde.
Me recompongo. Respiro hondo y vuelvo a controlarlo todo.
La hago partícipe de la fiesta que me he organizado.
Prepararla yo  tiene la ventaja de no exponerme a ninguna sorpresa. Se lo he tenido que explicar por el sarcasmo que delataba su media sonrisa. 
Se oyen voces cerca de la entrada. Las siluetas de mi marido, de mis hijos y de una docena de invitados se van acercando a la puerta.
Le digo que me acompañe a abrirles, que se quede a observar. Es discreta y nadie lo notará.
Se ríe ruidosamente, con ganas. 
Se acerca, por detrás,  a mi oído y me hace propuestas : 
–Abre la puerta, coge los regalos y después de besarles diles que celebren tu cumpleaños sin ti, lejos de aquí. Luego regresa conmigo. Agita mucho el Moët Chandon y dispara el tapón hacia esa horrorosa lámpara  que te regaló tu cuñada a tradición, rómpela en mil pedazos; duchémonos con el champán, chúpalo, en vez de beberlo; no apagues las velas, ni siquiera las pongas, no quieras recordar tu edad, que tanto te pesa; la tarta hemos de tirárnosla y, embadurnadas con ella, comer los pedazos con las manos, con la boca, encima de esa mesa móvil que es nuestro cuerpo. A bocados, aún clavándonos los dientes en la carne. 
Me voy excitando a medida que va calando en mí su mensaje, convencida de la genialidad de la idea. Me siento salvaje, feliz. El reto me enloquece. Estoy dispuesta a eso y a más.
Una voz interior me grita: –No, no seas loca. Vuelve en ti.
Intento hacerlo, juro que intento volver en mí, regresar a los 50,  pero ella, la joven, me coge muy fuerte de los hombros, me acerca más a ella y sin soltarme me besa con furia. Ilusionada como una adolescente me dejo llevar por la pasión, me abre la boca y me introduce la lengua sin dificultad y aprovechando mi entrega me succiona entera. 
Mi osadía, mis fantasías sexuales, mis sueños de antaño se agolpan en mi cerebro, que parece despertar, de golpe, de un coma profundo. Me miro al espejo y contemplo una tez luminosa, unos ojos que destellan y una sonrisa post-coital.
–Otra década y otra vida –pienso.
Estiro mi ropa, aliso mi pelo, paso los dedos alrededor de los ojos, por si hay algún resto de rímel delator. Tomo aire, abro  la puerta y hago un corte de manga a los de afuera.


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