miércoles, 20 de mayo de 2020

DOBLE PAREJA
Mary salía, simultáneamente, con dos chicos por primera vez en su vida, cuando cumplió 16 años. Sin embargo la idea de hacerlo así prendió en ella mucho antes: cuando miraba a su madre, que era una mujer bellísima según decían todos, y sin embargo tenía un semblante permanentemente ensombrecido; cuando la veía arrastrar los pies como si llevara encima una carga pesadísima que la vencía; y sobre todo, cuando la oía contestar a su abuela materna cuando esta le preguntaba acerca de la tristeza de sus ojos: –Me he casado para toda la vida, con ese gran partido que me ofrecisteis. Así, sin más, zanjaba su madre la conversación y su abuela daba media vuelta para no insistir sobre el asunto, hasta pasadas unas semanas después.
Con el tiempo, además, se dio cuenta de que sus padres no se besaban nunca en la boca, a diferencia de los protagonistas de las películas de cine o de las series que ponían en la tele, sólo se rozaban levemente las mejillas cuando uno acercaba su cara a la del otro. Ninguna vez los vio abrazarse, ni cogerse de la mano, por eso le costaba imaginarse cómo fueron capaces de engendrarla pues la unión física que ello requería debió suponerles un acto heroico a ambos.
La falta de afecto entre sus progenitores y la tristeza insondable y perenne de su madre alimentó sus pensamientos durante años para llegar a la conclusión de que su hombre perfecto no podía encontrarse en una única persona, sino que debería buscar a más de uno: el oficial y el otro, el que complementara al primero. El novio formal sería el que presentaría a su familia, a sus amigos, con el que viviría lo previsible. No le importaría demasiado que no la besara ni la tocara, siempre que fuera lo que se denominaba un buen partido y con el sustento resuelto tendría tiempo de encontrar al amante que la adoraría, con el que viviría aventuras, aquél que saciaría sus más íntimos deseos sexuales, aunque fuese brevemente. 
Su primer doblete lo formaron Adolfo y Bernardo. Adolfo era un buen estudiante y vivía en una urbanización de lujo, la recogía en el colegio y la dejaba en casa sana y salva; sus incursiones eróticas se limitaban a un robado de beso diario que a él le provocaba un sonrojo en las mejillas, como testigo delator de su atrevimiento. De mediana estatura y complexión débil no acertaba a entender cómo una chica tan guapa como Mary se hubiera fijado en él. Solo por eso era feliz y la felicidad que ella le proporcionaba justificaba para Mary, como premio, que tuviera, en paralelo, una relación con Bernardo, un tipo guapísimo, que no tenía interés en nada en concreto, ni siquiera en ella, pero que la divertía, que tenía todo el tiempo del mundo libre para pasarlo bien juntos y que conducía una moto que les permitía alejarles de miradas indiscretas.
Según iba cumpliendo años iba perfeccionando su búsqueda de la pareja ideal, de tal forma que cada uno de los elegidos representaba una parte de sus ambiciones de manera que, entre los dos, formaban según Mary una unidad perfecta de amor y de dinero  
Así ha llegado hasta hoy, y aquí está con 26 años recién cumplidos de camino al altar; y cogida del brazo de su padre se acerca hacia Alejandro que, con el pelo engominado, un chaqué azul marino y los complementos perfectos, la espera sonriente y complacido para hacerla su mujer; y de camino hacia donde se encuentra su novio, dirige su mirada hacia la bancada de la Iglesia, decorada con gusto y repleta de invitados de un abolengo no contaminado por uniones desiguales; y en un rincón, al fondo a la derecha, ve a Bruno, con sus ojos color caramelo que tanto le gustan, con el hoyuelo en la barbilla donde muchas veces descansa su dedo índice, con ese pelo negro que parece incontenible en su caída libre sobre los hombros, con unos gruesos labios que le sonríen pícaros y que se mueven de forma exagerada para convocarla a la próxima cita, para cuando regrese del viaje de novios. 

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