METALITERARIO
En Ejercicios
de estilo (1947) Raymond Queneau narra un incidente trivial de 99 maneras
distintas. Es uno de esos libros de imposible clasificación, una obra literaria
con un fuerte componente metaliterario o tal vez “paraliterario”, como indica
Antonio Fernández Ferrer en el prólogo de su excelente traducción (Editorial
Cátedra, 1993).
Ejercicios de estilo es un claro ejemplo del uso de una restricción literaria (escribir 99 veces la misma historia) como un motor creativo, una de las características del movimiento OuLiPo, del que Raymond Queneau fue uno de los fundadores.
La versión titulada Relato nos da una idea del incidente que se cuenta:
Ejercicios de estilo es un claro ejemplo del uso de una restricción literaria (escribir 99 veces la misma historia) como un motor creativo, una de las características del movimiento OuLiPo, del que Raymond Queneau fue uno de los fundadores.
La versión titulada Relato nos da una idea del incidente que se cuenta:
Una
mañana a mediodía, junto al parque Monceau, en la plataforma trasera de un
autobús casi completo de la línea S (en la actualidad el 84), observé a un
personaje con el cuello bastante largo que llevaba un sombrero de fieltro
rodeado de un cordón trenzado en lugar de cinta. Este individuo interpeló, de
golpe y porrazo, a su vecino, pretendiendo que le pisoteaba adrede cada vez que
subían o bajaban viajeros. Pero abandonó rápidamente la discusión para lanzarse
sobre un sitio que había quedado libre. Dos horas más tarde, volví a verlo
delante de la estación de Saint-Lazare, conversando con un amigo que le
aconsejaba disminuir el escote del abrigo haciéndose subir el botón superior
por algún sastre competente.
La versión
de Vila-Matas titulada METALITERARIO (título que parodia la voz de aquellos que
califican de metaliteraria a su obra) ha sido incluida en Exercises in Style, de Raymond Queneau, libro
publicado (enero 2013) por New Directions, con versiones del “incidente
trivial” por parte de Jesse Ball, Blake Butler, Amelia Gray, Shane Jones,
Jonathan Lethem, Ben Marcus, Harry Mathews, Lynne Tillman, Frederic Tuten,
Enrique Vila-Matas.
Compré en
Barcelona Ejercicios de estilo, de Raymond Queneau un 26 de octubre de
1987. No sabía de qué trataba, pero había oído hablar mucho del libro.
Subí con Ejercicios de estilo al autobús de la línea 24, que debía
dejarme en casa. Compré un billete al conductor y, por temor a que me lo
pidiera el revisor y no lo encontrara, me lo puse en la boca; pensé que
así lo tendría más a la vista del inspector si éste se presentaba. A mitad de
trayecto, empecé a hojear Ejercicios de estilo y vi que en el libro se
narraba, con cien estilos diferentes, la misma anécdota trivial. Sería trivial,
pero la historia me divirtió muchísimo, seguramente porque pasaba en un autobús
y yo iba en un autobús, y quizás por eso la historia me entró tan rápido en la
cabeza, como si yo circulara por ahí con un calzador, no un calzador para los
zapatos, sino un calzador para leer en los autobuses historias que pasaran
en ellos. La historia era tontísima, pero me fascinó mucho. En un autobús
de París, un joven con sombrero de fieltro y cuello estirado se enfadaba cada
vez que la gente bajaba porque había un pasajero –siempre el mismo- que
aprovechaba la circunstancia para pisarle. Se producía una gran bronca, hasta
que el pasajero protestador y llorón encontraba un sitio libre y se sentaba.
Dos horas después, encontrábamos al mismo joven imbécil, ahora en la plaza de
Roma; estaba sentado en un banco con un compañero, no menos idiota, que le
decía: “Deberías hacerte poner un botón más en el abrigo”. Bueno, ya digo, la
historia era tontísima, pero el hecho de que la narración arrancara en un
autobús me cautivó porque nunca había leído en un autobús una historia que
pasara en ese espacio. Tan fascinado me quedé que sin darme cuenta, por la
satisfacción misma que me producía leer aquello que podía estar pasando en el
mismo autobús en el que yo viajaba, fui chupando el billete y al final me lo
tragué. Cuando llegó el revisor, de nada me sirvió decirle que me lo había
tragado por culpa de una historia idiota que había estado leyendo y que me
había hecho reír mucho. La multa fue grandiosa.
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