de Liris Acevedo Donís
Intenta preguntar a los cuerpos sacrificados,
secar cadáveres y huesos dispersos
La razón de sus muertes;
Escucha los gritos que responden
los gemidos penetrantes
y los lamentos de los niños:
Si eso es lo que viste
Si eso es lo que escuchaste
Rashid, ¿qué harías?
Hidraawi
Poeta somalí
Apuraba
la cuarta taza de chocolate sacando cuentas de cuántos días le quedaban todavía
a este frío Agosto madrileño que parecía extenderse más de lo previsto. A mí me
iba bien; comprar tabaco y comida cuando quisiera, mandar dinero a mamá y con Lumay
en la escuela todo el día ¿qué más necesitaba? Ya no recordábamos aquellos días
tan feos cuando el mar se tragó a Habiba. Ya todo eso era pasado. Aquí teníamos
comida caliente, un hueco donde dormir y no más miedo. Mi nombre aquí es Mantero, ya no Rashid, como me bautizó
mi madre. También ¿Vú cumprá? como aprendí
de mis compañeros a preguntarle a los paseantes en plena vía pública para
venderles mi mercancía. No me hace falta saber más. Vendo bufandas y aprendo
español muy lento, sólo por Lumay. Porque algún día tendrá novio acá y quiero conocerlo
bien.
Escogí
bueno venir aquí, sí. Vender bufandas con frío me da buen dinero; y ya éste otro
año de frío me cae muy bien. Todos necesitan bufandas con el frio. Me meto en
el metro, aquí se está muy caliente, y tomo chocolate todo el día. Una taza,
otra, y ya no tengo más hambre. Ni me acuerdo de esa sensación de hueco en la
panza. Le doy también su chocolate caliente a Lumay sólo despertarla, que aquí es
de noche todavía a las 9 de la mañana, y es lo difícil, lo sé, porque tan
chiquita estas mañanas oscuras y frías no apetece salir con tanto frío. Tanto
frío y ya estamos en Agosto. Cuando llegamos era Marzo y ya no llovía tanto como ahora. Tampoco
hacía este frío, ya comenzaban a florecer los cerezos, recuerdo la avenida color lila que
tanto me hizo sonreír al llegar. La lluvia tampoco ha parado desde Diciembre pasado; la
gente dice que no es normal, que nunca ha llovido tanto así, que algún desequilibrio
ocurre en el mundo. Pero yo prefiero este frío que el calor. En mi país el
calor es hambre y sed, por eso nos fuimos. No nos importó el mar ni la noche
oscura; sacamos todo el dinero y se lo dimos al hombre de gafas oscuras, nos
montó con cincuenta personas más en el barco y partimos hacia la noche. Toda
nuestra vida la cargamos allí esa noche. Atrás quedo mamá y los hermanos. Yo le
dije a Habiba, Yo voy primero, tú quedas
con Lumay, después vas, pero ella no quiso. Ella fuerte, pensó que resistiría
ese mar tan bravo. Pagamos 500 euro y nos montarnos con cincuenta gentes más.
Lumay pequeñita, no entendía nada. Hasta la ola enorme que rompió la barca. Éramos
muchos, todos apretados allí, caímos al mar. Vi a Habiba lejos flotando, ella
tenía a Lumay abrazada. Luego no las vi más a ninguna, estaba muy oscuro eso. Hasta
que Lumay vino flotando hacia mí, los ojos grandes de miedo, tragando agua. No sé
cómo no hundió, ella no sabe nadar. Creo que luchó mucho por no hundirse,
estaba muy cansada cuando la atajé. La jalé tragando mucha agua, y cuando alcé
la cara, ya no vi más a Habiba. Como tragada por el mar. La gente gritando, muy
desastroso, muy oscuro todo. Así llegamos a Almería cuando abrí los ojos. Era Marzo,
y no hacía tanto frío como éste. Es muy raro. Sí, debe haber un gran
desequilibrio mundial.
Lumay
no recuerda nada de eso. Y no quiero. Toma su chocolate diario que yo le
preparo, y va a su colegio con muchos abrigos. Su enorme mochila más grande que
ella, y muchas bufandas en el cuello para que no le coja frío la garganta. Las más
coloridas se las doy a ella apenas las compro, las que más le gustan se las
lleva. Apenas la veo alejarse por el patio del cole, su cabeza en medio de los
niños rubios, pienso Pobrecilla, es una
pelota de tela. Ella me suelta a veces, Papá,¿nunca me pondré mi vestido amarillo de tiras con la bufanda naranja? Pero no
sé qué decirle. Lo compré en su cumpleaños ese Agosto con mi primera venta, pero
aquí ya es Agosto y no se va el frio. Hasta nieve ha caído que Lumay no
conocía, pero aparte de rara le gustó mucho, y siguió sintiendo frío. Hay que aguantar para el estudio, le
digo. Porque hay grandes desequilibrios
en el mundo. Ella entiende; sabe que debe estudiar mucho. Ojalá la viera
Habiba. En mi país yo mismo era maestro y no me sirvió de mucho estudiar para
vender bufandas. Mis compañeros dicen, no vas a sobrevivir sólo con bufandas, vende
zapatos, vende gafas de sol. Pero yo prefiero bufandas mientras dure el frío. Y
Alá está con nosotros. En verdad creía que en Agosto habría sol; lo recordaba
cuando llegamos. Pero pasó Mayo, Junio y todavía llevan bufandas. Un invierno
muy largo, dice la gente. Yo no imaginaba, mi país es muy caliente todo el año.
Pero yo estoy feliz vendiendo tantas bufandas. Aquí aprendo las letras con
Lumay, ella me enseña la buena pronunciación.
