miércoles, 3 de junio de 2020

Una vida sin sentido
Acaricia la cubierta del libro con un cariño más apropiado para dirigirlo a una persona que a un objeto, pero lo había deseado tanto desde que lo vio, por primera vez, en la vitrina de la librería “ Universo ficticio “ que conseguirlo le había producido el mismo efecto que el último amor que le fue correspondido.
Recordó que la obra estaba situada en un rincón del escaparate, aislada del resto, como si fuera un caso aparte en el mundo de la literatura.
La portada era de un color negro con letras doradas que intentaban, en vano, acabar con su propio luto: era tal la intensidad de la negrura que no había posibilidad de evitar una gran tristeza al mirarlo. El aislamiento al que estaba sometido y ese color fúnebre fue lo que llamó poderosamente su atención el primer día que pasó por delante de la librería.
No conocía al autor, ni la temática, por no saber, no sabía ni el precio del ejemplar porque era el único de todos los expuestos que no tenia cartel informativo a su lado. Tanto misterio le resultaba intrigante, atractivo. Buscó en internet el título y al autor y sorprendentemente no obtuvo ningún resultado, lo que avivó su curiosidad.
Al día siguiente entró en el establecimiento y preguntó al dependiente que la atendió todo lo que quería saber sobre el libro. El empleado le contestó que empezaba a trabajar esa misma mañana y no podía ayudarla si no figuraba información alguna en internet, que es lo que ella le había anticipado. Le propuso posponer la información a que el dueño del negocio volviera de un viaje de trabajo dentro de quince días. Al salir del local miró de reojo a la vitrina y notó un milimétrico movimiento del libro negro hacia ella. Le entraron ganas de reír por aceptar esa posibilidad, pero el erizado de su vello congeló su sonrisa.
Al llegar a casa reflexionó sobre lo que había visto, escuchado y sentido y se dio cuenta que debería ser ella la que descubriera el enigma.
Volvió a pasar al día siguiente por delante del local pero estaba cerrado por "motivos personales" según rezaba un cartel en la puerta de entrada. Dirigió la vista hacia el ejemplar y comprobó que nada había cambiado desde la última vez que depositó su mirada en él, salvo que le parecía algo más voluminoso que en las dos anteriores ocasiones y como acto reflejo pensó en la hinchazón matutina de sus senos que la advertían de una inminente regla. Inmediatamente desterró de su mente ese pensamiento paranormal.
La tienda estuvo cerrada durante un tiempo y ese distanciamiento  del libro, forzado por las circunstancias, le provocó mucha inquietud. Se dio cuenta de que esa obsesión era malsana y se atrevió a comentárselo a su mejor amiga, Elena. Cuando le explicó que cada día se acercaba a “Universo ficticio” para ver cómo se encontraba un libro del expositor y que le urgía hablar con el dueño para que le diera algún dato en concreto sobre el mismo, Elena la miró perpleja y le recomendó ir a un profesional que trataba obsesiones varias. Pero además le instó a que comprase la dichosa obra y descubriera por sí sola la historia que pudiera estar escrita en ella. Le anticipó que dejaría de leerlo enseguida, porque si no había ninguna información sobre el autor, ni sobre el contenido, lo normal es que fuera un auténtico bodrio.
Lara tomó nota mental de las recomendaciones de su amiga y se inclinó por atender a la segunda de ellas: comprarlo ya.
Se preguntó por qué no lo había hecho aún y llegó a la conclusión de que el libro quería que su adquisición fuese como un ritual litúrgico: parsimonioso, meditado y finalmente ejecutado. 
El sábado abrieron de nuevo la tienda y un caballero de pelo cano y porte elegante atendía a los clientes. Lara esperó su turno e interrogó al encargado sobre el libro misterioso. El dueño del negocio solo pudo contarle que hacía tiempo lo dejó abandonado un cliente  sin dar ninguna explicación. 
Cuando le preguntó por el precio no supo bien qué pedirle y convinieron en que comprara algún otro y este se lo regalaría dado que era la única persona que le había prestado atención.
Lo empaquetó con esmero aparte de los otros tres que sí abonó Lara y que fueron envueltos en un mismo paquete. Era su sino: la soledad.
Cuando llegó a su casa, dejó el paquete más grande a un lado y rasgó rápida y nerviosamente el envoltorio del objeto de su obsesión.
