jueves, 19 de marzo de 2020

Tres Tiempos

 de Liris Acevedo Donís

Ella

repitiendo la Espera de la madre
conjuga verbos a escondidas
Como conjuros
enciende velas rojas
evoca a Afrodita para que Él regrese
A veces en silencio llora toda la casa
le sirve café al marido
(que prefiere las noticias a que ella le hable)
La mano sobre el pecho, la mirada lejos.

Su tiempo:   
 Desnudo y largo
            como velo de novia.


Él

asomado a la noche
culpa a la Luna de “cruel amante”
Enciende otro cigarro
Bebe otro trago
Ella danza en volutas
Aparta un cabello de su frente Repite que la ha olvidado
 pero el lunar en su seno le sonroja.
Se hace viejo
Muere a solas.

Su tiempo:
Ojos desterrados
            a la espera de un tren.

 
Él

la oye respirar desde la sala
prefiere las noticias a que Ella le hable
deshilachadas letras de periódico ondean
            sobre sábanas blancas frente a sus ojos.
A su espalda la oye ofrecerle café
intercambiar ausencias
(encender velas rojas llorar a solas)

Su tiempo: Infinito y mudo  
goteando al mismo tiempo
       del agua
             tintineante 
                    del  lavamanos.

martes, 17 de marzo de 2020

Metáfora, anáfora, prosopopeya

Vamos a ver algunas figuras literarias y a practicarlas.

Podemos dividir las figuras retóricas en tres grandes grupos:

1. TROPOS: en ellos se sustituye una expresión por otra cuyo sentido es figurado.
 Hipérbole, metáfora, metonimia, sinécdoque, sinestesia.

2. FIGURAS DE DICCIÓN tienen más que ver con el sonido, con el ritmo 
Entre las de repetición están: aliteración, anadiplosis, anáfora, calambur, onomatopeya, paralelismo, polisíndeton, pleonasmo, retruécano 

3. FIGURAS DE PENSAMIENTO: Tienen que ver con el sentido
Entre las de ficción encontramos la prosopopeya o personificación

Veremos hoy una figura de cada grupo: metáfora, anáfora y prosopopeya.

La figura más importante en la poesía es la metáfora, que ya vimos un día en clase. Todo poema es en sí mismo una metáfora.

      la metáfora es etimológicamente un medio de transporte de las palabras: el medio que más lejos desplaza a una palabra, desde un significado real hasta otro evocado.
      El verdadero paso cualitativo que da la metáfora respecto a la comparación es que no se repara ya en las semejanzas entre el término real y el imaginario, sino que de la asociación entre los dos términos surge otro nuevo, distinto: un tercer término donde se funden, inseparables ya, los otros dos.
      Así describe el proceso Ortega y Gasset con el ejemplo la rosa de tu mejilla
Está la mejilla real y está la rosa real. Al metaforizar o metamorfosear la mejilla en rosa es preciso que la mejilla deje de ser realmente mejilla y que la rosa deje de ser realmente rosa. Las dos realidades, al ser identificadas en la metáfora, chocan la una con la otra, se anulan recíprocamente, se neutralizan, se desmaterializan.
La metáfora viene a ser la bomba atómica mental. Los resultados de la aniquilación de esas dos realidades son precisamente esa nueva y maravillosa cosa que es la irrealidad. Haciendo chocar y anularse realidades obtenemos prodigiosas figuras que no existen en ningún mundo salvo en el nuestro.

Su idioma (Natalia Litvinova)
Dios duerme
y nosotros rezamos
sin entender su idioma.
supongo que las cosas suceden
porque también tienen a su dios:
la metáfora.



La anáfora
Es una figura literaria, que consiste en la repetición de una palabra o de varias, al principio de un verso.
La anáfora tiene efectos mágicos en el ritmo del poema. Probad y veréis. Es una buena técnica para hacer bailar las palabras.

