lunes, 8 de junio de 2020


Las citas son las subrayadas.


El número 1.

Con la pena extrema uno también puede sentirse bien. Lo peor, tal como pensaba Máximo, son los estados intermedios, los entreactos, el aburrimiento, los domingos que se eternizan, porque a sus 28 años sentía el tedio cronificado en su interior. Los placeres reservados a unos pocos privilegiados estuvieron a su alcance desde niño pero cuando los disfrutaba en más de una ocasión perdían interés para él. Su frívola existencia se le antojaba una pesada carga y deambulaba por las fiestas, los clubes y las reuniones sociales como una maleta olvidada en una cinta de recogida de equipaje, dando vueltas por un mismo circuito a la espera de ser rescatado por un tercero,  por eso este domingo pese a la tristeza que sentía al despedirse de quien más le había querido hasta ahora, era para él un día especial, más ameno, intenso y colorido que los de los últimos años. Le regocijaba ver a tanto palurdo a su alrededor impresionado por cómo iba vestido y por lo guapo que era, notaba los celos de muchos de los allí presentes dirigidos a él, a su padre e incluso a su madre. Le parecía de lo más divertido causar ese sufrimiento gratuito sin hacer nada para conseguirlo.

Se encontraba en el tanatorio del pueblo, en una de las diez habitaciones pintadas con ese color de la pureza con que los interioristas de la defunción pretenden significar que el muerto ha fallecido como un santo. 

El espacio reservado para visitar a su madre muerta y dar el pésame a los familiares era el 1 ¿ Sería casualidad o la habría exigido su padre, el recién estrenado viudo, a la compañía de seguros que organizó la ceremonia ? No le extrañaría nada que hasta en el funeral de su mujer hubiera tenido que hacerse de notar con algo tan absurdo como el número de la habitación. Aunque en un pueblo como el suyo donde la envidia es el deporte más practicado y al que mejor jugaban todos los vecinos de entre los de la comarca, su padre había hecho bien recordando con ese número que siempre fue el que más destacó en los estudios del colegio, el que mejor jugaba al fútbol en la Provincia, el que primero accedió a la Universidad con una beca innaccesible a cualquier otro lugareño de su quinta y el único que se hizo rico de entre todos sus familiares, amigos y vecinos. 

La vida de su padre, Eladio, fue una eterna competición consigo mismo y con cualquiera que se pusiera en su camino para conseguir ser el mejor en todo y poder huir de ese lugar donde habían nacido, vivido y muerto su padre, su abuelo y los padres y abuelos de estos, sin tener más horizonte que el que alcanzaban mirando desde la colina más alta. 

Y cuando se licenció en Económicas con una pequeña pero potente empresa de transportes ya en funcionamiento, volvió a Camarga de la Piedra, que así se llama el pueblo donde nació para llevarse el premio gordo, el más deseado por todos: a la mujer que luego sería la madre de Máximo, la que ahora luce sus mejores galas en el ataúd abierto para visionado de familiares, vecinos y plañideras. 

Crescencia, conocida en Madrid como Crisitina, era una niña cuando su padre con 18 años empezó a observarla como un trofeo más de los muchos que ambicionaba. Ella tenía sólo 10 pero parecía una adolescente, su melena rubia descendía como una cascada hasta sus empinadas nalgas y sus ojos eran rasgados e inmensos, con un color por definir entre gris y azul, si a eso le añadías su cándida y permanente sonrisa era lógico que se convirtiera en  objeto de devoción de todos  los que admiraban su belleza. Los padres de la hermosa criatura la reservaban para un futuro mejor que el de ellos y confiaban en su belleza para conseguirlo, lo que no era soñar demasiado dada la limitada vida de los abuelos de Máximo en todos los aspectos: económicos, sociales y educativos. 

Eladio, poco agraciado, se juró a sí mismo que se casaría con ella nada más consiguiera un trabajo y una casa dignos. Cuando se despidió de sus padres, para ir a la Universidad, también fue a despedirse de los de Crescencia y de ella a la que dió un beso en la mejilla para guardar en su memoria el olor de su pelo y el sabor de su piel infantil. No olvidó ninguno de los dos mientras estudiaba con ahínco la carrera y trabajaba en un taller mecánico para poder pagarse algún capricho. En paralelo a los estudios iba haciendo pequeños negocios cuyos resultados preconizaban un futuro adinerado. En ningún momento se fijó en otra chica, ni olvidó su juramento. Cuando acudía en Navidad y en fiestas de verano a Camarga de la Piedra se cercioraba de que su niña iba ganando en belleza, si es que eso era posible, y en que sus posibles rivales en la conquista de la joven, eran abatibles. 

