viernes, 24 de abril de 2020

SELECCIÓN

Yo controlo 

Un amplio y luminoso salón nos envuelve. El jardín de diseño se intuye a través del ventanal. Estamos en sendos sillones que nos enfrentan. Es el 7 de abril de un año cualquiera, pero que preludia otra década, la de los cincuenta. Es mi cumpleaños. Por eso la he invitado, para conocer su veredicto, porque ha de ser ahora o nunca cuando siga sus consejos.
Parece una muñeca dejada caer, los brazos y las piernas  laxas, flotantes. La cabeza agachada ¿Está durmiendo o sólo manifiesta indiferencia?
Suave,  pero firme, alzo  su barbilla con mi índice derecho, hasta conseguir que nuestras miradas coincidan. Lo quiero así. Yo dirijo la escena.
Es la misma cara, sin duda, aunque la suya no está surcada por las señales del tiempo; sus ojos parecen más grandes que los míos. No es el tamaño, es el brillo y la curiosidad que emanan lo que los engrandece ¡Ah! y la sonrisa. Ahí sí diferimos, ella aún no la tiene contaminada por los esfuerzos sino radiante, sincera, insultante, a veces, de tan hermosa.
–¿Qué tal estás, querida? –le pregunto, mientras tomo sus manos con las mías, intentando agarrarme a ese pasado que ella representa, el que nos hace una.
Me devuelve la misma pregunta con sus ojos. Comienzo lo que intuyo va a ser un monólogo: 
–Yo estoy bien, ¿no lo ves ? –Subrayo mis palabras moviendo circularmente mi brazo para que se fije en lo que nos rodea, la casa donde habito. 
Sigo: 
–Aquí me tienes, disfrutando de un primer y único marido, de dos hijos, chica y chico, como no podría ser de otra manera, de un trabajo apetecible en el que soy la jefa y de un perro de raza, como colofón de una placentera vida occidental burguesa. 
Podría desarrollar, y mucho, ese breve resumen, pero sus facciones, algo contraídas, me aconsejan no hacerlo.
Sin palabras es capaz de formular : 
–¿Acaso te fuiste con Miguel de la Cuadra Salcedo a esa ruta que te propuso, en su día? 
–¿Y qué fue del año sabático para una inmersión lingüística, sin importar realmente el idioma en el que zambullirte? 
–¿El máster de interpretación cinematográfica lo llegaste a cursar?  
–¿Encontraste amigas enamoradas de la vida o sigues con las que yo conocí, casadas con su estatus? 
Presiono fuerte la palma de su mano para detener el interrogatorio. Lo consigo. Soy yo la que sigue mandando. 
También soy yo la que tiene contraídas las facciones, la que transpira más de lo normal. Sabe que me ha hecho sentir incómoda. Ella lo sabe. Las dos somos conscientes del miedo que me da esa versión amenazante de mí misma. Por eso la cito muy de tarde en tarde.
Me recompongo. Respiro hondo y vuelvo a controlarlo todo.
La hago partícipe de la fiesta que me he organizado.
Prepararla yo  tiene la ventaja de no exponerme a ninguna sorpresa. Se lo he tenido que explicar por el sarcasmo que delataba su media sonrisa. 
Se oyen voces cerca de la entrada. Las siluetas de mi marido, de mis hijos y de una docena de invitados se van acercando a la puerta.
Le digo que me acompañe a abrirles, que se quede a observar. Es discreta y nadie lo notará.
Se ríe ruidosamente, con ganas. 
Se acerca, por detrás,  a mi oído y me hace propuestas : 
–Abre la puerta, coge los regalos y después de besarles diles que celebren tu cumpleaños sin ti, lejos de aquí. Luego regresa conmigo. Agita mucho el Moët Chandon y dispara el tapón hacia esa horrorosa lámpara  que te regaló tu cuñada a tradición, rómpela en mil pedazos; duchémonos con el champán, chúpalo, en vez de beberlo; no apagues las velas, ni siquiera las pongas, no quieras recordar tu edad, que tanto te pesa; la tarta hemos de tirárnosla y, embadurnadas con ella, comer los pedazos con las manos, con la boca, encima de esa mesa móvil que es nuestro cuerpo. A bocados, aún clavándonos los dientes en la carne. 
Me voy excitando a medida que va calando en mí su mensaje, convencida de la genialidad de la idea. Me siento salvaje, feliz. El reto me enloquece. Estoy dispuesta a eso y a más.
Pero, sin saber cómo, vuelvo  en mí. Sin desearlo, giro rápidamente, la cojo fuerte de los hombros, me acerco más a ella y sin soltarla beso con furia sus labios.  Engañada , se deja llevar por mi pasión, abre su boca para que yo introduzca la lengua sin dificultad y aprovechando su entrega la succiono entera. Ya no existe, me la he tragado por completo y con ella todo lo que representa: mi osadía, mis fantasías sexuales, mis sueños de antaño... Ha quedado neutralizada para siempre, nunca más volveré a llamarla. Si hasta hoy no ha sido capaz de dominarme ya no lo hará jamás, soy demasiado mayor para permitirle hacerlo.
Estiro mi ropa, aliso mi pelo, paso los dedos alrededor de los ojos, por si hay algún resto de rímel delator. Tomo aire, abro  la puerta e invito a entrar a los de afuera. 