Un ejemplo de Iván Rojo:


La cabeza que guardo en el congelador
siempre tiene la misma cara.
No pasa el tiempo por su piel.
Está condenada a ello.
La cabeza que guardo en el congelador
me dice que lo suyo no es vida,
que hasta los peores presos salen al patio,
y me pide que por favor la ponga un rato al sol.
La cabeza que guardo en el congelador
se queja de compartir celda con la comida para gatos,
el arroz tres delicias y las pizzas Hacendado.
Me pide que me cuide y la cuide un poco mejor.
La cabeza que guardo en el congelador
algunas noches canta arias de ópera que jamás he oído.
Su voz fría se vuelve entonces aire cálido.
Da gusto oírla. A veces hasta aplaude algún vecino.
Otros, también es cierto, lloran tras su tabique.
La cabeza que guardo en el congelador
es tan bonita que ciertos días
me sangran los ojos tan solo de mirarla
y tengo que cubrirla con una bolsa de basura.
La cabeza que guardo en el congelador
es tan bonita que de tanto en tanto
no puedo reprimirme y la beso.
Entonces sus labios cianóticos recuperan
por un momento todos los colores de la vida.
La cabeza que guardo en el congelador
se parece aterradoramente a la mía pero
tiene escarcha en las pestañas y los iris azul Neptuno
de quien padece la irreversible ceguera del hielo.
La cabeza que guardo en el congelador
me pide que la alimente de triunfo, calor y sangre.
Que me deje de una vez de escrúpulos.
La cabeza que guardo en el congelador
me dice que podría hacerme el rey del mundo.
Y es muy persuasiva. En una ocasión sucumbí
a sus palabras y quise sustituir por ella la mía.
Con hilo de plata suturé mi herida.
Nadie nunca se dio cuenta.
La cabeza que guardo en el congelador
en el fondo sabe que nunca será
quien podría haber llegado a ser.
Que encarna una tragedia tan grande
como el incendio de Roma,
la caída de las torres gemelas,
la parte trasera de un campo de exterminio,
la última y eterna glaciación.
La cabeza que guardo en el congelador
me insulta, me implora y me maldice
y cuando realmente está tranquila
me pide que tenga compasión
y la meta de una vez en el horno.
Pero no. Yo la guardo porque sé que una mañana
amanecerá descongelada, caerá en sabias manos
y sus sesos serán deliciosa comida para tigres.
Para toda una generación de fieras
cuyas zarpas
deshilacharán el mundo como un ovillo.



Por último, la prosopopeya o personificación:
es una figura retórica que consiste en atribuir cualidades o acciones propias de seres humanos a animales, objetos o ideas abstractas.

En este caso, Berta García Faet lo hace con el deseo


DESEO
Y mujeres que sólo se alimentan de pétalos de rosa
OLIVERIO GIRONDO
and the lovers
pass by, pass by
SYLVIA PLATH
Padres, hermanos, amigos, profesores:
soy un ser de deseo.
No es suficiente el contexto
−yo en el salón, en la bañera, en el cine, en el despacho:
ocupada en las tareas que desubican el deseo−
para lograr acallar este hecho sin espacio:
que, especialmente,
soy un ser de deseo.
En el reino de la astenia y sus panfletos,
en el milenio de la saturación y los cuerpos bellísimos
encerrados en patéticos frasquitos de fobias,
sin tocarse,
yo soy un ser de deseo: bocas entreabiertas,
corazón-voluta.
En el mundo de los helados estanques
de unidades inconmensurables y aisladas del contacto
(cuerpos bellísimos agarrados a maderas,
miedosos de rozar un tobillo,
por si al final se enamoran),
tan-solemne-y-tierna-y-felizmente anuncio
una pulpa de deseo: no puedo salir de Shostakovitch
y me alimento de trompetas y de amores de la infancia
que me encuentro en el metro y de señores-frutas.
Soy un ser de deseo:
1. Sé lo que es una revuelta de hormigas rojas
africanas
por entre las piernas.
2. Sé lo que es llegar a morderse los labios.
3. Sé lo que es decirle, por ejemplo
oh qué interesante
mientras pienso
oh Dios lo que te haría
oh Dios oh Dios en cuanto te descuides
y,
luego,
impondré mi disciplina −y una cierta dulzura−
en tu cuarto ex-templo-de-ver-castamente-películas;
y,
luego,
montaré una fiesta con los que un día fueron míos,
y os haréis buenos amigos, y volveremos todos
a un cierto París básicamente de cuellos.
Porque,
sobre todo,
soy un ser de deseo; y si me muevo por el mundo
es para que engorde, que engorde, que engorde
a mis expensas.
Constantemente paso hambre.
Soy un ser de deseo, caminamos juntos
por mi diagonal de cosas:
algún prodigio, alguna ventana.
Y sólo cuando mi deseo
se ha convertido en una inmensa bola
o en un pichón o conejo obeso y planetario,
lleno de estrías por seguir creciendo
hasta llegar al límite abismal de su volumen posible,
sólo entonces,
cuando su tamaño ya nos resulta plenamente asqueroso,
socialmente nocivo, sentimentalmente molesto,
lo mato
y me lo como.