Crescencia, por su parte había llevado una infancia sin complicaciones, sin ser consciente de lo que provocaba en hombres y mujeres una cara y un cuerpo como los suyos. Sus padres, que sí lo eran, estaban muy pendientes de su hija para que ningún botarate la enamorara o lo que es peor la dejara embarazada. Ese control parental a la niña empezó a pesarle cuando cumplió los 17 y como para entonces se había dado cuenta del poder de su físico y del interés que despertaba en cualquier hombre y en especial en Eladio, se entregó en cuerpo y alma a este, sobre todo en cuerpo porque entendía que era la forma más sencilla de abandonar aquel lugar y a aquellos lugareños y poder exhibir sus atributos en sitios y ante espectadores de más nivel. Así quedó embarazada de su primer y único hijo: Máximo nombre que quiso ponerle el padre, Eladio, como gráfico exponente de su planeamiento vital. La boda fue muy comentada en el pueblo porque fue invitado hasta el último empadronado y la ceremonia y el convite no tuvieron nada que envidiar a los que salían en la revista “Hola”. Si a Eladio ya lo aborrecían dos tercios de los hombres de la localidad, el enlace con esa mujer digna de ser Miss Mundo consiguió que el odio se popularizara hasta alcanzar casi al cien por cien de los habitantes de Camarga. A Eladio no parecían importarle  las pullitas de sus compañeros de colegio acerca de que solo era el dinero el que había conquistado a la novia,  ni las indirectas de las amigas de su madre sobre la nula moralidad de la recién casada en la que ya asomaba una incipiente barriga, o los malos augurios de casi todos en cuanto a la duración de su matrimonio. 

El derroche de imaginación y de dinero que Eladio vertió en la celebración nupcial y en el  viaje de novios durante treinta días por la Costa Oeste de EEUU y Hawai, no hizo que Crescencia, que nada más casarse se hizo llamar Cristina, quisiese más a Eladio, pero sí consiguió que se le notara menos que no lo quería nada. 

Máximo nació y creció en una zona noble de Madrid, rodeado del cariño de su madre y de la riqueza de su padre que solo se dedicaba a trabajar porque para satisfacer los caprichos de su diosa Cristina se requería mucho dinero. 

Cristina se había adaptado a la capital enseguida. Su belleza y el dinero de su marido consiguieron que accediera a varios clubes deportivos y a un gran número de asociaciones filantrópicas; leía mucho para evitar que su falta de formación fuese un handicap en su escalada social; intimó con una conocida actriz de teatro, Lara de Valle, también muy bella, que le enseñó a disfrutar de la vida y de los hombres  y le prestó un apartamento en Zahara de los Atunes, donde Cristina ahora, antes Crescencia, ejecutaba todos sus conocimientos, tanto antiguos como recién adquiridos, con empresarios, actores, políticos e intelectuales españoles y extranjeros.

Sin embargo, el verdadero hombre de su vida fue Máximo, al que adoraba porque era lo único que no le había podido comprar su marido. Desde que lo trajo al mundo supo que su vida había adquirido otra dimensión y decidió que se iba a dedicar a él en cuerpo y alma para hacerle feliz. Y lo consiguió: Máximo fue muy dichoso junto a su madre. El único problema entre ellos eran las mujeres. Cualquiera que se acercara a Máximo era reprobada por Cristina, que se hartaba de repetirle: las mujeres sólo quieren una cosa, que los hombres quieran acostarse con ellas. Pero si te acuestas con una mujer, ella te puede dejar jodido. Y si no quieres, ella te jode igual por no haber querido. Cuando terminaba la frase empezaba la discusión porque Máximo aprovechaba para echarle en cara su promiscuidad y los cuernos que soportaba su padre y ella le replicaba que no entendía nada porque era demasiado joven y demasiado ingenuo, pero que con el tiempo entendería porqué se comportaba así y aceptaría como buenos sus consejos respecto a las mujeres. La disputa terminaba pronto y con un beso de reconciliación.

Máximo, abandona los recuerdos, dirige su mirada hacia el ataúd y contempla la hermosa cara de su madre, la mujer que hasta hoy ha sido todo su mundo y le sonríe porque hasta el día de su muerte ha sido capaz de hacerle sentir bien. 

Eladio se acerca a su hijo, los ojos llorosos, lo abraza y le susurra al oído: la vida, a la hora de destrozarnos, tiene la terca paciencia de la marea, ahí tienes a tu madre que desde el principio de nuestro matrimonio hasta casi el final de su vida me fue infiel, que me hizo sufrir enormemente con su desprecio mal disimulado hacia mí; sus engaños notorios y su cariño dirigido exclusivamente a ti hicieron que todo lo que me habían anticipado en Camarga se confirmase.  

Interrumpe el memorial de agravios y fiel a su filosofía de ser el número uno en todo o por lo menos aparentarlo, deja solo a su hijo y sigue permitiendo que los vecinos le vayan dando el pésame, uno a uno, simulando un dolor que no sienten, pero reconociéndole que se casó con la más hermosa, que tiene un hijo tan atractivo como ella y que el atuendo de los tres, el coche fúnebre, el ataúd y toda la ceremonia son propios de un millonario.






No hay comentarios:

Publicar un comentario

La Becaria

Hace dos semanas entré como becaria en esta agencia de publicidad. No es la más grande, pero sí de las mejores. Por aquí han pasado grandes...