Gracias, papá
    Colocado en la esquina de la barra, observo lo que más me interesa de la estancia: la entrada, la pista de baile y la salida de emergencia. Para eso llego temprano cada jueves, para que nadie ocupe este lugar estratégico.
    Con un whisky en una mano y palpando, con la otra, las dos pastillas que introduje en el bolsillo, fijo mi mirada en el barman. Hoy lleva una camiseta ajustada que resalta sus abdominales trabajados durante muchas horas de gimnasio; luce ese color caramelo que no le abandona durante todo el año y que me invita a lamerlo como si él fuera un helado y yo un niño; lleva la melena brillante y recogida en un moño aparentemente informal; y exhibe su hermosa sonrisa que, al desbaratarse sin motivo, provoca un par de hoyuelos descarados en sus mejillas ¡Qué hermoso es! Le pediría que fuese mío, cada vez que lo veo, si no fuera  porque está más cerca de los treinta que de los veinte. Él es quien me ayuda en la búsqueda de la presa, señalando, sutil, con su barbilla, a los clientes que van entrando, si considera que pueden ser de mi agrado. Casi siempre acierta, son muchas horas de confesión ante las copas que me sirve en la disco-pub.
    Miro mi Rolex de reojo, lo dejo asomar ligeramente por el puño de la camisa planchada, para que sea perceptible sin parecer ostentoso. Me paso los dedos por mi pelo recién lavado, y practico, inconsciente, una sonrisa seductora que exhibe mi dentadura blanca y perfectamente alineada gracias a la técnica médica.
    Va entrando el público, cada día más guapo, más elegante, y, afortunadamente,  más joven.
    El segundo whisky, combinado con las pastillas euforizantes, me impulsa hacia la pista, hacia el oasis de mi vida. Me acerco despacio, no quiero parecer necesitado, nervioso, ni confuso; voy recorriéndola poco a poco, para rozar, suavemente, las nalgas de los que bailan, oler los diferentes perfumes que utilizan, indagar en las miradas sus intenciones ocultas y, con esa información, que proceso analíticamente,  elegir la presa de esa noche, para abatirla sin que se resista.
    Poso mi mirada en dos rostros angelicales,  tan iguales que parecen gemelos. Me introduzco en medio de los dos y me contoneo con cadencia. Bailo bien y  aunque ya he cumplido los cuarenta aparento muchos menos. Visto con clase y resulto, según dicen, muy atractivo. Por eso confío en que todo salga como deseo. Después de dos canciones, paso mis brazos por sus hombros y les propongo un trío. Me preguntan condiciones y me imponen el precio. Llegamos, rápidamente, a un acuerdo.
    Cojo a cada uno de una mano, y subimos, con urgencia, a una de las  habitaciones preparadas para encuentros sexuales.
    Transcurren horas que parecen minutos, pues los tres hemos dado y recibido; los tres hemos gemido y hasta gritado; los tres hemos llegado, más de una vez, al orgasmo.  Ahora, solo yo sigo despierto. Contemplo en el espejo del techo mi cara un poco desencajada por la fatiga; nuestras piernas y brazos enredados, de tal forma, que me cuesta asignarlos a sus respectivos  dueños; y sus cuerpos de efebos, como tallados por un escultor renacentista, que me parecen los de dos deidades materializadas en hombres. 
    Con mucho pesar y esfuerzo, me desenredo de mis amantes que, por el don del sueño imperturbable reservado a los más jóvenes, no notan mis movimientos. Cuando despierten, no les importará mi ausencia, solo si he dejado su dinero en la mesilla de noche, lo que así hago. 
    Está amaneciendo y no me entretengo en ducharme. Cuando, una hora y media después, llego a mi casa, abro la puerta con sigilo: como imaginaba mi santa y dulce esposa está despierta. No le importa el desaliño, ni las ojeras ni el olor a semen que me delatan. Ella, al mejor estilo neocatecumenal, me perdona, como pecador que soy, sin preguntas, como cada viernes a estas horas.
    Desayunamos  tras mi rápida ducha. Estamos felices los dos. Hoy es el gran día. Por ser delegado de asuntos religiosos del Ayuntamiento, por mis relaciones con el clero, y porque mi mujer está embarazada de nuestro sexto hijo con tan solo treinta y nueve años, he sido elegido para recibir al Papa en la escalinata del avión que lo trae de Roma, para acompañarlo al Palacio Arzobispal y para leer, allí, el discurso inaugural del “VIII Encuentro Mundial de las Familias”. He elaborado la alocución durante varios meses: ha de ser convincente, emotiva, perfecta, en fondo y forma. Ha de agradar al Papa, a los demás miembros de la Curia  presentes y a los políticos del país que asistirán al evento. Pero, muy especialmente, ha de entusiasmar a mi padre, que estará allí rodeado por su mujer, su nuera y sus nietos, y a quien su único hijo no puede, no quiere, ni debe defraudar. Soy su producto, la consecuencia de la imposición inflexible de sus valores, de su estricta educación, de su falta de calidez y de su exigencia sin límites. 
    Sé que lo conseguiré , pues destaco en la disertación el papel irremplazable de la familia tradicional, alerto de los engaños que se utilizan  para evitar la procreación y, lo más importante, maldigo, con permiso de Dios, los matrimonios entre personas del mismo sexo, la posibilidad de que puedan adoptar o alquilar vientres, y exijo a la Iglesia que logre poner fin a esas aberraciones; y, entre líneas, a mi padre, que sabrá leerlas, le prometo que seremos capaces de acabar, de una vez por todas, con esos maricones de mierda.