La idea es que el próximo poema contenga una anáfora, al menos una metáfora y una prosopopeya.

 Si alguien necesita que le dé el pie con la anáfora, que lo diga.


Bárbara: he intentado alguna figura literaria y el tema cotidiano.
Publico dos versiones. No tengo claro que sea poesía...

1.-ENEMIGO:

Al espejo me enfrento, como a un enemigo feroz, cada mañana.
El reflejo me devuelve unas hebras nevadas en el pelo, un surco
oscuro como rúbrica del ojo y unas grietas que se abren cuando intento sonreír.
Cada día, la rutina de la higiene me obliga a contemplar el deterioro.
Me sobrepongo al asalto y desde la trinchera lanzo un beso al adversario y con cremas, aceites y abalorios intento engañar al tiempo y a mi misma.


2.- ENEMIGO:

Unas hebras de plata adornan mi cabeza.
Serían lindas si no estuvieran apagadas.
Unos surcos oscuros, antes color caramelo, rubrican mis ojos.
Unas rayas, dejadas caer sin sentido, se agrietan cuando intento sonreír.
Y así, cada mañana, me enfrento con miedo al enemigo que me devuelve, cruel, este reflejo.


La soledad se cierne sobre mi 17-3- año del C

Ni un latido... nada
la soledad enreda como cuentas de collar,
sus horas..Soledad y silencio.

Silencio de lluvia pálida que cae.
La veo, desde el balcón , acribillante,
lánguida, una sinfonía perfecta del Barroco.

Alarga las horas perdidas. .. olvidadas
lluvia de silencio, las gargantas afónicas
no viven.. nadie habla. No hay nadie

La soledad empasta la lluvia y el silencio
como un arpa enardecida. Trae música de
redención.
Pronto todo será como antes



