La tira de luces no funcionaba y mi hija con su pequeña llegarían en una
hora más o menos. Salí a la calle en busca de una solución, pero la ferretería,
el bazar, todo estaba ya cerrado. La Nochebuena me había atrapado otra vez sin
ganas y sin previsión. Ella siempre
quiere volver a casa y encontrar el árbol decorado, con sus luces encendidas;
las flores de pascua de diversos tamaños diseminadas en la entrada y el salón;
la mesa puesta con ese mantel que sólo saco en estas fechas desde que era muy
niña. Así que todo estaba dispuesto un año más, pero las luces del árbol no
funcionaban.
Me senté un momento y respiré hondo. Entonces sonó el teléfono y de
repente se fue la luz del todo.
Cuando me levanté para coger el
móvil, no lo pude alcanzar. Me enganché el jersey en el dichoso pino. Tiré de
la manga varias veces pero no conseguí soltarme. De pronto sentí que una rama
me atrapaba con fuerza por la cintura y me empujaba hacia el árbol; otra comenzó
a rodearme por debajo del pecho y sin detenerse, dio una vuelta más por encima. El bombeo de mi corazón era tan intenso que
parecía dar portazos en mis oídos. La nuca húmeda, las piernas encendidas de
calor y desazón. Justo en la espalda noté los pinchazos de otra rama que
trepaba hasta mi cuello y me rodeaba la garganta,
suavemente primero. Con el otro brazo yo luchaba en vano. Mis múltiples manotazos
caían en el vacío más insondable y cuando intentaba gritar, no afloraba sonido
alguno. Sólo aquella fuerza que me tenía atrapada y mi propio sudor me
mantenían en una realidad imposible pero sin escapatoria, definitiva.
Todo seguía oscuro, y aún así cerré los ojos cuando sentí que la rama
enroscada en mi cuello se tensaba más y más.
De pronto oí abrirse la puerta de casa.
-¿Mamá, por qué no coges el teléfono?
Sí, eso dijo, pero no pude contestar.
Amparo B.S.
Amparo B.S.
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