lunes, 18 de noviembre de 2019

Dame la mano


                                            
     Quisiera saber qué te ocurre. No quieres pensar en mí, mirar las fotos, recordar. Una mano te aprieta la garganta y tus ojos se nublan.

     Bien que me siento sola, que vivo entre miedos, que el silencio me rodea cuando  no son los adultos dando voces lo que oigo. Y luego ese vacío de mamá que no está desde el principio mismo. Nadie habla de ella, sólo su foto de boda sobre el aparador.

    Verdad que muchas veces estoy enferma. De qué, ellos no lo saben y por eso visitamos médicos y curanderas.

    Cierto también que me escondo de los mayores y de los niños porque no sé muy bien quién soy ni qué mostrar de mí misma para ser del agrado de todos ellos.

     Pero mírame, por favor, no llores, hablemos. Quiero que me cuentes cómo has ido creciendo alrededor de los agujeros que se hicieron negros sin resolver, permanentes.

     Ya eres grande. Te hiciste grande y ahora disfrutas del silencio y de la soledad como de un pequeño reino. Sigues con tus indisposiciones frecuentes, malestares que no te impiden la rutina diaria, más bien molestias del alma. Como madre no llegaste a tiempo y tampoco te conformaste, así que tu hija de cristal se alejó finalmente. Ahora has puesto su foto de niña junto a la mía, y tú, siempre triste cuando nos miras.

     No llores.  Vamos a dar un paseo. Por favor, dame la mano.

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