domingo, 15 de marzo de 2020

Relato de Jesús Zomeño a partir de unos apuntes sobre una naranja


DOBLEZ

A Bárbara Blasco y a Kike Parra


Donde quiera que la gente se sienta segura, sentirá indiferencia
Susan Sontag

Gabriel no sabía lo que había sido la primera guerra mundial, aunque tuviera nombre de ángel caído. Un infierno que le resultaba indiferente, su purgatorio era otro, se le había ido el santo al cielo porque el jueves tenía que entregar un trabajo en clase, al señor Roubaud, que ni siquiera había empezado.
Todos los que habéis suspendido el examen de historia, sois alemanes, estáis derrotados, como ellos. Los que quieran recuperar la nacionalidad francesa, que preparen un trabajo de diez páginas sobre la Gran Guerra había dicho, dos semanas antes, el señor Roubaud.
No sabía por qué la guerra del 14 era la gran guerra. Su madre le contaba que un tío suyo había muerto en Indochina, pero quizá ese hubiera sido un conflicto más pequeño, donde la gente se odiara menos.
¿Tú crees que los soldados escuchaban música?
¿Quieres una naranja?
No, gracias.
Mejor, solo tengo una.
Louis era su mejor amigo, una hermandad por la que ambos suspendían cuando se copiaban. El pan con chocolate era una merienda de críos, por eso la tomaban en casa y luego se iban juntos. ¿Matar pájaros con tirachinas? no, ellos no eran personajes de una novela costumbrista de los años 50. Nada los definía entonces. Louis terminaría trabajando en el taller mecánico de su padre, pero eso él aún no lo sabía, a pesar de todas las evidencias.
Habían estrenado la película «Fiebre del sábado noche», pero tardaría en llegar al cine del pueblo, donde esa semana proyectaban «Rocky».
No me cuentes el final, quiero ir a verla.
Todos los que habían suspendido el examen de historia habían entregado ya el trabajo, salvo ellos dos y Celine, porque estaba enfermo y casi nunca iba a clase. Algunos decían que se iba a morir, por una enfermedad de los pulmones, pero otros contaban que era un espía ruso.
Aquella tarde, iban camino de la biblioteca después de las clases y de merendar en casa, solo Louis iba comiéndose una naranja. El trabajo consistiría en copiar, como habían hecho los demás, el capítulo de un libro y ponerle arriba, como título, «Nuestra Gran Guerra». Diez páginas completas, escritas a máquina, el que la tuviera, y quienes lo hicieran manuscrito, que no engordasen mucho el tamaño de la letra, ni los espacios. Copiar no era apropiarse de lo que otros hubieran dicho, sino aplaudir lo que otros habían escrito; el matiz era del señor Roubaud, que no consideraba a sus alumnos, tan embrutecidos, ni siquiera capaces de ser felices.
¿Podemos añadir algún dibujo?
¿Y tú qué vas a dibujar? Louis, es mejor añadir adjetivos. “Grande, oscuro y siniestro”, son un buen comienzo y un buen final para cualquier cosa, aunque en medio no cuentes nada; me lo explicó mi primo, que lee muchos libros.
En la guerra importa solo eso, lo que ocurre al principio y al final, sobre todo el desenlace, como en una receta de cocina, donde empiezas sin tener nada y terminas con una tarta o un buen estofado de buey. El primo de Gabriel parecía un buen estratega, aunque se hubiera librado de la guerra por miope.
En la biblioteca de la plaza había solo un libro de historia, que además no estaba en préstamo, había que consultarlo en la sala. La historia de Francia parecería demasiado terrible para aquel pueblo, que tanto había sufrido quién sabe cuándo y por qué motivo. Sin embargo, el libro ya estaba ocupado cuando llegaron ellos.
Celine, el niño enfermo, se les había adelantado, no había ido a clase pero antes de que abriesen la biblioteca estaba el primero en la puerta, reclamando el libro, como un pez en el mostrador de la pescadería reclamando su anzuelo, porque precisamente quería el libro de historia aquel con quien la historia venía siendo tan atroz.
Esperadme fuera —les dijo—, a las seis y media vendrá mi madre para llevarme a cortar el pelo; os dejaré el libro entonces.
Celine era un muchacho de palabra, a pesar de que fuera a morirse.
En la puerta de la biblioteca había un banco, donde se sentaron Gabriel y Louis, frente a la parada del autobús.
Ese autobús se dirige a Burdeos.
¿Te gustaría subir?
No, lo digo solo porque tengo un tío que trabaja allí, en una sastrería.
Tenían todo el tiempo del mundo para que las cosas encajaran por su propio peso en su lugar o bien, indistintamente, se evaporasen sin lógica. La infancia es esa parte de la vida que consiste en mirar constantemente para otro lado, siempre en busca de otro lugar aún más grande.
Mi padre se ha resfriado. Le ocurrió el lunes, cuando llegó a casa sin paraguas.
Lo cierto es que la culpa no era de haber llegado sin paraguas, sino de haber salido sin él, pero entonces el mundo era solo interior y del mismo no formaba parte lo que sucediera fuera. Nada les afectaba, salvo lo que sintiesen, vivían protegidos y no tenían ambición, ni siquiera curiosidad.
Habían pasado cinco minutos
Me aburro, ¿tú crees que los soldados se aburrían en la guerra?
¿Quién sabe? Están todos muertos ¿Te queda tabaco?
No, no han muerto todos. El abuelo de Marcel sigue vivo, pero se mea en la cama.
¿Por qué en la biblioteca habrá solo un libro sobre esa guerra?
Para que la gente no enferme, ya sabes que el abuelo de Marcel estuvo allí y ahora se mea en la cama. No quiero que eso me ocurra a mí.
Ya sale el autobús a Burdeos.
