Quisiera saber qué te ocurre. No quieres
pensar en mí, mirar las fotos, recordar. Una mano te aprieta la garganta y tus
ojos se nublan.
Bien que me siento
sola, que vivo entre miedos, que el silencio me rodea cuando no son los adultos dando voces lo que oigo. Y
luego ese vacío de mamá que no está desde el principio mismo. Nadie habla de
ella, sólo su foto de boda sobre el aparador.
Verdad que muchas
veces estoy enferma. De qué, ellos no lo saben y por eso visitamos médicos y
curanderas.
Cierto también que
me escondo de los mayores y de los niños porque no sé muy bien quién soy ni qué
mostrar de mí misma para ser del agrado de todos ellos.
Pero mírame, por favor,
no llores, hablemos. Quiero que me cuentes cómo has ido creciendo alrededor de
los agujeros que se hicieron negros sin resolver, permanentes.
Ya eres grande. Te
hiciste grande y ahora disfrutas del silencio y de la soledad como de un
pequeño reino. Sigues con tus indisposiciones frecuentes, malestares que no te
impiden la rutina diaria, más bien molestias del alma. Como madre no llegaste a
tiempo y tampoco te conformaste, así que tu hija de cristal se alejó finalmente.
Ahora has puesto su foto de niña junto a la mía, y tú, siempre triste cuando
nos miras.
No llores. Vamos a dar un paseo. Por favor, dame la
mano.
No hay comentarios:
Publicar un comentario