LOS HOMBRES NO VAN A LA PLAYA SOLOS

    La estancia, pese a su finalidad, es luminosa e incluso se percibe alegre.
     Está llena de hombres altos, morenos, delgados y con el pelo engominado. Sus trajes son de marca o están hechos a medida. Se diría que estamos ante un plantel de modelos elegidos por su afinidad física. Hablan, entre sí, en voz baja y sus semblantes son sombríos.  Alguno de ellos tiene enrojecidos los ojos y otros no pueden disimular la congoja. 
    Un hombre que desentona de todos por su calvicie y baja estatura se desplaza, por entre los corrillos masculinos, carente de la elegancia que emana del resto, saludando educadamente a todos y a cada uno de los presentes, como un androide que ha de cumplir su trabajo de forma impecable. 
    En el lado derecho de la zona principal, separada por un cristal, está la sala donde se exhibe un féretro de madera profusamente decorado y rodeado de múltiples coronas y ramos de flores con hermosas dedicatorias.  
    Sentados enfrente del cristal y mirando el cadáver de la hermosa mujer que yace dentro de la tumba, dos periodistas hablan en susurros como temiendo molestar a la difunta.
    - ¿Se sabe exactamente por qué le disparó ese chalado? 
    - Parece que era un admirador no correspondido.
    - Pobre chica, una lástima, tenía por delante un prometedor futuro profesional y…
    - Sí, y era una belleza. Aún ahí se la ve hermosa. Parece una muñeca dormida.
    - ¿Y qué me dices de todos estos? ¿Ves a alguien conocido? ¿Son amigos, amantes, familiares?  ¿Te das cuentas que no hay ni una sola mujer?
    - Bueno, era de esperar: la típica devora-hombres, que no deja a ningún tipo indiferente y a la que no le importa el estado civil de sus víctimas. No logro distinguir a nadie en concreto, me parecen todos iguales. 
    - ¿Y qué me dices de la pinta del marido? Parece sacado de un tebeo. Da risa.
    - Te parecerá grotesco y ridículo, pero te puedo asegurar que es uno de los productores teatrales más importantes de Europa y está forrado. Nuestra querida Lara Del Valle lo tenía todo, incluso un cornudo consentido y rico  por esposo.
    - Bueno, todo no. No contó con lo del fan enloquecido.
    - Eso sí.
    - A todo esto, ¿has venido a cotillear o a hacer un reportaje? Yo vengo por mi cuenta, no le he dicho nada al periódico ¿Y tú?
    - Yo sí vengo a por una historia; cuanto más morbosa, mejor. Se dan todos los ingredientes: asesinato, teatro, amantes…
    - Cuidado, viene el viudo. 
    - Señor Ferré, Víctor Campos, del “Crónica”, le acompaño en el sentimiento.
    - ¿Periodistas? ¿Cómo han logrado entrar? Había dicho que no quería prensa.
    - Disculpe, venimos como amigos de Lara únicamente, no se preocupe por nuestra presencia. Seremos respetuosos con su dolor y con su comprensible exigencia de intimidad.
    - Eso espero, caballeros. Si me perdonan…
    - ¡Qué grande eres, cabrón! hasta a mí me has engañado. Hace unos segundos me hablabas de tus intenciones abyectas y ahora sales con ese cuento.
    - No vale la pena importunar al pobre hombre. Además, en serio, voy a ser de lo más considerado con este lugar y con este momento: nadie se va a dar cuenta de a quién miro, a quién escucho, ni cómo grabo las conversaciones que me puedan dar un bombazo editorial.
    - No sé, chico, lo encuentro feo. Hay límites que no debemos traspasar. Aunque no te lo creas yo he venido a despedirme de ella, no a sacar ninguna historia. Lo cierto es que a mí me gustaba esta chica: era una magnífica actriz, educada y paciente con los medios. Además poseía ese halo de misterio que tanto me atrae en mis entrevistados. 
    - Entonces será mejor que dé una vuelta por ahí, mezclándome con todos yo solo. Te dejo con ella.