Una vez fui a París en autobús y me mareé, vomité en una bolsa. Mi madre la tiró por la ventanilla.
Es un viaje muy largo ¿Tú crees que los soldados se mareaban en la guerra?
¿Tienes tabaco? Podemos ir a la calle Ferdinand Foch a comprar un cigarrillo, aún falta mucho tiempo hasta las seis y media.
Aquella tarde no fueron a la calle Ferdinand Foch, siguieron esperando, sentados en el banco. Se reflejaban en la debilidad de Celine, sus pulmones, que eran la medida de la doblez del tiempo. No había firmeza, todo era posible, volver atrás, tomar posesión de ese libro, desalojar a Celine, que nunca hubiese estado allí. El orden de las cosas no importaba, todo caería por su propio peso o bien ellos dejarían de desear lo que no cayese.
El nombre de Celine había sido premonitorio porque su vida fue un largo viaje al final de la noche. La madre, que lo tuvo de soltera, luego se sintió culpable de haberle puesto el nombre de su escritor favorito, al que nadie conocía en el pueblo, pero lo hizo porque quería escapar de allí y con el nombre de su hijo pensó que abofeteaba al resto del pueblo. Su soberbia la pagó con un hijo enfermo y un cadáver antes de cumplir los quince. Es de lo que trata la historia de Francia, de muertos que no se avienen a ser lo que son, las revoluciones siempre acaban mal y por eso había solo un libro sobre la guerra en la biblioteca, porque allí todos pretendían vivir felices.
¿Te duele la mano de escribir?
Aún no he escrito nada
¿Pero es la que te duele?
Había sufrido un accidente con la bicicleta el día anterior, pero ya no le dolía la mano. Se encendieron las farolas de la plaza.
La vida esconde sus patadas debajo del polvo, es un dicho de su tio Antoine. Gabriel no sabe a qué se refiere esa frase, tan ambigua, si al polvo del camino cuando andas o si al polvo que levantan las patadas.
Mi tio Antoine vive en Montguyon y siempre dice que la vida esconde sus patadas debajo del polvo.
Tiene mucha razón.
Hay frases contundentes que imprimen carácter y a Louis le impresionó la del tío de Gabriel. Saber apreciarlas también imprime carácter, es algo que él intuía. La necesidad de entender las cosas es la excusa de los débiles para rendirse, les impide avanzar. Si Louis hubiese tenido un cigarrillo en la mano, circunstancia que será posible muchas veces en lo sucesivo, también hubiese repetido que la vida esconde sus patadas debajo del polvo, porque daba por hecho que se trataba de una reflexión importante.
La mujer del boticario cruzó la plaza, como si fuera de una trinchera a la otra, mientras de ella se cuenta que le es infiel a su marido. 
Gabriel seguía dándole vueltas en la cabeza a eso de que la vida esconde sus patadas debajo del polvo. Louis, en cambio, ya estaba distraído pensando en otra cosa, en la mujer del boticario. El padre de Louis también tenía una frase contundente, le decía a sus clientes, frotándose las manos con el trapo de la grasa, que era cosa del carburador, lo que significaba que la reparación costaría mucho dinero, aunque aún no supiera de que se trataba. Empezaba a frotarse con el trapo, al momento movía la cabeza, luego chasqueaba la lengua y entonces repetía que era cosa del carburador. Con el trapo se untaba las manos de grasa, las sacaba más sucias, para dar a entender que la avería estaba muy al fondo del motor y que él se había esforzado mucho para poder llegar. «El que no se mancha no justifica una buena factura», era otro dicho de su padre.
Sucedería al año siguiente, la muerte de Celine, después de que por fin proyectasen «Fiebre del sábado noche» en el cine del pueblo. Gabriel recuerda que el cortejo fúnebre pasó por delante de los carteles de John Travolta. No recuerda si al final acabaron aquel trabajo sobre la Gran Guerra o si el resto de su vida ha seguido siendo alemán. El señor Roubaud pidió el traslado a Lyón poco después de la muerte de Celine, como si se sintiera culpable por algún motivo que se les escapaba a los demás.
Aquella tarde, esperando a que fueran las seis y media para tomar posesión del libro, empezó a llover, de pronto, y eso frustraría su ataque a las trincheras enemigas.
Mejor lo dejamos para mañana.
Ya son las seis y cuarto, falta poco.
Pero no vamos a malgastar el tiempo esperando debajo de la marquesina del cine, para no mojarnos
Bueno, seguir siendo alemanes tampoco está mal, al menos hasta mañana. El padre de Celine creo que era alemán, pero que murió en la primera guerra mundial.
El padre de Celine puede ser cualquiera de este pueblo, nadie lo sabe, pero no era alemán, de eso estoy seguro, la madre nunca se ha movido de aquí. ¿Has ido a Salignac alguna vez? Mi padre dijo que tuvo una novia allí, pero que era muy fea y tuvo que dejarla.
El mío hizo el servicio militar en Argelia, pero de eso no habla. ¿Vamos a la calle Ferdinand Foch a comprar cigarrillos?
Gabriel no recuerda la respuesta de Louis. No recuerda lo que le dijo aquella tarde, pero hoy todo aquello le ha venido a la mente después de tantos años cuando Louis le ha dicho:
Es cosa del carburador.
Y se ha restregado las manos con el trapo de la grasa y ha chasqueado la lengua, porque la amistad ya no es lo más importante, ni siquiera importa lo que realmente haya ocurrido. La indiferencia termina abarcando todo.


La Becaria

Hace dos semanas entré como becaria en esta agencia de publicidad. No es la más grande, pero sí de las mejores. Por aquí han pasado grandes...