Ahora continúa acariciando el lomo que parece palpitar y abre la primera hoja con mucho cuidado para evitar estropearlo. Se percata enseguida de que las primeras páginas son de papel blanco y las letras impresas de color negro, pero a partir de una de ellas el color de las hojas va tornándose gris y el de las letras se va dorando, hasta tal punto que la última página es tan negra y las letras tan doradas como los de la portada.
Decide leerlo antes de comer y no puede abandonarlo hasta que lo termina. Se trata de la autobiografía de un tal Augusto Libermann. Los primeros capítulos están dedicados a su infancia en una familia que decidió establecerse en España por necesidades profesionales del padre. El escritor narra una infancia feliz con sus hermanos y con sus animales domésticos en una casa de pueblo amplia y acogedora, cercana a un río perenne; en un momento determinado, relata el ahogamiento de su hermano pequeño en las aguas de ese río y la página donde describe la tragedia tiene una tonalidad grisácea. En el siguiente capítulo cuenta cómo ganaba algo de dinero vendiendo, a escondidas de sus padres, unos huevos de su granja, en esa transcripción alguna de las letras lucen ya amarillas. 
A medida que lee la narración comprende que la vida del señor Libermann era una combinación simultánea de desgracias personales a su alrededor y de acumulación de riquezas a través de negocios u oportunidades, fortuitas, en alguna ocasión y obtenidas por el protagonista de la historia con trabajo y tesón la mayoría de las veces. 
Lara no puede dejar de leer, no por el valor literario de la obra, que no lo tiene, sino por la comprobación de que la autobiografía había adquirido una vida propia en paralelo a la de su autor: cuantas más desgracias le ocurrían más oscuras eran sus páginas y cuanto más dinero conseguía más doradas eran sus letras.
Sin parar a comer, ni a dormir, sin mirar el móvil, ni contestar a la puerta cuando llaman a la misma, Lara llega al último capítulo,  en el que se narra cuando Augusto acude al médico y este le diagnostica, brutalmente, una metástasis incurable y le augura un par de meses de vida. Augusto termina el relato narrando una visita al notario para dejar, en testamento, toda su fortuna a varias instituciones dedicadas a la investigación contra el cáncer, puesto que no tiene ni un solo familiar, ni un amigo al que dejársela y con el anuncio de su intención de ir a “Universo ficticio” y dejar en él su biografía para que sea esta la que elija un nuevo compañero de viaje.
Lara se seca las lágrimas escapadas al finalizar la lectura. -–Augusto debió morir solo y con la sensación de una vida inútil, piensa.
Pasadas unas semanas ojeó nuevamente la autobiografía y se encontró con algo nuevo: un tomo de hojas en blanco, donde las letras del título y de quién lo ha escrito asoman tan tímidas que no pueden leerse.  Se dio cuenta de que el libro la había seleccionado, que también ella era un ser solitario, con una vida difícil y que él estaba ahí para obligarla a escribirla. Inició la narración con el primer recuerdo que le vino a la mente, sabía que no tenía ninguna exigencia cronológica, ni de estilo, ni ortotipográfica. Ella vertía su historia según iba apareciendo en su mente sin más. Sería el propio libro el que ordenaría la trama y las palabras, los acomodaría a los colores y a las formas que la vida de Lara le dictaran. El bucearía en su interior y sus emociones, sentimientos, miedos y miserias, quisiera o no ella, quedarían transcritos para que otra persona en el futuro pudiera conocerlos. 
La historia se ha fraguado de manera dispar: rápidamente se completan algunos capítulos, muy despacio lo hacen otros,  hay narraciones carentes de interés y otras, las finales, muy intensas ya que con el tiempo Lara llevó a cabo actos reprobables, incluido un delito de homicidio, por el que cumple condena en una cárcel de mujeres. 
“Universo ficticio” exhibe de nuevo en el expositor un libro de tapas muy rojas como la sangre que Lara derramó y de letras muy negras como es el color de su interior. Ya se puede leer el título y la autoría: "Lara del Valle: una vida sin sentido"



No hay comentarios:

Publicar un comentario

La Becaria

Hace dos semanas entré como becaria en esta agencia de publicidad. No es la más grande, pero sí de las mejores. Por aquí han pasado grandes...