    Víctor Campos va charlando con varios de los presentes. Las conversaciones no pasan de los tópicos propios de un velatorio y por consiguiente no se detiene demasiado tiempo en un mismo grupo. Se acerca a tres hombres que sonríen mientras hablan de un supuesto enigma.
    - ¿Recuerdas la frase de Lara: “los hombres no van a la playa solos”?, pregunta uno de ellos.
    - ¿Qué si la recuerdo? A veces la canturreaba más de una vez al día. Era como un mantra para ella y, al principio, un misterio para mí. Comencé a escuchársela a los pocos meses de empezar a trabajar con ella. Cuando le preguntaba  su significado y el porqué de la sonrisa con que acompañaba a la frase, en especial cuando se la decía a alguien por teléfono, se reía con ganas y me contestaba que no fuera impaciente, que, seguramente, me la diría a mí, personalmente, en breve.
    - Toda ella era un misterio y el dichoso mensaje me ponía a cien. ¿Creéis que nos quiso realmente?, pregunta otro de los presentes. Siempre me pareció ausente aunque estuviera a mi lado.
    - Yo creo que sí, Teo. Era distante y altiva, pero se preocupaba por todos nosotros.
    - Sí, es cierto, pero, no sé cómo explicarme, lo hacía como una autómata. No transmitía ningún tipo de emoción. Solo esa frase parecía darle vida, la transformaba en otro ser más cercano, más vulnerable y por supuesto cuando… . Se interrumpe pensativo, enmudecido por el recuerdo.
    - Tal vez su profesión influía en esa manera de ser, de relacionarse con nosotros en los lugares comunes, pero la verdadera Lara era la otra, la que todos amamos cuando nos eligió.
    - Hola, Diego, ¿cómo te sientes? Estábamos recordando anécdotas de tu mujer, quédate con nosotros.
    - Ahora no puedo, Teo, he de atender a todos sus amigos.
     Diego Ferré sigue con su misión de perfecto anfitrión, sin dejar atisbar el dolor que le invade.
    - Dios ¿y le quiso alguna vez a él? Tan insignificante a su lado. Cuando iban juntos por la calle la gente no podía dejar de mirarles: ella tan guapa, esbelta, elegante, le sacaba una cabeza aún sin tacones. Y el pobre diablo, regordete, bajito y calvo.
    - Ya ves, otra incógnita. La verdad es que no sé si lo quería o simplemente se dejaba adorar por él.
    - Pues como  por todos los hombres que la conocimos. Mira a tu alrededor, ¿cuántos seremos? 
    Víctor, impaciente, interrumpe la conversación. - Perdón, ¿pero qué quería decir exactamente Lara con esa frase? 
    Los tres jóvenes prestan atención al periodista y sonríen con malicia. Uno de ellos, contesta: - Vaya, lo sentimos por usted: Lara te invitaba a la casa que tenía en Zahara de los Atunes con esas sencillas palabras.
    Ante los ojos interrogativos de Víctor Campos, otro de los presentes, continúa con la explicación: - Sí, la casa en la que Lara se transformaba en una diosa y en la que, si eras el invitado, te convertías en el rey del universo. Unas horas en ese lugar cambiaban tu vida para siempre. Aún sabiendo que otros habían estado antes que tú, y que otros muchos lo estarían después, ella te hacía sentir único. Con ella allí el sexo era el éxtasis y el recuerdo imborrable. 
    El periodista no necesita oír más, así que abandona a los tres que continúan intercambiando sus gratos recuerdos.  Graba en las notas de voz del móvil los nombres, las profesiones y el status de los hombres a los que ha ido reconociendo y mientras sale del tanatorio va estructurando, mentalmente, el artículo que va a escribir sobre Lara Del Valle. El titular es sencillo: las ocho palabras que él no ha tenido la suerte de escuchar como destinatario.

1 comentario:

  1. Me parece ver tanto de ti en esa tal Lara del Valle... ... ...
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La Becaria

Hace dos semanas entré como becaria en esta agencia de publicidad. No es la más grande, pero sí de las mejores. Por aquí han pasado grandes...