En
Enero comenzó a llover sin parar. Vino nieve, que eso no pasó cuando llegamos. Ahora
entiendo que no es normal, que algo pasó que no se paró nunca el frío y no ha
pasado el sol por acá en todo este año. Pensaba eso apurando mi quinta taza
chocolate y sintiendo que escogí bueno aquí, porque el chocolate en Italia es
muy malo, me dicen los compañeros que vienen de allá. Aquí puedo poner termo a
tope con chocolate hasta que me escuece las tripas. Ni siquiera extraño el Icun de mamá que era tan bueno. Y tampoco
quiero saber nada de esos veranos. Aquí chocolate espeso con canela, anís y cardamomo,
como preparó mamá aquella navidad cuando el ejército nos dejó chocolate y comimos
en Ramadán con tanto calor que nos desmayamos. El calor allá no es en juego. Acá
lo extrañan en Agosto, pero yo les digo, el calor allá es hambre, este frio es
bueno. Es vida. Trabajo. Aquí aman mucho el verano. Les recuerda su niñez, las
vacaciones, la cercanía del otro. Pero el
verano con hambre no es alegre, Señora, le aseguro. Ella se queja de sus rodillas
por el frío, pero yo le digo, Ud no
conoce la sed. Esa sed que no para ni por beber todas las cervezas. En mi
verano nada la sacia, es como si el cuerpo fuera avaro de agua. ¡Aquí abres un grifo y puede beberse toda el
agua! Lumay me repite lo de la escuela, Papá
debes beber un litro de agua al día. ¡Si
somos camellos de dónde venimos, hija! le repito. Por eso escogí bueno aquí.
Con todo y este frío.
Hubo
algo extraño; el domingo pasado Lumay no quiso salir a jugar. Eran las 12 del
día y comenzaba el tiempo de vacaciones pero no se veía ni un solo niño en la
plaza. Ella se embojotó en su cama y siguió durmiendo. Por la ventana vi que el
árbol estaba escarchado por el rocío de la noche, y las pocas hojas que
reverdecieron con dos días de sol, volvieron a caerse. El columpio de la plaza
aún estaba bajo nieve, parecía lindo pero al salir no lo era. Era Agosto y tiritaba.
No me importa salir con lluvia y nieve, pero ya tantos meses se hace cansón. Dejé
a Lumay durmiendo y puse chocolate en su mesita, tampoco quiero el fuerte
calorón de aquellos veranos para ella, pero verla así, tan pálida, con las
yemas de los dedos arrugadas como una viejita, no me gusta. Así las tenía
cuando salimos del mar aquella noche. Como yo soy de un país de 40º bajo la
sombra que aquí nadie conoce, me traje el hambre pegada al estómago y creo que
está bien. Tengo trabajo, y Lumay va a la escuela. Escogí bueno aquí. Lo feo ya
pasó del todo.
Pero
mi niña haló mi abrigo cuando posé el chocolate sobre su mesa,
- - Papi,
¿cuándo llega el verano que dicen mis amiguitos?
De
repente, me vi corriendo desnudo en Shebelé sobre prados silenciosos de alta
hierba amarilla. Al fondo, mamá haciendo reír a las tías que sudaban bajo el
sol intenso de las 6 de la tarde chupando caña. Los hombres echaban cuentos en
el portal de la casa sorbiendo té oscuro, ya terminado el jornal del pastoreo. Un cielo anaranjado quemaba los delgadísimos brazos de mi hermana dándole de
mamar a su ávida cría de ojos enormes y panza inflada, aferrada a la vida en cada succión. Habiba,
recuerdo, se echó a llorar cuando supo que tendríamos un hijo. Tanto tiempo
juntos y Alá no nos había bendecido. Igual la vi llorar rogándome salvarnos
de esa última hambruna que pensamos se llevaría a Lumay. Lumay, se llamará para que no olvide lo que dejamos, dijo ella. Y nos
echamos al mar. Ahora la veía con su barriga enorme, acariciándola igual que como la brisa agradecida acaricia el follaje de las copas raquíticas de Acacias bajo el calor. Mi niña tiembla sobre el
lecho; no conoce esas noches de carámbano bajo las estrellas. Tampoco el hambre,
es cierto, pero el horizonte de cantos a cielo abierto, el vaivén del río acariciando
los pies en chapuceo, le eran tan ajenos como este invierno a mí, que no sabía
ni pronunciar mi nombre.
De
repente, la tonelada de sábanas que sepultaban la hermosa piel de azabache de
mi niña, ahora marrón desleída, me pesaban a mí más que a ella. Recordé que Somali era mi patria, y que hallé bajo
este frío un hogar donde apenas me hallo. La televisión al fondo transmitiendo
noticias, anuncia un invierno feroz que se prolongará por tiempo incierto. Resguardarse, tomar medidas. Nadie sabe cuándo ni cómo terminarán las heladas. Recordé el
lugar del sol de los abuelos cuando al lamento de campesinos en la televisión
lloraban la pérdida de sus cosechas de trigo, de olivos, de habas. Recordé que
huimos aquel año doloroso cuando el intenso calor asoló mi país con tanta
muerte. Un enorme desequilibrio pasa en el mundo. Recordé.
Entonces
Lumay me abrazó como cuando en medio del mar la hallé extraviada. Como cuando
abrí los ojos y el cuerpo de mi amada Habiba se había alejado, y la hallé sin
alma a pocos metros de nosotros sobre la arena. Lumay no vio nada, tapé sus
ojos. Pero yo sí la vi. Aquí la tengo enterrada, adentro, en los ojos. El
verano que creí dejar atrás, ahora nos helaba bajo este cielo nuevo. Y viendo a
mi niña, dejé escapar
- - El
verano vendrá si recordamos…
Y
de repente, un cálido rayo de sol sobre las sábanas, selló mis labios.